martes, 28 de julio de 2020

MITOS Y LEYENDAS "El Duende".


EL DUENDE:

Leyenda del Folklor Casanareño, tomada de la obra "MARROQUIN, EL MORRO GENESIS DE LA CIUDAD DE YOPAL", del fallecido escritor Casanareño, Don Getulio Vargas Barón. En honor a este personaje "EL DUENDE", se celebra todos los años por la epoca de la navidad en el marco de las ferias y fiestas del municipio de Nunchia, "EL FESTIVAL DEL DUENDE", con la participaciòn de los mejores exponentes del folklor llanero Colombo-Venezolano.

En una vereda del extinguido municipio de Marroquín hace mucho vivía un matrimonio. Tenían dos hijos que no habían llegado a la mayoría de edad, y una niña de doce años. Eran pobres. Un día marcho el labriego en compañía de sus hijos a despalar el conuco para luego proceder a quemarlo, pues estaban muy cercanas las primeras lluvias.

En la casa quedó como siempre la señora en compañía de su hijita. Una vez llegaron al lugar de trabajo, padre e hijos se dedicaron con afán a cumplir su propósito. El sol caía inclemente a sus espaldas. Al medio día llego la buena mujer con el almuerzo; lo llevó en unas pequeñas y viejas ollas. Luego de llamarlos con fuetes y prolongados gritos, depositó las viandas cerca de una enorme piedra que cubría con su ramaje un enorme árbol de cañafistol. Llegaron y consumieron con avidez los alimentos. Luego de tomar sendas totumadas de guarapo, reposaron un rato.

El menor de los jóvenes, mientras sus padres y hermano descansaban, se dedicó a inspeccionar el lugar. Dio vueltas a la enorme piedra y descubrió debajo de ella un pequeño túnel; miró al fondo, los rayos del sol penetraban a través del orificio y sus destellos eran reflejados por algún objeto desconocido. El pequeño agrandó con sus mano la entrada y penetró por ella. Allí encontró una portentosa cantidad de monedas de oro, tomó algunas y procedió, alborozado, a llamar a los suyos. Quiso salir para mostrar su hallazgo, pero al tratar de hacerlo, sobrevino un terrible movimiento de tierra que aprisionó sus extremidades inferiores.


Al oír los gritos desesperados del pequeño, acudieron presurosos sus padres. La tierra continuó temblando, el cielo se llenó de espesos nubarrones, y truenos y rayos estremecían la estancia. Con premura rescataron al pequeño y se retiraron del lugar llenos de espanto; un fuerte huracán amenazaba con descuajar los árboles. Un rayo impactó en el frondoso cañafistol y lo abrió por la mitad.

Luego de que se hubieron alejado del fatídico lugar, cesó la tormenta. El cielo recobró su intenso azul y reinó la calma por completo. El joven entregó a sus padres tres monedas de oro. Sus hermanos no cesaban de contemplarlas y las lanzaban al aire para escuchar su diáfano tañido sobre los pedregones.

Los padres hacían planes sobre la fortuna que podría representarle la venta del preciado metal. Viajaron, entonces al poblado mas cercano. Dos de ellas fueron compradas por un joyero y la tercera por un acaudalado ganadero que tenía fama en la región de ser el más grande prestamista a interés. Joyero y ganadero soñaron esa primera noche con un extraño personaje. Era extremadamente pequeño y fornido. Su cabeza, orejas y dentadura tenían dimensiones colosales. En el sueño los conminaba a devolver las monedas pues de lo contrario serían perseguidos y sujetos a los mas horrendos castigos. Desde ese día no les fue posible conciliar el sueño: los objetos circundantes rodaban por el suelo mientras recibían en la cara frecuentes manotadas de tierra. La tranquilidad se había perdido!

Los campesinos del camino real tuvieron sueños similares. El fantástico personaje los amenazaba con llevarse a su pequeña hija si no eran restituidas las monedas. Angustiados, viajaron al poblado para solicitar la devolución aunque ya habían gastado el dinero obtenido por la venta y su gestión no obtuvo ningún resultado positivo. Vueltos a casa, descubrieron con angustia que la niña había desaparecido de manera misteriosa. La buscaron infructuosamente. Pidieron ayuda a sus vecinos que gustosos trataron por todos los medios de hallar a la pequeña desaparecida.

Tras buscar sin descanso durante varios días, los adoloridos padres perdieron la esperanza. Y un día, al filo de la media noche, sintieron que un fuerte vendaval azotaba su humilde vivienda. La rustica puerta fue derribada por el viento y, entre volutas de humo, se presentó de cuerpo el duende. Con voz que parecía salir de ultratumba, el repugnante personaje expresó que la niña solo seria encontrada cuando fueran restituidas las monedas.


Al abrir su negocio, advirtió el joyero con desazón que en todo el recinto campeaba un desorden total: las mesas y objetos de comercio estaban por el suelo, los papeles y cajas lucían abiertas en una y otra parte. No encontró lugar visible por donde hubiera podido penetrar el causante de tan horrible daño: puertas, ventanas, paredes y techo estaban en perfectas condiciones. Procedió a efectuar un inventario. Tan solo faltaban las monedas de oro: no se preocupó por ello pues ya estaba dispuesto a devolverlas. Desde ese día recobró por entero la tranquilidad y se sintió satisfecho.


Vencido por el sueño que le ocasionaban las noches de insomnio, el prestamista revolvió llevarle al campesino la moneda adquirida y luego, al igual que el joyero, recobró el sosiego.


Al recuperar la morrocota, los campesinos, llenos de terror, marcharon a la enorme piedra ubicada bajo el descuajado cañafistol para dejar junto a ella la moneda. El firmamento, hasta entonces apacible, se cubrió de espesos nubarrones: horrísonos truenos llenaron el espacio y el viento azotaba con furia la vegetación. De pronto, un rayo cayó junto a ellos, aterrorizados cerraron los ojos y creyeron morir; al abrirlos estaba junto a ellos el fantasmagórico personaje que de un manotón, arrebató la moneda y se perdió con la brisa huracanada. Al desaparecer el duende, reinó por completo la tranquilad y el cielo recobró su esplendoroso azul.

La niña había sido llevada por su captor a una selva lejana y en la horqueta de un enorme cedro, de la especie que llaman zaqui-zaque, le construyó una troja de palos, amarrada con bejucos, y allí depositó la niña. El duende permanecía vigilante junto a su victima y le llevaba en las tardes agua y escogidas frutas.

Cuando el ente se retiraba a la selva para traer el alimento, la cautiva, valiéndose de una espina que le son comunes a los árboles de zaqui-zaque, escribía centenares de mensajes pidiendo auxilio sobre la superficie de las verdes hojas…luego las arrojaba a una quebrada que pasaba junto al árbol beneficioso.

Ciertas lavanderas dedicadas a su oficio en el punto en que la quebrada entrega sus aguas al rumoroso Cravo Sur, vieron bajar por la corriente el rimero de hojas con el infantil pedido; las recogieron y entendieron el mensaje que, de inmediato, transmitieron a los adoloridos padres. La búsqueda de la extraviadita no se hizo esperar. Incursionaron la quebrada aguas arriba y tras varios días de pesquisas, oyeron gritos que prevenían de la copa de un árbol. Con el mayor cuidado, la niña fue bajada y conducida de nuevo a su hogar. Recuperada la alegría, los padres se abstuvieron, por temor a nuevas peripecias, de recorrer el camino que lleva al derruido cañafistol y revelar el sitio que alberga el fabuloso tesoro.

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