Jose Guillermo Salamanca. Fotografía, Créditos, Miguel Arango Devia. |
Crónicas
urbanas.
Por: Miguel Arango Devia.
La
victoria, el punto de encuentro inicial para el proceso de Paz entre el
Gobierno y los revolucionarios del Llano. Todos
los escritos que se han editado sobre la ¨guerra que se generó después de la
muerte del caudillo Jorge Eliecer Gaitán¨ y la resistencia llanera, se han
centrado básicamente en la entrega de armas, es decir lo que llamaron en esa
época, el armisticio, ¿pero, como se llegó a eso? José Guillermo, estaba a
punto de cumplir los 14 años cuando un día llegaron a la casa, por los lados de
Tacarimena, donde vivía con su madre, unos
agentes del gobierno, uniformados de color caqui, portando fusiles, la mayoría de ellos con la
culata tallada en madera y bayoneta calada, quienes penetraron con fuerza a la
habitación. Recuerda que. -mi madre y yo, aterrados mirábamos cómo el
comandante, junto con dos agentes, se paseó por la sala, los cuartos de dormir,
miró por debajo de los camastros y revisó todos los rincones de la casa
mientras los otros agentes la rodeaban-. -A pesar del miedo-,
comenta, -todo era muy parecido a lo que hacíamos los muchachos cuando
juagábamos a los liberados, un juego con
dos bandos de jóvenes, que simulaban una guerra y las armas, se asimilaban con trozos
de leña que encontrábamos en el monte-. Es
el relato de José Guillermo Salamanca Vega, un hombre nacido en Nunchía,
Boyacá, por allá a principios de los años 40.
-Cuando el comandante me
miró-, relata Juan Guillermo, -dijo de una, ¨este debe ser chusmero, llévenselo”. No valieron las súplicas de mi
mamá quien imploraba de rodillas, llorando agitadamente, que no me fueran a llevar ni a matar, que era
hijo único. ¡Nada valió! Me sacaron de
la casa y me unieron a otros dos muchachos que habían ¨capturado¨ en otra finca
de la región-. -Amarradas las manos con
un trozo de cabuya a la altura de mi ombligo, me montaron en el anca de un
caballo que jineteaba, uno de los uniformados, quien solo me dio tiempo, para
una última mirada a la casa, donde mi mama, de rodillas, imploraba por mi
vida- La comisión con los dos
retenidos, tomó rumbo al Tiestal, hasta llegar, en las últimas horas del día
por una angosta pica, a La Victoria, un sitio que hacía de cuartel de las
tropas, donde se levantaba una casa en la que sobresalía un amplio salón donde
se cruzaban hamacas y chinchorros de diferentes colores y a los costados, unas
mesas y taburetes tallados en madera. Recuerda José Guillermo,
que llegando a la Victoria, -los uniformados se fueron apeando de sus monturas.
Quien me llevaba en el anca, se bajó y corrió hacia la tinaja de agua, tiempo
que aproveché para soltarme las ligaduras con los dientes, tome las riendas del
caballo y lo taloneé, de tal manera, que con la velocidad de un relámpago ya estaba
metido en un mata de monte, desde donde escuche las ráfagas de tiros que me
hicieron’. -Había logrado volarme-
rememora José Guillermo, -ahora la preocupación era mi mamá, pues, con toda
seguridad, van a la casa y la matan-. Por eso tomó unas trochas que solo lo criollos conocen hasta llegar en la madrugada a la casa donde
su madre aun no paraba de llorar. Desaperó el caballo y le dio sabana, junto con su madre salieron a pie amparados
por las sombras de la madrugada con rumbo a Yopal para dejarla donde unos
parientes poco conocidos en la región. En cuestión de pocos
días, José Guillermo se enroló en las tropas revolucionarias que comandaba,
Berardo Giraldo, a quien llamaban El Tuerto Giraldo, donde recibió la formación
militar para combatir, fabricó su propio Féjere, un fusil casero tiro a tiro,
el cual mantuvo hasta el día de la entrega de armas en el tablón de Nunchía. Después de muchas
misiones, regularmente de abastecimiento de las tropas y de comunicaciones entre
los diferentes comandos, José Guillermo recibió la orden de hacer parte del
pelotón que acompañaría al Tuerto
Giraldo, a la cumbre de comandantes convocada por Guadalupe Salcedo y Eduardo
Franco Isaza, precisamente, en la Victoria. Felizmente, los
uniformados que lo habían perseguido y amenazaron, no estaban. La Victoria y
los caminos circundantes, los custodiaban tropas del ejército traídos de Bogotá,
combinadas con curtidos combatientes del llano. En
cuestión de tres o cuatro días, fueron llegando además de Guadalupe
Salcedo y sus hombres más cercanos, los Hermanos Eulogio, Francisco y Eduardo
Fonseca Galán, José Alvear
Restrepo, Dúmar Aljure, Manuel y Roberto Bautista, Carlos Pote" Rodríguez, el
Minuto Colmenares, Eliseo Fajardo, Vitelio Castrillón, Marcos Achagua, Victor
López, Jorge González. Alfonso Guerrero
(Cariño) Rafael Sandoval “failache”, Eduardo Nossa, Carlos Roa y
otros comandantes de no menos importancia. A los
dos días de estar reunida la cumbre de comandantes, llego a la Victoria un
avión DC-3, del gobierno, de donde fueron descendiendo Carlos Lleras Restrepo,
a quien Guadalupe reconocía como el jefe máximo
de las tropas revolucionarias Liberales, además llegaron en persona, el
expresidente Mariano Ospina Pérez, Gilberto Alzate Avendaño y Gilberto Vieira, además
los delegados de Alfonso López y Laureano Gómez, quienes eran los jefes de los
partidos políticos, con quienes se acordarían las bases para un armisticio. Solo
ellos, los que participaron en esta cumbre, saben del acuerdo de Paz, firmado
entre los rebeldes llaneros y el Gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. Lo real,
es que el 13 de septiembre de 1953, en el sitio Las Delicias, Guadalupe Salcedo Unda, entregó su fusil, al
General Alfredo Duarte Blum.
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