viernes, 20 de noviembre de 2020

GARRAS DE AMBICION (Gral. Jose Joaquin Matallana).


 

GARRAS DE AMBICIÓN


Gral. JOSÉ JOAQUÍN MATALLANA
El Exterminador
Siglo XX

Colombia estaba atravesando en 1965 una era de violencia por pasiones políticas, en el Tolima el coronel José Joaquín Matallana ya había dado de baja a los máximos bandoleros en esa región, “Sangre Negra” “Desquite”; y “Chispas”, lo que le hizo merecedor a la orden de la Cruz de Boyacá. El coronel estaba integrando también el recién creado Batallón Colombia bajo las órdenes del Ministro de Guerra Alberto Ruíz Novoa, en la presidencia de Guillermo León Valencia, quien se había proclamado como el pacificador de la república, y lo estaba logrando a toda costa. El gobierno tenía serios problemas con el bandolero Efraín González Téllez y tuvo que enfilar baterías a la zona de conflicto en Boyacá y Santander, para lo cual debía contar con el coronel estrella y dos brigadas militares de Tunja. La orden era: ¡Vivo o muerto!

Efraín González "El siete colores". Fotografía, Bogotá Antigua.

La soberanía del país había que defenderla hasta el último rincón, y Efraín González no debería seguir haciendo de las suyas pues se había declarado terminada la violencia bipartidista. A la solicitud del hacendado Martín Vargas, el gallino, hecha al presidente, lo de la afrenta con el secuestro de sus hijos y la expropiación forzada de sus tierras en San Miguel de sema no debiera quedar así nomás. El mismo Martín Vargas iba a estar al tanto de cada acción para eliminar al bandolero. Lo primero que se hizo fue la publicación de anuncios y carteles con la recompensa oficial de $50.000 pesos por información para dar con el bandolero. La persecución delegada al coronel Matallana se orientó palmo a palmo en el territorio en que el forajido tenía sus operaciones.

Mientras tanto, Efraín González optó por extremar sus cuidados y resultó enfrentado en un combate en La Palma, vereda de Gámbita, Santander, en el que por primera vez fue herido gravemente y tuvo que huir, y con su ruana taparse muy bien las heridas y recoger la sangre en ella para no dejar huellas en el largo camino. Al fin llegó a una casona humilde donde unos campesinos lo atendieron y trataron de cuidar con limpieza y vendajes, mientras la noche siguiente lo llevaron más delicado a la población cercana donde un médico al reconocerlo, les advirtió discretamente quién era el herido, para no meterse en problemas con él. El doctor Camargo solo logró cauterizar las heridas superficiales pero le recomendó a Efraín que debería ser llevado a un hospital en Bogotá de urgencia. González le advirtió seriamente al médico que mantuviera en secreto el asunto, o sus hombres lo pudieran matar. Fue entonces cuando el facineroso le pidió al doctor llamar a unos políticos amigos para que lo ayudaran.

Cartel de recompensa emitido por el gobierno.

Pronto llegó una caravana de camperos con amigos del bandolero y rápidamente en dos vehículos lo condujeron al hospital San Carlos en Bogotá. Pasados varios días, El herido se fue restableciendo y buscó en su libreta de notas el teléfono de un excompañero del servicio militar, que tenía una casa a pocas cuadras del hospital, para convenir alojamiento mientras seguirían los controles médicos. No se sabe ciertamente cómo, pero en ese hospital estaba Cleotilde, la que fuera la mujer preferida del maleante, y ella misma se apersonó de su situación. Lo cierto es que Efraín se radicó en la casa de la familia Pineda, en la calle 27 sur. Se rumoró que otra mujer, enamorada del bandolero, de nombre Araminta, se enteró del encuentro de su amor con esa otra joven y en un arranque de celos decidió denunciar a González ante las autoridades.

Por otro lado, Matallana y los grupos de búsqueda se empezaban a desesperar por las muchas falsas denuncias presentadas de diferentes lugares, que afirmaban sobre la presencia del bandolero y al final se estaba perdiendo tiempo precioso. Fue entonces cuando se recibió la verdadera información, y luego de comprobarla se dio comienzo a la más minuciosa preparación del plan maestro que tendría que arrojar el mejor resultado. Inicialmente, el oficial Harold Bedoya iría al frente de acción con 200 hombres seleccionados y el apoyo de un tanque antiaéreo con toda la provisión de municiones. Se trató de hacer el operativo sorpresa sin permitir que la batalla a ejecutarse se supiera por ningún medio, para evitar obstrucciones y peligros a los curiosos. Esta vez no se podía correr el riesgo de fallar; estaba en juego el prestigio de las instituciones y la cabeza del presidente y su gobierno.

Operativo en plena acción. Fotografía, Bogotá Antigua.

Muy temprano en la mañana siguiente, el ejército acordonó el área periférica de la casa Pineda y ubicó estratégicamente hombres y armamentos suficientes previendo que el forajido estuviera acompañado por sus hombres. La gente del sector se alarmó y al tratar de preguntar la razón del hecho fue advertida de que era una operación secreta y que todos los vecinos se debían alejar o refugiarse en sus casas. Todos los establecimientos fueron cerrados. En el palacio presidencial había mucho movimiento y extrañamente entre los visitantes estaba el gallino Vargas conversando en privado con el primer mandatario. Se esperaba que horas después llegara de Santander el coronel Matallana para hacerse al frente del esperado combate. En la casa Pineda ya Efraín González había sido informado de lo que pasaba y él dio instrucciones a la familia anfitriona para que se resguardaran en sus habitaciones de la parte de atrás. El estratega González dispuso todo en la casa para una vez más librar una dura batalla a muerte

Agarrado a su ametralladora Maudsen y terciadas al cinto varias pistolas y un revólver, fue quitando los seguros de todas las ventanas que daban a la calle y dejándolas entre abiertas. Bajó a la puerta principal y la trancó con algunos muebles pesados y las reforzó con gruesas varas de madera y fierros contundentes. Corrió al teléfono y marcó muchas veces a la “Capitana” María Eugenia, hija del expresidente Gustavo Rojas Pinilla, infructuosamente. Otras llamadas a políticos varios y algunos al enterarse de quien era colgaron el auricular. Ahí estaba solo el hombre más peligroso de Colombia en esa era de violencia, listo para responder como solo él lo sabía hacer. Al medio día, las calles adyacentes estaban llenas de curiosos inamovibles y vehículos de la radio y la televisión se habían apostado frente al lugar de los hechos. De alguna manera un periodista se enteró de quién era el objetivo en ese momento e inmediatamente corrió la noticia como reguero de pólvora: El ejército allí se iba a enfrentar al reconocido bandolero ¡Efraín González Téllez!

Final del operativo. Fotografía, Bogotá Antigua.

Radiada la noticia, fue llegando ese río humano que participó como testigo de los hechos. El mundo ya anunciaba la batalla frontal. A las dos de la tarde se escuchó: “Somos el Ejército Nacional, y le ordenamos a Efraín González que se entregue con sus hombres, o los vamos a atacar”. La respuesta fue definitiva: “Háganle a ver, hijueputas, ¡que aquí lo que hay es con qué!” El bandolero hizo los primeros disparos contra la tropa desde una ventana, pasó a la otra y siguió disparando, luego sucesivamente desde todas las ventanas él continuó disparando con una agilidad sorprendente. Los oficiales de mando entendieron que serían unos ocho hombres por lo menos y comenzaron el contra ataque furiosamente. La batalla se extremó y así durante las primeras seis horas no paraba. Llegó por fin el coronel Matallana y asumió el cargo ordenando lanzar los gases lacrimógenos hacia el interior y al instante la familia Pineda se asomó con pañuelos blancos y se entregaron. Efraín atinó a meter la cabeza entre unas canecas con agua para minimizar el efecto de los gases y así continuar defendiéndose a plomo seguido.

“Era bravo el hombre
cuál los hombres machos
y los hombres machos,
pelean, no hablan”.

Pero, el coronel, arreció la pelea. Ordenó que se derrumbara la puerta y toda la soldadesca irrumpiera en la casa disparando en ráfaga continua. Ya el tanque de guerra había disparado más de cincuenta proyectiles contra la casa y el enemigo seguía atrincherado disparando ahora a pistola pues la munición de la Maudsen se agotó. El Ejército ya había sumado 5.000 municiones

Escuchó González que tumbarían la puerta y entraría todo el regimiento y aprovecho la oscuridad de la noche para salirse por la barda al lote continuo y meterse entre el gentío. Al ver de cerca a un soldado desprevenido, quiso tomarlo como rehén y así condicionar su escapada: era el soldado Bejarano, este vio que una sombra grande se le abalanzaba y de inmediato le asestó un culatazo que le pegó en la cabeza a Efraín, quien cayó al piso y el soldado le pegó un par de tiros y al llegar a ellos el coronel Matallana, sacó su pistola y le pegó el tiro de gracia a González en la frente. Fue el remate del exterminador Matallana, que le valió el grado de general.

Los restos del bandolero fueron a parar a Yopal.

El Gallino Vargas murió en 1975 en Houston, Estados Unidos.

El General Matallana murió en 2003.

Henry Forero Cañón.

Apoyado en Texto U. del Rosario
Testimonios de Pedro Claver Téllez
Jairo Mateus, historiador de Santander
Narración popular
Conocimiento directo. 

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

CON EL LLANO EN EL CORAZON, Una remembranza del Coronel Eduardo Román Bazurto.

 


Quiero compartirles esta remembranza inédita del Coronel Eduardo Román Bazurto, escrita por su sobrino escritor, Celso Roman, la cual obtuve a través de Carlos Román, también sobrino de el Coronel.

CON EL LLANO EN EL CORAZON

Una remembranza del Coronel Eduardo Román Bazurto

El Coronel Eduardo Román Bazurto llevaba las sabanas orientales en su corazón. Acaso lo que su espíritu vislumbró el Miércoles 27 de Junio antes del mediodía, fue su propio Diosonamuto o Camino de Dios. 

Dice la leyenda indígena que el dios Kubei tenía que ir hasta los raudales de Maipures en busca de Jumenerrúa, su mujer, quien había sido robada con engaños por el dios Kúkuli. Desconsolado se sentía Kubei, pues no sabía nadar ni tenía canoa, pero dos monos blancos le mostraron el camino. La senda partía de los raudales de Maipures en el Orinoco, bordeaba la margen izquierda del río Vichada, en dirección al sur occidente, rodeaba y descabecereaba torrentes, caños, y afluentes de los Ríos Tuparro, Tomo, Muco, y Manacacías, por Gualabó y Corocito. Recorría las inmensas sabanas orientales sin tener que atravesar corriente mayor, alcanzaba la orilla derecha del Meta hasta el actual San Martín de los Llanos, cruzaba el caño Camoa y remontaba el piedemonte de la cordillera oriental hasta llegar al territorio muisca en el altiplano. 

El Coronel pudo ver el mundo que tanto amaba como era al principio, con los ojos del Padre Joseph Gumilla en 1740, cuando el Jesuita remontó el Gran Orinoco hasta el río Meta y las sabanas de Casanare, para describir los dilatados llanos, que interrumpidos con muchos ríos, vegas y bosques, forman un bello país, siempre ameno y verde, sin despojarse árbol alguno de sus antiguas hojas, hasta vestirse primero de verdes y pomposos cogollos.

La vida rebosaba en esa tierra de indígenas Achaguas, Guahibos, Sikuanis, Jiraras, Tunebos y Betoyes, entre muchas otras naciones, que a lo largo del Camino de Dios, en los mercados nativos intercambiaban innumerables plantas y animales que el Padre Gumilla calificó de generosa abundancia para alabar al Creador. En ellos se negociaban vasijas de cerámica, pájaros, miel, perros mudos, oro, pieles, carne de monte, y aceite de huevos de tortuga, productos que llegaban hasta los muiscas del altiplano, quienes dominaban el mercado de la sal, las esmeraldas y las mantas de algodón. La moneda era la Quiripa, una tira de conchas pulidas de una almeja de agua dulce.

Entonces el mundo era hermoso y reciente, creado por la gran Anaconda que trazó el serpenteante cauce de los grandes ríos de la sabana y luego subió al cielo para convertirse en el inmenso reguero de estrellas de la Vía Láctea, la misma que los nómadas –armados de arco, flecha, y lanza- contemplaban en sus largas marchas por pajonales de la estatura de un hombre, siempre en fila y llevando sus enseres en grandes canastos.

Se dice que todo ser humano, en circunstancias especiales puede ver el universo entero, y el Coronel Román, recorriendo su Camino de Dios pudo ver la transformación de las llanuras orientales. Contempló la llegada de los europeos y con ellos las enfermedades que diezmaron la población indígena, la esclavitud que vino a aherrojar los espíritus que vivían en la libertad del nomadismo, la nueva religión, y animales desconocidos: las reses y los caballos que se adaptaron a la vida en las sabanas y engendraron razas criollas de variopintos colores.

Vio a Don Pedro Daza Mexia, salir de la ciudad de Tunja, a comienzos del año de 1585 para adentrarse hacia Oriente, descender el piedemonte de la cordillera y arribar a la llanura por el sitio conocido como el Alto de los Farallones, donde el río Cusiana rompe el llano. Ese mismo año aplicando las leyes de la Corona en tierras nuevas, estableció la ciudad de Medina de las Torres, y el 29 de septiembre de 1588, fundó Santiago de las Atalayas, para que fuese una villa con carácter de fortaleza, desde donde se pudiesen atalayar las riquezas del Dorado, y así surgió la Provincia de los Llanos de Casanare.

Se halló luego al nacimiento de la cultura llanera, cuando españoles, indígenas y criollos forjaron un nuevo ser humano, con la vida centrada en la ganadería, forjada en las haciendas de los Jesuitas –también llamadas reducciones-, verdaderos centros de producción agrícola y ganadera, donde los nativos fueron catequizados en la fe de la cruz, y aprendieron numerosas artes, entre ellas las del vaqueo o caballiceo del ganado cimarrón, las de la guerra, y las de la música –allí aparecieron el cuatro y el arpa llaneros-.


En la panoplia del tiempo el Coronel Román presenció el surgimiento de asentamientos de sonoros nombres como Caribabare, Tocaría, Cravo, Xigxigua, Apiay, Surimena, Macuco, Curanabe, y Casimena, dados a las haciendas que tuvieron el monopolio de la sal, el ganado en pie, los cueros, el sebo, y la carne. Conoció también el fin de ese emporio comercial en 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la Nueva Granada por orden del rey Carlos III, bajo la acusación de haber sido los instigadores de los tumultos populares en España, conocidos como el Motín de Esquilache.

Desde entonces en la Provincia de Casanare quedó el campo abierto para que se consolidaran los hatos, fundos o haciendas de las sabanas, y nacieran los recios jinetes llaneros –centauros de largas lanzas-, que en 1816, durante la guerra de Independencia, prestaran a Bolívar su valor para edificar nuevas naciones.

Al Coronel le fue dado contemplar su propio origen, cuando sesenta años después de la gesta libertadora, en medio de las montañas de Villeta en Cundinamarca –la comarca donde habita el cóndor-, nació un guerrero de espíritu libertario, el General Celso Román Figueroa, quien llegaría a ser un héroe liberal de la Guerra de los Mil Días, acaecida entre 1899 y 1902.

El hilo de vida de su sangre empezó a tejerse diez años después de finalizada la contienda, el 14 de Diciembre de 1912, día en que el General Román contrajo matrimonio con Franquelina Bazurto León, en la Hacienda Pekín, situada en la zona cafetera de Viotá, al pie de la serranía conocida como la Cuchilla de Peñas Blancas, antiguos dominios de los guerreros Panches.

El General y Frankelina llegarían a tener diez hijos. El segundo de ellos nació en Bogotá el 14 de Septiembre de 1914 –dos meses después del comienzo de la Primera Guerra Mundial-, y acaso predestinado para la vida militar, recibió el nombre de origen germánico Eduardo, que significa ejército glorioso, y guardián de tesoros. La ceremonia de bautizo se llevó a cabo en la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, en Viotá. 

Por su Diosonamuto o Camino de Dios, el Coronel Eduardo Román se vio muy joven, ingresando a la Escuela Militar de Cadetes y graduado como Subteniente el 1° de Diciembre de 1937, y comprendió que había visto las sabanas orientales desde hacía muchos años, a través de los ojos de su padre, el General, quien después de la guerra civil se dedicó a administrar haciendas y negociar ganados en los llanos, llevando arreos por las enrevesadas trochas de los indios que se transformaron en caminos de herradura, hasta los cebaderos de Cáqueza y luego al matadero de Bogotá.

Eran tan difíciles las condiciones, que para poder alcanzar las alturas de la cordillera, las reses debían ser calzadas con chocatas o alpargatas de cuero o fique para que soportaran las ásperas y afiladas piedras de los difíciles caminos desde Villavicencio, ascendiendo por los riscos del Chirajara. Supo que les calzaban sólo tres patas para que conservaran en una la sensibilidad que les permitiera reconocer el suelo, y así evitar que se desbarrancaran por los precipicios.


                           Coronel Eduardo Roman Bazurto (derecha), junto a don "Pipi" Reyes.

Cuando el General fue nombrado Intendente del Meta, era un extraordinario jinete, hombre de campo, que toreaba parándose como un botalón delante de los novillos cimarrones, los mautes de explayados y peligrosos cuernos.

Acaso por esa herencia paterna, el Subteniente Eduardo Román escogió la rama de la Caballería para iniciar su carrera militar en Sogamoso, vinculado al grupo “Carvajal”. En esa ciudad recibió el llamado del amor, cuando conoció a Sofía Roselli Quijano, una bella joven de familia conservadora –la pasión no reconoce límites políticos ni fronteras ideológicas- con quien se casó el 13 de Mayo de 1938, antes de ser trasladado al grupo de Caballería “Cabal”, situado en Tame, Arauca, donde sus vínculos con el llano se afirmaron aún más. Fruto de la ternura de Eduardo y Sofía fue el nacimiento de sus dos primeros hijos, Luis Eduardo el 24 de Marzo de 1939, y Jorge Augusto el 21 de Junio de 1940.

El 20 de Diciembre de 1943 después de haber sido trasladado al grupo de Usaquén, recibió su ascenso a Teniente efectivo, y gracias a su excelente desempeño académico, en 1944 fue invitado al Curso Avanzado para Oficiales de Caballería en Fort Riley, Kansas, Estados Unidos.

Mientras tanto, el mundo y el país no salían de las espirales de las guerras, pues la Segunda Guerra Mundial se había iniciado en 1939, y Colombia se polarizaba entre gobiernos liberales y conservadores cada vez más radicales, que arrastraban a sus correligionarios hacia un vórtice de intolerancia y agresión visceral que empezó en 1930 y se generalizó como la violencia.

En medio de la zozobra de desestabilización institucional, de rumores de complot y golpe militar, el Teniente Román fue ascendido a Capitán el 9 de Abril de 1945. Exactamente tres años después, el 9 de Abril de 1948, la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán habría de ser el detonante del estallido que acabó de dividir al país amenazando con enviarlo al abismo.

Transitando por su Camino de Dios, Eduardo Román pudo revivir –como testigo presencial de los hechos-, los difíciles momentos que llevaban el país hacia una guerra civil no declarada: después de tres días de sangre y fuego, el Gobierno licenció la fuerza de policía en su totalidad, y el ejército fue encargado de mantener el orden, y para ello se creó la Policía Militar. El coronel Régulo Gaitán fue nombrado director, y a su vez encargó del entrenamiento de la nueva fuerza al Coronel Willy Hollman Restrepo, quien entre otros colaboradores, llamó al capitán Eduardo Román Bazurto.

La violencia creció cuando el gobierno conservador incorporó cuerpos policiales fanáticos que -por provenir del pueblo de Boavita y la vereda Chulavita, de Boyacá- fueron tristemente conocidos como chulavitas, con autonomía y carta blanca para saquear, y exterminar opositores con la consigna de tierra arrasada a sangre y fuego, que matar liberales no es pecado. Como consecuencia, los perseguidos empezaron a emigrar  hacia las sabanas de Oriente para incorporarse a la revolución del llano, tomar el poder en pueblos y municipios y organizar la defensa de sus vidas.

Pero mientras la violencia campeaba en el país, el amor volvía a visitar el hogar de Eduardo y Sofía, con la llegada de  María Mercedes el 28 de Septiembre de 1945, y de Rafael el 9 de Noviembre de 1948.

En esos cruentos años el día 1° de Julio de 1950 el Capitán Román fue ascendido al grado de Mayor, en condición de combatiente, cuando estaba vinculado al grupo de Caballería “Páez”, con sede en Tame y luego en Sogamoso, lo cual le granjeó amistades con los llaneros, cuyas razones de rebeldía las cantaba el corrido guadalupano: “Toma posesión del mando / el partido conservero. / Instala sus chulavitas / con entusiasmo y esmero. / Recorren todos los campos / buscándole el paradero. / A los pobres liberales / que sólo tiemblan de miedo, / los obligan a voltiarse / y les roban su dinero…

Pero fue la buena suerte / y el ánimo del llanero. / Como hombres de conciencia /se oponen contra el gobierno. / Muchos hombres valientes / al ver humillado al pueblo. / Se bajan al Casanare / y organizan su refuerzo. /Atacan en varias partes / a las gentes del gobierno. / Para defender la vida / de los hombres indefensos…

Las guerrillas son pequeñas / con unos pocos llaneros. / Con escopetas de fisto / y el parque entre sus polleros. / Van corriendo la llanura / montados a puro pelo. / Y asaltan en los cuarteles / a chulavitas embusteros…

Para el Mayor Eduardo Román –hijo de un héroe  liberal de la Guerra de los Mil Días, que estuvo a punto de ser fusilado cuando los conservadores lo hicieron prisionero-, esa situación significó un verdadero dilema, que lo llevó a proponer a los oficiales colombianos un plan de pacificación para el subsector de los llanos a su cargo.  El propósito era promover un armisticio humanista que no toleraría ni la rebelión armada, ni la represión. Eduardo argumentaba que no existen fundamentos para desatar la crueldad y la represión y lanzar al pueblo a la miseria, la revuelta y sabe Dios a  qué graves desenlaces. 

Muy pronto la brisa llevaba la noticia de la presencia en El Yopal del Mayor Román con su escuadrón de soldados, casi todos llaneros, clamando por comprensión para pacificar la sabana sin violencia ni retaliación, lo cual hizo que se ganara la estima de los habitantes del Casanare.

El valor de sus ideas quedó demostrado cuando los altos círculos gubernamentales y militares lo retaron a salir del cuartel sin escolta, y una mañana emprendió camino desde El Yopal, apenas con unos pocos hombres, hacia la fundación de Las Gaviotas, sobre las costas del Cusiana, de propiedad de sus cuñados conservadores, los Roselli Quijano. El hato se hallaba abandonado desde el saqueo a que fue sometido por los guerrilleros de Maní, que carnearon las reses y asolaron la casa de la hacienda. Con el dinamismo heredado de su padre, el Mayor impuso el orden, reorganizó la producción y al poco tiempo el hato de Las Gaviotas estaba funcionando normalmente. A este notable suceso debe agregarse el hecho de que durante su estadía en la fundación, el Mayor Román recibió la visita de un grupo de rebeldes.


En este recorrido por el Diosonamuto o Camino de Dios de su vida, Eduardo Román comprendió  que su propuesta pudo haber contribuido a la paz, pero desafortunadamente fue rechazada por sus superiores al considerarla utópica, y su plan fue descartado por el Ministro de Guerra Roberto Urdaneta Arbeláez y por el Presidente conservador Laureano Gómez, quienes continuaron permitiendo los peores excesos de los cuerpos policiales uniformados.

Como si los planeamientos del Mayor Román fueran demasiado incómodos, el 1° de Febrero de 1951 fue trasladado al otro extremo del país: al grupo “Rondón”, en Buenavista, Guajira, donde recibió la medalla al Mérito “Francisco José de Caldas”, por su primer puesto en el estudio siete años antes. Fue allí donde nació Guillermo, el quinto hijo de Eduardo y Sofía, el 25 de Junio de 1951.

Al año siguiente, el 22 de Julio de 1952 ocurrió un desafortunado accidente en cumplimiento de una orden de servicio cuando con un grupo de oficiales examinaban algunos explosivos aparentemente defectuosos, en el sitio llamado paradójicamente El Silencio, en la margen derecha del río Ranchería. La primera carga de TNT dio resultados negativos, pero la segunda, con un estopín supuestamente apagado, hizo explosión cuando el Mayor la manipulaba, destrozándole la mano derecha y causándole heridas por todo el cuerpo. En esta perspectiva de recorrer de nuevo su propia vida por el Camino de Dios, Eduardo Román supo que se había salvado de milagro, y que ese todavía no era su final, pues el destino le tenía reservados grandes acontecimientos.

El muñón fue ligado de emergencia por los médicos del Grupo, y de inmediato ordenaron su traslado a Valledupar y de allí al Hospital Naval de Cartagena, siempre acompañado de su amada esposa Sofía. En La Heroica recibió la visita de su hermano Enrique, a la sazón alumno de la Escuela Naval de Cadetes, quien después de la operación lo encontró sereno, sin quejarse, sonriente y optimista con un comportamiento de espartana valentía, como él lo recuerda en sus memorias. El periplo de recuperación del accidente continuó en el Hospital Militar de Bogotá y luego en Rochester, Estados Unidos, para acondicionarle una prótesis funcional.

En Mayo de 1953 regresó con una mano artificial -destinada a ser usada en actos oficiales y fiestas-, que nunca sacó de su estuche, pues en su lugar utilizó siempre un gancho articulado que dominaba a la perfección, y que le hizo famoso entre sus numerosos parientes, admiradores y amigos. Un mes después del retorno de Eduardo de los Estados Unidos, el 13 de Junio de 1953, el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla tomó el poder mediante un golpe militar –llamado  de opinión por ser acordado con los líderes liberales y conservadores-, en un intento por lograr la paz en medio del conflicto que desangraba a Colombia, desatando hechos y situaciones en las cuales el Coronel Román sería protagonista de primer orden.

La Orinoquia era en ese momento un territorio donde los guerrilleros se habían hecho militarmente fuertes, y atendieron la oferta hecha por el nuevo gobernante de facto, quien decretó un cese al fuego unilateral de las fuerzas armadas, para iniciar el proceso de paz. El 22 de julio de 1953 las guerrillas liberales del llano, lideradas por Guadalupe Salcedo Unda, ordenaron a su vez un cese de hostilidades.

A comienzos de Septiembre, el jefe de los insurgentes se presentó en un puesto del ejército ubicado en Monterrey, Casanare, con 300 hombres y el 15 del mismo mes firmó la paz con el gobierno nacional. Oficialmente, al llegar Octubre, se habían entregado más de 2.000 combatientes con sus armas. Diez meses después del cese de hostilidades, el 13 de junio de 1954, el gobierno de Rojas Pinilla promulgó el Decreto 1823, declarando la amnistía para todos los delitos políticos cometidos antes del 1º de enero de 1954 con motivo de la violencia partidista, y se indultó a todas aquellas personas procesadas o condenadas por esos punibles.

En su recorrido por su Diosonamuto o Camino de Dios, Eduardo recuerda que la paz parecía haber llegado, con los líderes revolucionarios retornando a su vida de llaneros –Guadalupe se retiró a su finca Guariamena, en Orocué-, pero después de la guerra un sinnúmero de combatientes, por diversas razones quedaron inconformes, y muchas armas y municiones permanecieron sin entregar.

Durante ese año, el Mayor Román se vio a sí mismo recibiendo  dos condecoraciones: por sus 15 años de servicio, y la orden del Mérito General José María Córdoba; obtuvo su ascenso a Teniente Coronel el 1º de Julio de 1954, y a partir del 1º de Octubre del mismo año fue aceptado su retiro. Había servido con honores a su patria durante 23 años, 8 meses, y 26 días.

Al mismo tiempo el amor volvía a hacerse presente en el hogar de los Román Roselli con el nacimiento de  Sofía Franquelina el 21 de Septiembre de 1955, y como si en ella también tomara vida otro milagro, en el Casanare surgía un lugar destinado para grandes alegrías y tragedias del futuro Coronel Román: el municipio de Aguazul, que empezó a existir mediante el decreto 295 de 1954, y fue ratificado nuevamente en abril de 1956. Como parte del prodigio, se dice que su nombre provino de un enorme pozo en el río Unete, cuyas aguas, con el Sol del mediodía reflejaban el cielo sin nubes, como si los dioses hubiesen engastado en el piedemonte una joya de lapislázuli líquido, donde los habitantes disfrutaban de una muestra del paraíso.

Ese rincón de sabana lo reclamó como uno de sus hijos predilectos, pues después de haber logrado recuperar con éxito el hato de Las Gaviotas de sus parientes Roselli, con el dinero recibido por sus prestaciones por retiro de las fuerzas armadas y la indemnización por la pérdida de su mano derecha, el Coronel adquirió un globo de terreno al que bautizó El Guarataro, por el árbol que la ciencia clasificó con el nombre de vitex orinocensis –árbol casto de la Orinoquia-, con cuya madera se hacían, desde los tiempos de las reducciones jesuíticas, los estacones para sujetar los cueros de las vacas, los postes para los encierros del ganado llamados corrales de palo-a-pique; además de fabricarse jabón con la ceniza de su madera y el sebo de las reses, con el corazón del tallo del Guarataro se destilaba el minche, un aguardiente criollo.

El Coronel Román y su familia tenían por fin un lugar para echar raíces, pero la situación política de Colombia se caldeaba por los excesos del dictador, acaso obedeciendo al viejo principio enunciado por Maquiavelo y retomado por Lord Acton en 1887: el poder corrompe, y el poder total corrompe totalmente.

El domingo 29 de enero de 1956, la hija de Gustavo Rojas Pinilla, María Eugenia de Moreno y su esposo, fueron abucheados en Bogotá durante una corrida en la plaza de toros de Santamaría, en contraste con la ovación ofrecida minutos antes a Alberto Lleras Camargo, líder de la oposición liberal al régimen. La represalia llegó el domingo siguiente, cuando el gobierno compró miles de boletas para sus detectives del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) y policías de civil. A quienes se negaban a vitorear a María Eugenia, o coreaban Lleras sí, otro no, los agentes los molían a palos, a golpes de porra, y a puntapiés, y después los lanzaban por las graderías del circo. Nunca se pudo precisar el número exacto de muertos y heridos en aquella corrida de toros.

 La crisis de la dictadura de Rojas Pinilla continuó agudizándose con hechos de despotismo como la censura de prensa, la represión de manifestaciones estudiantiles con numerosos muertos, y el deseo de perpetuarse en el poder creando un nuevo movimiento político populista conocido como la Tercera Fuerza, lo cual llevó a que los dos partidos tradicionales le retiraran el apoyo. Como consecuencia de esta situación, el 10 de mayo de 1957, el dictador se vio obligado a entregar el poder a una Junta Militar que allanó el camino para constituir un Frente Nacional que habría de gobernar el país durante cuatro períodos presidenciales: dos para los liberales y dos para los conservadores.

El Coronel Román se mira a sí mismo en este recorrido por su Camino de Dios, y vislumbra un tiempo feliz en el campo, con amaneceres plenos de cantos de pájaros, en un entorno donde la vida silvestre encontraba refugio –prohibido cazar venados, lapas o chigüiros en el Guarataro, que se sepa que animal de monte o marisco que entre a mis tierras, nadie los puede matar, solía decir con su estruendosa y alegre carcajada-. Con el gancho que reemplazó su mano derecha, y una colección de navajas, cuchillos de talabartería, chiflas, media lunas, leznas, y herramientas de repujado, hacía las correas de los aperos y las fundas para sus armas, reliquias de la vida militar.

Pero su destino no podía ser el de un tranquilo Coronel retirado, a quien Ivonne Martínez recuerda como

un hombre que irradiaba gallardía, carisma, lealtad y simpatía… un príncipe con las damas, el mejor amigo de los amigos, … enamorado del llano y de su gente, que dejara correr el tiempo rodeado por sus hijos, viendo crecer sus árboles y proliferar sus ganados, porque las secuelas de la violencia llegaron a Aguazul.

El bandolerismo surgió como un incendio en la sabana reseca, conducido por cabecillas con desafortunados alias como Mata Cinco, Curarina, Malasombra, Carediablo, La Comadreja, Pasolento, y Veneno, entre otros, muchos de ellos exguerrilleros que se dedicaron a sembrar la zozobra y el terror, generando una ola intolerable de hurto, pillaje, abigeato, extorsión y asesinato.


Llegaban malas noticias como el robo de 260 cabezas del hato Las Mercedes, que los cuatreros negociaron a lo largo de la carretera del Cusiana, y se supo de algunas que llegaron hasta las haciendas de Virolín, en Santander, donde desaparecieron en los inmensos bosques de robles, que con sus taninos tiñen de rojo las aguas de las quebradas. De la hacienda La Porfía se esfumaron 150 novillas Cebú traídas de Santander hacía menos de mes y medio, y después se supo que habían entrado a Venezuela por Saravena, tras 30 días de marcha; que en la Macolla Bernalera de don Jesús Bernal Estepa, se llevaron 500 reses, y solamente retornaron 20, que se devolvieron desde el río Meta buscando la querencia, y traían los hierros alterados, sobrequemados para ocultar los originales, y con los cascos de las manos despuntados para que se les dificultara el caminar. Todos los hatos y los fundos, grandes y pequeños sufrían el saqueo, de manera que en cada trabajo de llano el número de animales disminuía, en vez de aumentar, como sucedía en tiempos normales.

La mañana en que le llegaron al Coronel con la noticia de que le habían robado del Guarataro una mula finísima, de paso castellano –como las que criaban los cartujos para que cabalgaran los Papas-, obsequio de sus parientes Roselli cuando les recuperó el hato de Las Gaviotas, Eduardo Román comprendió que no se podía quedar con los brazos cruzados ni haciendo correas para los aperos.

Como si se tratara de una operación militar de emergencia, citó a las gentes honestas de Aguazul, para decirles que la única manera de proteger lo que habían conseguido horadamente, era buscar la unión para crear la fuerza, carajo, pues.

Y así fue como el Coronel organizó un Servicio de Seguridad Ciudadana cuyos primeros integrantes fueron dueños de hatos, encargados, hijos de unos y de otros, vaqueros muy diestros, que decidieron actuar. En 15 días habían recuperado 500 cabezas de ganado y capturado 30 delincuentes, que con las correspondientes denuncias fueron llevados a la cárcel, sin embargo, la respuesta de la autoridad fue deprimente: en menos de 20 días los cuatreros estaban libres.

A pesar de esos reveses, muy pronto los ganaderos de Maní que padecían los mismos flagelos, conocedores de los buenos resultados obtenidos en Aguazul, lo invitaron a colaborarles, y se dirigieron al Coronel considerando que por sus actuaciones siempre honestas, su limpia trayectoria, su gran prestigio y su completo conocimiento y comprensión del pueblo llanero, es Ud. la persona más indicada para dirigir la campaña.  Se pidió apoyo moral al ejército y el  comandante del grupo Páez, conocedor de la integridad moral de esos ciudadanos, avaló sus acciones, y paulatinamente se llegó, con sólo unos pocos hombres, a sanear de abigeos totalmente al Casanare.

El resultado de la exitosa iniciativa de control de la delincuencia llevó a que la Federación de Ganaderos de los Llanos Orientales solicitara una cooperación más formal al nuevo Presidente de la República, Doctor Alberto Lleras Camargo –elegido por el Frente Nacional para el período 1958-1962-, y el apoyo se concretó en el envío de 60 carabineros, oriundos de la región, y quienes ya habían actuado como Guardias Civiles en el Servicio de Seguridad Ciudadana, y quedaban destinados a continuar el combate contra el robo de ganado y apoyar la formación de nuevos agentes rurales.

En ese recorrido de su vida por su Camino de Dios, el Coronel Román vio el continuo aumento de su prestigio y liderazgo, que se concretó en su nombramiento como Prefecto del Casanare en 1959, y cómo su gestión permitió que en ese mismo año se creara un cuerpo especial, como una rama operativa del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), inspirada en los estatutos de la Real Policía montada del Canadá, y similar a los célebres Rangers de Texas, con el nombre de Rurales del Llano. Ese cuerpo se encargaría de ejercer labores de prevención y supresión del abigeato, avocar investigaciones de delitos comunes en materia de policía judicial, y cooperar al mantenimiento del orden público, bajo la dirección del Gobierno y en coordinación con la Policía Nacional. Por ser una milicia rural, entre sus funciones estaban también el dar aviso oportuno de epidemias que se presentaran en los ganados, ayudar a tratar los semovientes afectados, y desarrollar labores tendientes a mejorar el bienestar social de los habitantes de la región bajo su cuidado.

Como Jefe de Sección quedó nombrado el mismo Coronel; el Subjefe de Sección fue su gran amigo Pío Lelio Ortegón; contarían además con un piloto de Aviación –el Capitán Cicerón Guauque Cuervo-, un mecánico de aviación y dos mecánicos automotrices, ya que los puestos de los rurales quedaban dotados con vehículos automotores, lanchas rápidas, equipos de transmisiones para comunicación permanente, y caballada.


Como personal operativo contarían con 31 detectives Rurales de Primera Categoría y 50 de segunda categoría, armados con las legendarias carabinas Winchester de repetición 30-30, escopetas Savage del calibre 12, sub-ametralladoras Madsen calibre 9 mm, revólveres Magnum 357, y Smith & Wesson 38 largo. El nuevo cuerpo de lucha contra la delicuencia podía movilizarse por los cielos del llano, y actuar con la mano de la Ley en las grandes extensiones de las sabanas y en las costas de los enormes ríos que deslumbraron a Gumilla y a Brisson cien años atrás; los rurales seleccionados debían ser excelentes jinetes, conocedores de las faenas de vaquería y los trabajos de llano, hábiles nadadores, capaces de soportar duras faenas, en cualquier clima y a cualquier hora del día o de la noche. Eran guerreros con el mismo temple de los que acompañaron a Bolívar en la lucha por la Independencia.

Su radio de acción sería la Orinoquia completa: el Departamento del Meta, la Intendencia del Arauca, la Provincia de Casanare, anexa a Boyacá, y las Comisarías del Vichada y el Vaupés, en una extensión de 366.489 kilómetros cuadrados y una población aproximada de 127.290 habitantes.

El éxito fue indudable, y muy pronto la fama de los Rurales del Llano hizo que empezaran a llegar los recomendados de los políticos, como en una ocasión en que se presentaron 80 candidatos, que fueron sometidos  a examen y solamente pasaron diez. Cuando llegaron las protestas de los caciques electorales, el Coronel Román simplemente les respondió con una sonrisa: su recomendado no pudo atravesar a nado el Río Cravo Sur, no sabe enlazar ni montar un potro chúcaro, no entiende de hierros de marcar ganado, no tiene ni idea de manear una res, mucho menos de tumbarla, y así no me sirve, carajo, pues.

 Mientras en la Orinoquia los rurales mantenían a raya la delincuencia, en otras partes del país, como el Tolima, el Huila, el Caquetá, y el Magdalena Medio, las cuadrillas de bandoleros sembraban el terror al mando de Sangre Negra, Desquite, Pedro Brincos y Ave Negra. Esas circunstancias hicieron que los rurales del Coronel Román fueran invitados a asesorar fuerzas locales e incluso actuar con éxito en algunas regiones, haciendo uso de la estricta preparación de los hombres, que amparados en el factor sorpresa lograron excelentes resultados, demostrando que unos pocos agentes bien preparados, podían ser más efectivos que complejas operaciones militares a gran escala que eran fácilmente detectadas por el enemigo, dándole la razón al Coronel, quien con su amplia sonrisa decía para cazar ratones es más efectivo un gato que un elefante, carajo, pues. 

Recuerdo de esos buenos tiempos de triunfo fue el corrido escrito por el detective Carlos Armando El Pato Vega, y  musicalizado e interpretado por Hugo Nicolás El Sute Díaz, estrenado en la Escuela de Aguazul, y en el cual se expresaba el profundo significado que cobró para la comunidad la fuerza de los Rurales del Llano:

 Pa’ cantar este corrido / se necesita valor, / el alma de un florentino, / el verbo de un trovador…/ Soy nacido en la llanura, / se me hincha el pecho de honor, / soy un hombre recorrido, / soy alegre y cantador.

 Como todos los rurales / que son de la institución / la justicia es nuestro lema,  / luchamos por la razón / combatiendo el cuatrerismo, / al abigeo y al ladrón… / Nuestro pecho al descubierto / lo ofrecemos con furor, /luchando con valentía / por salvar esta nación.

Los RURALES DE ROMÁN / dan al pobre protección / y castigan al malvado / que se esconde en la región. / Pongan cuidado, asesinos, / ponga cuidado, ladrón, / que el paso de los rurales / les puede dar un temblor / de los pies a la cabeza / que les llega al corazón.

Yo les pregunto y les dig deo, / les hago interrogación: / ¿Por qué el bandido se esconde / cuando nombran comisión? / Si no contestan les digo / por si les falta valor,  / que huyen es por ser cobardes / de un rural castigador / que es apoyo de humilde / y azote del vividor.

Ya va amaneciendo el día, / ya viene saliendo el Sol / a lo lejos un rural / va cumpliendo su misión… / va exponiendo vida y bienes / bajo el amparo de Dios, / va jineteando un caballo, / va sobre un recio potrón.

En la cintura, sus armas, / en la cabeza, el alón… / lleva su pecho bravío / sobre el inmenso verdor, / sobre los bancos del llano / que es paisaje y esplendor.

En la llanura, la palma / en el monte, el ruiseñor, / en los esteros las garzas, / en la noche, el silbador / y de los hombres valientes, / rurales con pantalón.

¡Que viva mi Coronel, / que viva la institución, / que viva mi Capitán / y mi Teniente Ortegón!

Como ninguna alegría es para siempre, a pesar de los éxitos logrados, en 1966 el nuevo presidente Carlos Lleras Restrepo nombró como Jefe del DAS al Brigadier General (r) Luis Etilio Leyva, quien centralizó en Bogotá el comando, quitó movilidad a los rurales al suprimir la avioneta y la embarcación, restringió el presupuesto e impuso numerosos procedimientos burocráticos para cualquier operación.

Dadas estos desafortunados hechos, el Coronel Román dijo a su Subjefe, el Teniente (r) Pío Lelio Ortegón nos dejaron maneados, así no me sirve el DAS, yo me retiro. Él simplemente respondió Yo también, y así se desencadenó el final de los Rurales del Llano. En Septiembre de ese mismo año, Eduardo presentó su renuncia formal, franca, directa, sin dobleces ni diplomacia. Decía en su carta que prefiría retirarse antes que hacer un papel ridículo y pasivo detrás de un escritorio, sin iniciativa ni medios, por haber perdido todas las facultades, prerrogativas, independencia y autonomía, fijadas por decreto, cuando se creó la Jefatura de los Llanos Orientales.

Con estas renuncias, y minada la moral de los pocos detectives que quedaron, en 1968 se desmovilizaron los últimos. En una sobria ceremonia premió a sus tres mejores hombres: Reynaldo Becerra Bolívar, Augusto Albarracín, e Hipólito López Caballero, se entregaron las tarjetas de felicitación, las Menciones de Honor correspondientes, y el DAS Rural se acabó.  Las instalaciones en Aguazul se clausuraron y abandonaron; poco a poco fueron cubiertas por el deterioro, el rastrojo y el olvido.    

En el país la violencia continuó adquiriendo otras formas, y muchos de los que no se desmovilizaron cuando se pactó la paz de Rojas Pinilla, continuaron como movimientos ahora dirigidos ideológicamente por el partido comunista, propugnando una política de Autodefensa de Masas, y así surgieron células agrarias con el carácter de Repúblicas Independientes en el Sumapaz, Tierradentro, Riochiquito, Marquetalia, El Pato y Guayabero. Su acción se trasladó a la Orinoquia a través de oleadas de colonizadores, invasores de tierras y actores armados que volvieron a sentar sus reales y empezaron a presentarse nuevos casos de abigeato en una región donde ya no había rurales que ejercieran el control policial.

Al llegar el año 1973 nuevamente fue ofrecida la Prefectura del Casanare al Coronel Román, a quien los ganaderos pidieron ayuda, para que por su intermedio e influencia se restableciera el DAS Rural. Las gestiones se realizaron, se reinauguró la Escuela de Capacitación para Detectives Rurales en Aguazul,  y por unanimidad se le dio el nombre de Eduardo Román Bazurto, como homenaje a su fundador.

Desafortunadamente, para la inmensa extensión de las sabanas del Casanare, Arauca y el Vichada, solamente se autorizaron 170 hombres, en un momento en que el robo de ganado alcanzaba la cifra de cien mil cabezas al año, y la nueva fuerza ya no tenía la dinámica que le diera el Coronel Román en otros tiempos. A esto se sumó el hecho de que al año siguiente el Casanare se separó de Boyacá por Ley de la República, de manera que el nuevo territorio quedó a su suerte, pues el departamento suspendió los trabajos de electrificación y la dotación de escuelas, alegando que esas responsabilidades ahora correspondían al nuevo gobierno intendencial. Parece que los boyacenses quisieran arrancar hasta los cimientos de las construcciones que han hecho en territorio casanareño, fue el comentario del Coronel Román cuando se efectuaban los cambios administrativos para la independencia de la jurisdicción recién creada.

El Diosonamuto o Camino de Dios del Coronel ahora le mostraba los vertiginosos cambios del mundo, cuando renunció a la Prefectura para dedicarse a su amado terruño, donde inició el cultivo del arroz, actividad en la cual fue pionero; a la agradable casa de El Guarataro continuaron llegando prominentes hombres de Estado, científicos, artistas, investigadores, y periodistas que iban a consultar al Coronel Román las problemáticas de todo orden, pues seguía siendo el líder de los ciudadanos del llano.

Pero de nuevo el campo quedaba abierto para el retorno de diversas formas de delincuencia, y por enésima vez los ganaderos del llano recurrieron al Coronel Román, y fue cuando se fundó VIGILLANOS, una Guardia Rural financiada por la Federación de Ganaderos del Casanare y algunos del Meta.

El universo continuaba su irreversible movimiento, y los avatares de la vida cotidiana, los azares de las malas cosechas, las traiciones del clima, los altísimos costos de los insumos agrícolas y la severidad de los préstamos agrarios fueron enemigos más difíciles que las pandillas de abigeos y las bandas de cuatreros que sí había podido derrotar con sus Rurales.

El corazón del Coronel se vio sitiado por la inflexible Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la Sepultadora, la Invencible, la Inevitable muerte de las mil y una noches, y el Miércoles 29 de Julio de 1979, cerca del mediodía, un poco antes de cumplir 65 años, se derrumbó este árbol de Guarataro, y empezó el recorrido por su Diosonamuto, o Camino de Dios,  para volver a recordar toda su vida, y dirigirse hacia la llanura de luz, donde lo esperaba su hijo Jorge Augusto Román Roselli, el artista que se había ido a los 22 años, el 22 de Junio de 1962, llevado por una estampida de los caballos de la parca –los que había dibujado con carbones en una pared de la recién nacida Aguazul-. Con él estaban los amigos perdidos, los parientes amados, y los rurales fallecidos en acción, que le traían un caballo blanco, muy bien ensillado –como el que le llevaron al Guarataro para el desfile de fiesta cuando fue nombrado por primera vez Prefecto de Casanare-.  En ese momento entendió que el hogar es el lugar donde está tu corazón y levantó su brazo para saludarlos militarmente, y vio que su mano derecha estaba otra vez viva, completa, y comprendió que por fin había llegado al final de su camino.

 

Celso Román, sobrino del Coronel

===================

Fuentes consultadas

       Becerra Bolívar, Reynaldo: “Rurales del Llano, Toda una vida al servicio de la comunidad”; Ediciones Pentandra, Bogotá, 2011.

       Barbosa Estepa, Reinaldo: “Guadalupe y sus centauros, memorias de la insurrección llanera”; Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional; Bogotá, 1992.

       Familia Román, varios autores: “Romanbranzas Pekín, un sueño hecho realidad”, Bogotá, Agosto 2013.

       “Diosonamuto El camino de Dios; tradición oral Sikuani”: Colcultura-Unillanos, 1990

        < http://www.youtube.com/watch?v=b3MNfrzO4U8>

       Gumilla, Joseph: “El Orinoco ilustrado, Historia natural, civil y geográfica de este gran río”. Tomos I y II; Biblioteca Popular de Cultura Colombiana; Publicación del Ministerio de Educación, Bogotá, 1944.

       Román Bazurto, Enrique: “El llanero entrañable, vida y obra del Teniente Coronel (r) Eduardo Román Bazurto, al servicio de los Llanos Orientales”; Barranquilla, 1995.

 

lunes, 2 de noviembre de 2020

UNA APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL FOLKLORE LLANERO (Ultima parte).




UNA APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL FOLKLORE LLANERO (Ultima parte).

Por:  Profesor JAIRO RUIZ CHURION 

Junio 5 de 2019.

Existen varios aportes muy bien logrados para apoyarnos en la investigación sobre el folklore llanero: el maestro Carlos "Cuco" Rojas, sanmartinero; el maestro "Cachi" Ortegón, casanareño; el difunto maestro Miguel Ángel Martín, araucano; son los nombres que se me vienen al recuerdo pero también el la ciudad de Bogotá, existen profesionales de la música, que sin ser llaneros de nacimiento lo son de corazón, han hecho investigaciones valiosísimas sobre la música, como el maestro "Beco", de la Universidad Nacional de Colombia, que me avergüenza no conocer o no acordarme de su nombre pero que lo tengo presente en el convenio Unillanos Colcultura que se ejecutó en los seminarios sobre el folklore llanero en esta ciudad de Villavicencio, como también al sacerdote agustino recoleto padre Ricardo Sabio, español de nacimiento y con el corazón en Casanare, con su libro Corridos y Coplas.

Ya hay bases importantes para comenzar las investigaciones; se requiere es la mano en el bolsillo de los entes que manejan la cultura en los departamentos llaneros. Sin ese recurso económico es imposible; hay que viajar mucho por las bibliotecas y archivos históricos de la región andina, que es donde se guardan todas las relaciones publicadas desde la época de la colonia. recordemos que Bogotá y Tunja fueron las dos ciudades que mantuvieron su autoridad sobre los Llanos colombianos. Y también tenemos que acercarnos al Archivo de Indias, en España donde seguramente vamos a encontrar bases extraordinarias para nuestro estudio en cuestión.



Para cerrar, no se puede pasar por alto el fenómeno venezolano llamado Juan Vicente Torrealba, que ya se ha dicho bastante sobre él y su aporte a la música llanera, dándole un cambio de trescientos sesenta grados al ritmo musical. Los puristas del folklore llegaron a llamar este fenómeno, despectivamente orquídea, en sus inicios; muy hermoso como parásita, pero hay que reconocer que el aporte de Torrealba persiste hoy día en las melodías llaneras colombo venezolanas.

JAIRO RUIZ CHURIÓN


viernes, 30 de octubre de 2020

EL CAMINO DEL CRAVO SUR.

 

Fotografía, Facebook Sogamoso Histórico.

EL CAMINO DEL CRAVO SUR.

Por: Vega Fernando (Facebook "Grupo SOGAMOSO HISTORICO")                                                                                                        

El Camino del Cravo Sur, es una antigua ruta de origen prehispánico, que tuvo usos prolongados en el tiempo, desempeñando un papel trascendental en los últimos 400 años de historia regional. Debido a que por medio de estos caminos pedregosos se forjó la integración regional y económica entre Boyacá y Casanare, a partir de allí se dinamizó el desarrollo de un amplio territorio en torno al intercambio y transporte de mercancías y productos de distinto orden -sal, ganados, productos dulces, entre otros-, con mercados cercanos o distantes.

Los últimos años de vida del circuito económico que funcionó por esta vía de comunicación -Sogamoso, Mongua, Sismosá, Labranzagrande, El Morro, Yopal-, se enmarca en la 1ra mitad del siglo XX, caracterizándose por las relaciones comerciales al interior del país, y a poblaciones fronterizas y sitios de mercados lejanos como Ciudad Bolívar en Venezuela, la Guayana, Europa y Norteamérica.

Fotografía, Facebook Sogamoso Histórico.

El Camino del Cravo Sur, contrae su nombre como hito geográfico de acuerdo al rumbo y orientación que tiene el Río -sur-, desde esta perspectiva los grupos humanos utilizaron aquella vía natural siguiendo el curso del agua; tránsito antiguo que se remonta a los tiempos de Bochica, de acuerdo a las descripciones de los cronistas como Piedrahita, Castellanos y Simón, en las que indican la creencia que los Muiscas tenían del antiguo humanizador, aludiendo que, Bochica provenía del Este, por “carreteras abiertas desde los Llanos a Sogamoso que tendrá como cien leguas de longitud, muy ancha, y con valladares y pretiles por una y otra parte”.

Fotografía, Prensalibre.com


Teniendo en cuenta la importancia de los ríos para avizorar nuevas tierras y para transportarse, podemos decir, que estos contactos directos entre los Llanos Orientales y el Altiplano Cundiboyacense, se consolidó por medio del conocimiento y uso que se hacía de los ríos que nacen en los Páramos del Departamento de Boyacá, los cuales, señalan una ruta desde las frías altiplanicies hasta las cálidas Sabanas Orientales o viceversa, aquella línea de ruta funcionó para demarcar el trazo del camino, que es acompañante al Río Cravo Sur proveniente del Páramo de Pisba con desembocadura en el Río Meta.

Fotografía, WorldPress.com

Cabe destacar que asignar dataciones de los caminos no es tarea fácil, puesto que, si lo observamos desde una perspectiva de larga duración, estos trazos han sido constantemente utilizados, transformados e intervenidos lo que desestima y daña los registros arqueológicos, que podrían servir para dar respuestas a incógnitas acerca del poblamiento de estas regiones, el proceso de complejización social a partir del intercambio y de la sedentarización de los grupos en estas áreas.

Por eso, la cuestión del uso de la antigua red vial desde épocas precolombinas, podemos situarlo, con base en los hallazgos arqueológicos e histórico-espaciales que se presentan en el área de influencia del camino o que han quedado registrados por medio de marcas, enterramientos, huellas, pictogramas y petroglifos -abundantes en las vertientes fluviales del Upía, el Payero, el Lengupá-, estatuaria, mapas, crónicas, descripciones de viajeros y demás. Así mismo, el camino por el Páramo de Pisba y del Cravo Sur, tienen puntos referenciales en las rutas, lugares con especial belleza paisajística, sitios que no podrían pasar desapercibidos a los grupos humanos de cualquier época.

Fotografía, WorldPress.com

*En el área de influencia del camino, se hizo el hallazgo de un complejo monumental estatuario, cerca de las llamadas salinas de Mongua – Sismosá y Sirguazá - fueron aprovechadas en tiempos precolombinos, y hasta hace unos años por campesinos que habitan dichas tierras en el presente.

Sin duda, el aprovechamiento mineral en la prehispanidad fue un poderoso factor que determinó el desarrollo del núcleo chibcha allí asentado. Es asociado con ocarinas, silbatos y restos cerámicos, por consiguiente y debido a su técnica, elaboración y estilo ornamental, corresponde a la tradicional industria alfarera chibcha de Sogamoso.


Tomado de: Facebook, GRUPO SOGAMOSO HISTORICO, publicado por: Vega Fernando.