viernes, 10 de mayo de 2024

¿QUE SE PARAN LOS PELOS???.....¡SE PARAN!!


¿QUE SE PARAN LOS PELOS???.....¡SE PARAN!!

Anécdota de un vuelo a Sogamoso, años sesenta.
Otra magnifica crónica escrita por el Cap. HUMBERTO LEON R. insigne piloto ex-Avianca retirado por edad, quien vivió la época de oro de los emblemáticos Douglas DC-3. Dejo plasmadas sus vivencias de toda su vida como piloto al mando de la mayoría de equipos de Avianca desde el DC-3 hasta el Jumbo 747, en una bitácora titulada "DETRAS DE LAS HELICES" que publicaba en la pagina de aviación virtual www.solaris.com, los cuales conservo como un tesoro. Con el permiso de el o de su familia, quiero dar a conocer estos escritos a través de los grupos en los cuales escribo, dándole su respectivo crédito.
¿QUE SE PARAN LOS PELOS???..........¡SE PARAN!!
por el Capitán Humberto León Ruiz.
El común decir de la gente, "¡Se me pararon los pelos!" Creía yo, que se trataba de un mero comentario sin ninguna clase de explicación; sin embargo, investigando científicamente, me enteré de que médicamente la tiene muy adecuada y real.
El sistema nervioso de cada persona, ordena a la misma, que emane internamente, ciertas sustancias en determinado momento de su actividad debido a ciertas circunstancias, como por ejemplo, cambios bruscos de temperatura sustos, sorpresas etc. etc.; es decir toda entidad que se produzca en forma inesperada y repentina en el organismo.
Cuando esto sucede la adrenalina, una de las sustancias en mención, hace, a través del sistema nervioso, que los músculos erectantes de los folículos pilosos actúen y por este motivo los vellos del cuerpo se paran.
Hace muchos años, cuando volaba el DC-3 en Los Llanos, después de haber realizado innumerables escalas en nuestro diario itinerario, aterricé en Nunchía, última escala antes de volar a Sogamoso y pernoctar allí.
Mi copiloto en esa ocasión era "El Glaxo".

Creo que mis lectores han oído hablar de él en artículos anteriores; pero para los que escuchan su nombre por primera vez, este famoso personaje era un copiloto cuyo perfil era nada más y nada menos que el de un rolo bogotanísimo cuyo dialecto afectado, lo hacía, por demás, bastante simpático y agradable.
Pues bien, en ese entonces las ayudas de navegación brillaban por su ausencia y particularmente para esta llegada a Sogamoso se contaba solamente con una emisora en Belencito y el Radio faro de Sogamoso, el cual entraba y daba señal confiable, solamente a muy poca distancia del aeropuerto.
Cabe anotar aquí que la operación del aeropuerto en referencia era la más delicada para el DC-3 en el Llano.
Decolamos de Nunchía aproximadamente a las cuatro y media de una tarde bastante gris, el cielo encapotado con amenaza de lluvia.

El Sol de los Venados, a lo lejos, empezaba a hacer su aparición herido por los nubarrones que agrisaban en parches su brillante esplendor y que lo hacía cada vez más opaco por la lluvia que acompañaba imprudentemente este magnifico espectáculo.
La entrada a la Ciudad del Acero debía operarse en condiciones única y exclusivamente visuales.
La altura para cruzar la cordillera y proceder por una especie de cañón al Norte eran 14.000 pies; ya establecidos allí continuar hacia el aeropuerto, descendiendo lentamente, más o menos con Rumbo 220º enfrentados a la Emisora de Belencito y ya en las proximidades de ésta, seguir con el Radiofaro de Sogamoso, formando, por así decirlo, una línea recta entre las dos radioayudas.
Ese día, el cañón se encontraba con muy poca visibilidad y había empezado a llover.
Ordené a "Glaxo" sintonizar la Emisora de Belencito en los ADF´s y una vez ajustados, inicié mi descenso en condiciones visuales, pero realmente, no las más cómodas.
Trascurridos unos minutos y cuando alcanzaba 11.000 pies en descenso, tratando de ver difícilmente el borde de los cerros y como advertí anteriormente, en deficientes condiciones de visibilidad, pedí al Glaxo verificara la identificación de la citada emisora ...
Mirándome fijamente, luego de unos instantes me dijo:
-"Que cosa tan rara, ala, .....no se identifica Belencito, ¿sabes?
Rápidamente hice lo propio personalmente!!! Cuando ¡Oh! ¡sorpresa!!!! No era Belencito, era una emisora de Duitama ¡!!
En este momento ya alcanzaba 10.500 pies.
¡Quedé petrificado!!! ¡Ajusté full potencia y empecé un ascenso brusco!!!
Sentí que la gorra de camuflaje con que volaba en el Llano se me levantaba de la cabeza lentamente, miré los vellos de mis brazos y estaban ¡completamente parados!!
-¡Es Duitama Glaxo!!! –dije- y moviendo el selector del ADF un milímetro quizás... entró identificablemente la Emisora de Belencito!!!
¡Qué alivio!!!!!
Continuamos el descenso y aterrizamos felizmente en Sogamoso.
En realidad la emisora de Duitama estaba localizada más o menos en el mismo curso que llevábamos, pero el hecho de saber que la señal obtenida y por la cual nos dirigíamos a Belencito en las condiciones ya anotadas de pronto no fuera la esperada, me produjo ese inmenso, momentáneo e inolvidable ¡susto!!
Por eso hoy estoy convencido:
¿Que si los pelos se paran???.....¡Se paran!!!
H.Leon R.

TRADICIONES. Día de “la Cruz de mayo”.


TRADICIONES.

Día de “la Cruz de mayo”.
El 3 de mayo, en muchos países del mundo se conmemora “la Cruz de mayo”. Esta tradición popular tiene sus orígenes desde muy antiguo en Jerusalén y se sigue festejando en varios pueblos de habla hispana.
La también llamada “Fiesta de las cruces” se celebra en ciudades de España, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago, Argentina, Colombia y Venezuela. En muchos de estos lugares adornan las cruces con coloridas flores, se realizan procesiones, bailes o se venera el madero en los cerros o lugares visibles para toda la población.


Se dice que por el siglo IV el pagano Constantino tenía que enfrentar una terrible batalla contra el perseguidor Majencio. La noche anterior al suceso tuvo un sueño en la que vio una cruz luminosa en los aires y escuchó una voz que le dijo: "Con este signo vencerás".
Al empezar la batalla mandó colocar la cruz en varias banderas de los batallones y exclamó: "Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena". La victoria fue total, Constantino llegó a ser emperador y dio libertad a los cristianos.


Santa Elena, madre del emperador, pidió permiso a su hijo y fue a Jerusalén a buscar la Santa Cruz en la que Cristo murió. Después de muchas excavaciones encontró tres cruces y no sabían cómo distinguir cuál era del Señor.
Es así que llevaron a una mujer agonizante, quien al tocar la primera cruz se agravó más con su enfermedad. En la segunda cruz, la enferma se mantuvo igual, pero al tocar el tercer madero, recuperó la salud.
Santa Elena, junto al Obispo y los fieles, llevaron esta cruz en procesión por las calles de Jerusalén. En el camino había una mujer viuda que llevaba a enterrar a su hijo, por lo que acercaron la Cruz al fallecido y éste resucitó.
Por varios siglos se ha celebrado en Jerusalén y muchos pueblos del mundo el 3 de mayo como la fiesta de la invención o hallazgo de la Santa Cruz.


En el llano Colombo-Venezolano esta manifestación cultural-religiosa se celebra desde hace más de 150 años. En la mayoría de los lugares se tiene como costumbre vestir la cruz, adornarla, montarla en un altar y alumbrarla. Esta tradición fue impuesta por sacerdotes y conquistadores españoles.
En Casanare está tradición se niega a morir, es así como aún en muchas fincas se celebra está tradición por el día de hoy, vistiendo la cruz, adornandola con cogollos de palma real y flores de el jardín del patio. Dicho culto se manifiesta también en el folclore y la tradición oral, así como lo dejara plasmado el Gavilan Coplero en una de sus composiciones: ......."la Cruz de Mayo en la entrada que sirve como de adorno, centinela del Tranquero pa' que no entre el demonio".....
Fotografías: 2. Pauteño Luis Soler. 3. Nebardo Tabaco.
4. Nanita Oropeza.

jueves, 25 de abril de 2024

EN EL BARRIO - HISTORIA DEL BARRIO "LA CAMPIÑA" DE YOPAL.

 

En El Barrio
Una historia que nos cuenta doña Leonor Amezquita de los inicios, de lo que hoy conocemos como el barrio La Campiña en Yopal. 
Facebook: En El Barrio. 

ANTECEDENTES DEL JOROPO Y LA MÚSICA LLANERA DE CASANARE EN EL INTERIOR DEL PAÍS.



ANTECEDENTES DEL JOROPO Y LA MÚSICA LLANERA DE CASANARE EN EL INTERIOR DEL PAÍS.

Una crónica del periódico EL TIEMPO del año 1939, que nos demuestra como el Joropo y la música llanera empieza a incursionar en el interior del país a través de la radio, desde los años treinta.
LA PRIMERA EMISIÓN DE LA HORA LLANERA FUE REALIZADA AYER TARDE.
Un excelente resultado…!
EL TIEMPO: Lunes 16 de enero de 1939.

De seis a siete de la tarde se verificó ayer por los micrófonos de “La Voz de la Victor”, la primera audición de “la Hora Llanera” que dirigen los señores Tobón Sierra y Carlos Ramírez Arguelles, quien inició la hora haciendo una breve exposición de los propósitos de esta hora que continuará difundiéndose por esos mismos micrófonos todos los domingos.


Los señores Fabio Tobián, Humberto Plazas, Gabriel Camargo Pérez, hablaron sobre temas de actualidad para la llanura. El señor Ernesto Andrade se declamó una poesía de José Eustacio Rivera, y el señor Carlos Julio Plazas, representante de la empresa Rápido Boyacense, hizo una explicación sobre los servicios que esa empresa presta con el transporte de pasajeros a Boyacá.
El señor Humberto Plazas leyó unos hermosos párrafos descriptivos sobre el paisaje llanero, y don Gabriel Camargo hizo el elogio de la labor que el doctor Sergio Reyes, representante por Boyacá, desarrolló en la cámara en bien de Casanare. La hora fue amenizada por un excelente conjunto artístico, que tocó exclusivamente “joropos y bambucos llaneros”.
En los estudios de la “La Voz de la Victor” se reunieron con motivo de la audición dedicada a los llanos, numerosos miembros de la colonia Casanareña en esta ciudad. El señor Luis Ballesteros leyó también un saludo a Sogamoso y a Casanare. El éxito de la audición fue excelente.

domingo, 14 de abril de 2024

EL INDIO ISIDORO.




EL INDIO ISIDORO

Un Capitán Guahibo en guerra contra los blancos.

Por: Carlos Ramírez Arguelles, especial para EL TIEMPO, junio 29 de 1940.

Un día del mes de diciembre de 1907 se reunieron en la Trinidad, más de veinte llaneros procedentes de diferentes puntos de la llanura. Jinetes todos en excelentes mulas, armados con escopetas los unos, otros con revólveres o carabinas, mostraban en la abundancia del equipaje, que se preparaban para un viaje largo. Sobre las ancas de cada cabalgadura se amontonaban, el chinchorro, el bayetón y el talego de los comestibles. Acaso también asomaba la cabeza una botella de aguardiente.

Hubierase dicho que aquellos hombres formaban un grupo de voluntarios, para una de nuestras guerras civiles. Sin embargo, no se preparaban a luchar contra el gobierno. Iban a perseguir una sombra: el indio Isidoro.

Era una sombra, porque en todas partes se sabía de las depredaciones que cometía este capitán Guahibo. Eran halladas muertas mujeres a palos, viviendas incendiadas, desaparecían  las mejores reses de cada hato, los cultivos eran destrozados en ausencia de sus dueños, y donde quiera que una fundación quedaba desamparada, se encontraban después las huellas, de que por allí había pasado el indio con sus huestes. Y sin embargo desde que Isidoro, antiguo doméstico, de un casa de misioneros agustinos había dejado la convivencia de la gente civilizada, nadie lo había visto, o al menos nadie había sobrevivido a un encuentro con él.

Llevaba tres años sembrando el terror en la sabana. Había recorrido inmensas distancias en la llanura para combatir a los blancos. Claro que los combatía a su manera, sin presentarle la cara jamás a un hombre armado. Un día se encontraban las señales de su presencia en las orillas del Pauto, y al poco tiempo se sabía que había cometido alguna fechoría cientos de kilómetros al sur, al norte o al occidente. 

Pero hora, el indio y sus secuaces iban a pasar un mal rato. Porque por los enrevesados caminos de la llanura, había salido a perseguirlo un grupo que no volvería sin él. No importaba que durara la búsqueda días o semanas. Lo importante era encontrarlo, perseguirlo como a una fiera, y exterminarlo como se extermina al tigre que ha hecho varis presas en un mismo hato.

El indio Isidoro se había criado en un casa de misioneros. Durante varios años mostró un carácter admirable. Hacía los oficios de la casa, tocaba las campanas, encendía las luces en la iglesia, cargaba el agua desde el rio…No era muy comunicativo, pero aparentaba sumisión y excelente agrado en servir. No mostraba torpeza. Lentamente había podido aprender a leer, y aún escribía con dificultad.

Y cuando los misioneros consideraban que el indio Isidoro, con toda su corpulencia y su fortaleza física, podría servir para atraer a la vida cristiana a muchos de sus consanguíneos, se presentó la guerra de los mil días. El indio Isidoro se juntó a las fuerzas del General Uribe que fueron al llano. Las acompaño bastante tiempo, sirviendo unas veces de guía, porque era conocedor de la tierra, y al parecer como voluntario decidido.

Un día despareció, y se llevó consigo un buen equipo de fusiles y de armas de los revolucionarios. Duró mucho tiempo sin que se volviera pensar en el. Estaba posiblemente, instruyendo a los indios de su tribu en el manejo de las armas que había robado con tan poco trabajo. Pero luego se supo que había declarado la guerra contra los blancos, en nombre de las tribus guahibas. ¿Pensó el indio Isidoro arrojar del llano a los blancos usurpadores de sus tierras? ¿Tuvo la ambición de ser un poderoso caudillo indio? Pudo soñar en eso, o quiso también vengarse de las humillaciones que había sufrido como sirviente de los misioneros. Lo cierto es que durante tres años no descansó, que hizo alarde de una gran astucia para evadir el encuentro de blancos armados, y que causó terribles daños en los hatos que estuvieron a su alcance.

Cuando quedaba una casa sola, es decir, cundo los peones se lanzaban a la llanura a recoger el ganado para los trabajos de herraje, aparecía el indio rodeado de su pandilla. Sin gritos, sin nada que denunciara su presencia a los que estaban lejos, atacaba a las mujeres que habían quedado en el rancho preparando la comida. Las mataba a garrote. Y desaparecía luego causando cuantos daños podía. Lo que no alcanzaban a llevarse, lo destrozaban. Y seguía sus andanzas por otros parajes, siempre haciendo lo mismo.

Durante varios días el grueso de llaneros anduvo por la sabana en persecución de Isidoro y de sus guahibos. Los caminos del llano son complicados y hay muchos que no llevan a ninguna parte. Por ellos anduvieron sin resultado. Iban a regresar, seguros de que el indio andaba por sitios muy lejanos, cuando vino lo inesperado. Los grandes perros se agitaron y corrieron hasta las orillas del Pauto.

Estaba allí Isidoro, agazapado, escondido. Sabía que lo perseguían y como último remedio había optado por esconderse. No había con el mas indios, y el estaba solo con su escopeta, su garrote y su cuchillo. Quiso pasar el rio a nado, pero certeros disparos lo atajaron cuando emprendía la carrera por la playa.

Tendido sobre la arena quedó, lleno de sangre, con los brazos extendidos, y con los ojos abiertos. La boca contraída en un gesto de rabia. Sus indios no volvieron a aparecer, y la Navidad aquel año, fue celebrada en la Trinidad con extraordinaria pompa.

Esta vez estaban libres de la pesadilla los hab

jueves, 11 de abril de 2024

RECUERDOS LLANEROS.




RECUERDOS LLANEROS.

Otra magnifica anecdota escrita por el Cap. HUMBERTO LEON R. insigne piloto ex-Avianca retirado por edad, quien vivio la epoca de oro de estas emblematicas aeronaves. Dejo plasmadas sus vivencias de toda su vida como piloto al mando de la mayoria de equipos de Avianca desde el DC-3 hasta el Jumbo 747, en una bitacora titulada "DETRAS DE LAS HELICES" que publicaba en la pagina de aviacion virtual www.solaris.com.

Investigacion, Recopilacion, Redaccion y Publicacion: Walter Adelmo Castillo Blanco.

RECUERDOS LLANEROS.
Por el Cap. Humberto Leon Ruiz.

Por el año de 1960 fui trasladado como Copiloto de DC-3 al Llano. Vivía en Bogotá, pero debía viajar a Villavicencio donde estaba, realmente mi base de trabajo. La operación en los llanos orientales era una operación sui géneris: no había radiofaros, las pistas no estaban pavimentadas, no existía un control adecuado de las mismas, la única ayuda para el piloto era una mangaveleta colocada en alguna cabecera y casi siempre era necesario realizar un sobrepaso para espantar el ganado, que pastaba a sus anchas, antes de aterrizar. Cuando entraba el invierno el panorama cambiaba radicalmente: había que aterrizar a 55 kts, (80 kts era la velocidad normal de aterrizaje en el DC 3) y así se lograba un aterrizaje corto, pues los frenos no surtían ningún efecto en las pistas encharcadas. Los hormigueros hacían su aparición y eran tan poco visibles que no era raro que taxeando el avión, de pronto, se enterrara completamente.

Había que ver esto para creer. El pasajero llanero, también era muy singular, ayudaba a sacar el avión del barro cuando esto ocurría y jamás protestaba por nada. La maniobra llamada el "caballito" era muy común y consistía en que inmediatamente después del aterrizaje, cuando se veía la inefectividad de los frenos, el capitán desaseguraba el latche del patín de cola, y aplicando full potencia en el motor escogido y toda la cabrilla hacia el lado de este motor, el pedal correspondiente hundido hasta el fondo, el avión realizaba un completo viraje de 180 grados y quedaba con la naríz enfrentada hacia el lado contrario y en muchas oportunidades era necesario aplicar potencia en ambos motores después de esta maniobra pues el avión, prácticamente quedaba avanzando en reverso.


Parece increíble pero este procedimiento, que se sale de todos los parámetros normales y lógicos de operación se instituyó como una maniobra más de operación en condiciones de pista inundada.



Todas esas dificultades se obviaban si se tenía en cuenta el paisaje que se presentaba ante los ojos en esa operación llanera. Los atardeceres más hermosos y los amaneceres más plácidos jamás podrían tener un escenario más preciso. Las noches de luna que disfruté recostado en una hamaca al pernoctar en algún sitio inhóspito hacían reflexionar sobre la majestad del universo y la fortuna de poder disfrutarlo. Los riachuelos y caños aparentemente cambiaban de color en el día varias veces por efecto del sol y la cantidad de pájaros exóticos adornaban este panorama dándole más vida y realidad a esa belleza inefable.
Pero mi relato no va ahí, pues deseo narrarles otra de mis experiencias y ésta es de esa época y de copiloto casi nuevo trasladado a esa base con esa clase de operación.

Un buen día, salí a realizar uno de esos interminables vuelos. La ruta era: Villavicencio, Upia, Monterrey, Tauramenta, Agua azul, Nunchía, Tablón de Támara, Paz de Ariporo, Tame, etc, etc, y regreso a Villavicencio por la misma ruta. Eran pues muchos decolajes y aterrizajes en un mismo día.
A nuestra llegada a Villavicencio, terminada nuestra jornada de trabajo, solíamos reunirnos con la otra tripulación, pues eran dos aviones los de la base (uno realizaba el vuelo del norte y otro el del sur) para cenar y departir amenamente.
Ese vuelo en mención me toco realizarlo con el capitán jefe de pilotos, cuyo nombre omito por ética profesional... Estábamos, pues, reunidos: mi capitán, el capitán del otro avión (instructor) y el otro copiloto. De pronto, mi capitán, ya con uno que otro aguardiente entre pecho y espalda, irrumpió diciendo, en forma por demás despectiva , que los copiloticos citadinos y nuevos como yo le teníamos "mucho temor y casi miedo al ver volar los aviones a poca velocidad" y contó que ese día me había dado el aterrizaje en Aguazul y había entrado a la pista a 80 Kts, que esa era una demostración palpable del temor y casi miedo a ver volar el avión a poca velocidad. En ese instante me sentí el peor de los aviadores y a mis escasos 19 años no me pude contener y las lágrimas hicieron su aparición. Eran lágrimas de sentimiento, de rabia, de sentirme herido y quizá, de desconsuelo al verme humillado por este "viejo lobo del aire."

El otro capitán saltó en mi defensa y diciéndole que no estaba de acuerdo con él, pues era verano y la velocidad empleada por mi era correcta, volví en mí y lleno de valor manifesté que no veía la razón por la cual se me tildara de miedoso, por no aterrizar a 55 Kts , velocidad que el "gran jefe" argumentaba haber sido la correcta.
Jamás se me olvidará: ni esta acusación, ni la defensa que el otro comandante hizo de mí aquella "nefasta noche ".

Pasaron los días y los años, casi siete. Terminé mi "carrera interminable" de copiloto, me calificaron de Comandante de DC 3 y, al poco tiempo, de Instructor del equipo. Mi gran jefe continuaba volando de Capitán de DC 3 y para su incomodidad y poca suerte, quizá, fue asignado por la división de Entrenamiento para un chequeo semestral conmigo, como su instructor, procedimiento que todos los aviadores deben efectuar semestralmente.



Así pues, se leía en la programación: Instructor Cap. Humberto Léon. Alumno Cap. " gran jefe".
El programador de Entrenamiento me preguntó a qué horas debía citar al gran jefe para el brieffing dada su condición de jefe de pilotos. Respondí que a la misma hora y con la misma anticipación con que se citaba a cualquier piloto en estos casos. En ese momento no era el jefe; era otro alumno más y yo era su instructor.
Llegó la hora fijada: En el salón de brieffing nos saludamos muy cordialmente, terminamos las recomendaciones correspondientes. Ordené el tanqueo del Avión, firme los papeles de peso y balance y nos dirigimos al DC 3 que en esa época estaba marcado con un gran letrero en el fuselaje que decía "Entrenamiento".

Decolamos hacia la zona de Ambalema, que era la escogida para realizar trabajo de aire.

Dentro de las múltiples maniobras del Trabajo de Aire existía una que se llamaba "vuelo lento": consistía en que a una altura determinada, se debían efectuar virajes de 30 grados de banqueo a uno y otro lado manteniendo 78 Kts exactos de velocidad y sin perder ni un solo pie de altura. No era fácil , de verdad, pues debido al banqueo, mantener 78 kts era bastante complicado. Casi todos los pilotos tendían a aumentar la velocidad pues a 78 kts. con ese banqueo y manteniendo la altura el avión estaba en la antesala de la pérdida.

Pues bien, mi apreciado gran jefe al intentar realizar la mencionada maniobra se sobrecontrolaba, perdía altura, al ver caer la velocidad aplicaba bruscamente la potencia y por ende la velocidad aumentaba, es decir, no pudo lograr mantener estas condiciones en su maniobra y confesó después de varios intentos su dificultad para mantener esa escasa velocidad. Fue entonces y solo entonces cuando con voz comprensiva y mirándolo a los ojos le dije: Realmente, capitán existe mucho temor y casi miedo, no solo en los copilotos citadinos y nuevos, en casi todos los pilotos, antiguos como usted, al ver volar los aviones con poca velocidad.
Gajes del oficio....

H.León R.

LA VIOLENCIA EN CASANARE - 76 AÑOS DEL BOGOTAZO. Abril 9 de 1948.



76 AÑOS DEL BOGOTAZO.

LA VIOLENCIA EN CASANARE
Nueve de abril de 1948, ¡fecha aciaga!
Por: Alberto Martínez Delgado.
Ese día a la una de la tarde, Casanare como todo el territorio nacional se estremeció desde las profundidades al oír la noticia de que acababa de caer en plena carrera séptima en Bogotá, mortalmente herido por las balas asesinas, el líder nacional Jorge Eliecer Gaitán.
Enseguida se oyó la noticia del deceso en la Clínica Central.
Vino entonces lógicamente el desorden, la venganza, y Bogotá se convirtió en pocas horas en una tea en llamas; en varias ciudades del país sucedía lo mismo, las turbas enardecidas reclamaban venganza por la muerte del líder.
Ese día empezó la violencia política en Casanare, como en el resto del país. Casanare se levantó en pie de fuerza, se alistó para la contienda y paulatinamente, a pesar del entendimiento que hubo con el gobierno, se fue gestando en el Llano una resistencia oculta previniendo la persecución que se avecinaba.
A fines de 1949 la violencia en Casanare se había extendido como las aguas de un río crecido que se salen del cauce hasta el rincón más apartado. Veredas, inspecciones, corregimientos, caseríos, fueron incendiados por los que apodaban Chulavos, y el pueblo Casanareño seguía confiando en su ejército de Colombia, pues contra él no había represalias; las guerrillas que ya se habían formado esquivaban su encuentro. El enemigo era la Policía.

Para mediados de 1952, la vida era inaguantable en todo Casanare; ya para entonces había una lucha armada contra Policía y Ejército porque éste se volvió beligerante y convenció a muchos llaneros a formar antiguerrillas. Estas se sumaron a las fuerzas del gobierno con el fin de pacificar los Llanos. Pero esta modalidad fue un fracaso; la guerrilla o chusma, como la llamaban aumentaba día a día.
En ese estado de cosas no hubo delito que no se cometiera de parte y parte; Casanare era un infierno verde salpicado de rojo, de la sangre de tantas víctimas. Entre los pueblos de Casanare que quedaron borrados del mapa por incendio en esa contienda se cuentan: Moreno, Manare, Trinidad, Tauramena, Maní, Sabanalarga, fuera de muchos caseríos y otros en Arauca y Meta, que también son Llanos.


Muchos dueños de hatos habían auspiciado la revolución y habían instado a sus trabajadores a entrar en la revuelta, pero al ver que el Gobierno tomaba represalias y privaba de libertad a innumerables personas sospechosas por su color político, estos feudales caballeros traicionaron y vendieron su convicción política y se plegaron a las fuerzas del gobierno. Entonces las cosas tomaron otro rumbo; los trabajadores, viéndose traicionados, la emprendieron contra los hatos de sus amos, y así se fue organizando el abigeato, pues los ganados robados eran llevados a la vecina república de Venezuela unos, y otros los sacaban a sabanas lejanas con el fin de fundarse en otras regiones. Por eso al final de la contienda hubo muchos que resultaron ricos después de no haber tenido nada.
Todo el mundo clamaba por un golpe de estado, y este no se dejó esperar. El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla despojó del poder al titular de la presidencia, doctor Laureano Gómez; y con la célebre frase de “No más sangre, no más depredaciones a nombre de ningún partido político”, acabó con esa violencia que tantas secuelas dejó en nuestro glorioso y martirizado Casanare.
Ya pacificada la región el gobierno con su estilo del nuevo orden envió a Casanare la empresa Constructora MOFIO, y esta recomenzó la edificación de obras públicas en casi todos los pueblos, de escuelas como también puestos de salud. Casanare entonces empezó una nueva vida; a las gentes por medio de la Caja Agraria se les facilitaron créditos personales, lo que se llamó de reconstrucción ganadera y agrícola.


El primer Prefecto Judicial y Administrativo de Casanare en esa nueva era de post violencia, fue el distinguido coronel (r) Eduardo Ramón Bazurto, caballero que con eficaz acierto, transparencia y un elevado sentido del deber, le dio a la región un gran impulso en todas las ramas administrativas, así como vías y educación, pero sobre todo en la moralización y organización de las diferentes dependencias en que se halla dividida la administración. Su paso por la Prefectura dejó una estela imborrable de pulcritud que aún mantiene latente en todo el pueblo de Casanare. Fue una lástima que el gobierno lo hubiera retirado de este cargo.
Para seguir ese derrotero marcado con líneas claras, recibió nombramiento en su reemplazo otro distinguido oficial en retiro, el mayor Manuel Garrido Villate, quien como su antecesor también se preocupó por la buena marcha de la Prefectura y su administración también resultó muy benéfica y laboriosa para Casanare.
Es entonces cuando, al formarse la Rural en Casanare, el coronel Román Bazurto pasó de prefecto a dirigir y organizar la nueva institución. Allí desarrolló igualmente una gran labor, pues por esa época se extendía como un reguero de pólvora el abigeato. Así que este señor fue el enemigo número uno de ese delito, y lo persiguió de manera incansable y eficaz hasta lograr erradicarlo varios años después. En homenaje a sus merecimientos, la escuela de preparación de Rurales del DAS en Aguazul lleva su nombre.
Fotografías: señalcolombia.com - printeres.com
* Tomado de: Casanare y su historia, pag 95,96,97,98.
Alberto Martínez Delgado. 1990.