CICERON
GUAQUE, “El Piloto del Llano”.
Tomado del libro “Hombres y Aeroplanos”.
Lo seducían el arte, la
arquitectura, la vida mundana y cosmopolita que había aprendido a saborear en
su niñez, cuando emprendía con su padre viajes largos de años por América y
Europa.
Sin embargo, le estaba
reservado otro destino, otro universo, otro estilo de vida. Tenia 20 años este
opita culto y acomodado cuando se instaló en Santiago de Chile con la consigna
paterna de estudiar Ingeniería Química y regresar a Colombia. Si, Guauque
regresó a Colombia 14 años después, pero no
convertido en químico sino en piloto. La aviación se le había metido en
la sangres desde una mañana en que detrás de Raquel, su primera esposa, lo
habían subido así a juro en un J-3
del Aeroculb de Santiago. Cuando estuvieron en el aire y el instructor lo
invito a poner las manos sobre los mandos del avioncito de tela y este obedeció
dócilmente todas las exigencias, Cicerón supo en un instante, que volar era lo
que de verdad quería hacer por el resto de sus días.
En 1954, Villavicencio era un
hervidero de aviones, pues acababa de terminar “la guerra” y por fin se podían
visitar los hatos y trabajar los ganados
después de varios años. Allí estaban “El colirrojo” del Capitán Gutiérrez que venía
de Sogamoso, “La Urraca” de Fernando Henao con sus B-18, “Aerollanos” de Aníbal
Turbay Ayala con dos exóticos Con-Stoga, el
“abuelo” Gómez con un C-47 y, por supuesto el “Taerco” de Nicolás Reyes Manotas
con sus Norseman rojos de tela; “El
Venado”, LIA Y SAM irrumpían con monomotores Beaver y Cessnas nuevos a competir
con el Tripacer del pastuso Coral.
Guauque regresó a Colombia por
entonces. Aníbal Turbay le pidió bajar a reemplazar un piloto por tres días en
el llano. Bajó y se quedó los tres días y…otros treinta años. De veras le pudo
el embrujo del Llano.
Su segundo avión fue un
Curtiss que compraron entre su madre y hermana y que volaba con Richard Steeve.
Se trataba del HK-388 que terminaría 30 años más tarde acuatizado por cuenta
del M-19 en el Orteguaza.
Posteriormente fue piloto de
la “Escuadrilla Aérea Sanitaria” que integraba con Hernán Plazas Olarte y Antonio Robayo.
En los 180 de salubridad tuvo
oportunidad de recorrer el Llano “de cabo a rabo” y de cumplir misiones insólitas
como aquella que le confiara el general Luis Carlos Turriago, en un sobre
lacrado que decía “abrir en vuelo”. Se trataba de recoger a Vitelio Castrillón
y Guadalupe Salcedo, los legendarios jefes guerrilleros, en sitios distintos y
transportarlos a un rendez vouz con
los altos mandos. Cumplió estrictamente este tipo de misión muchas veces dentro
del más absoluto secreto.
Desde 1956 hasta 1984 Cicerón
Guauque voló indistintamente al servicio del Gobierno de Casanare o el DAS
rural que creara Eduardo Román. Acumuló más
de 20.000 horas de vuelo en los excelentes Cessna 185, Skywagon, cuya
versatilidad, aguante y velocidad los hicieron el caballo de silla y de carga
del gobierno en los Llanos. En toda su vastedad, no existe pista, poblado
“hato”, puerto, inspección, vecindario o camino al cual no hubiera llegado
Ciceron Guaque, tripulando este avión esplendido; ni llanero que desconozca la
fama este capitán de porte altivo y mirada vivaz, siempre trajeado de uniforme
blanco, repleto de bolsillos: el que no lo reconoce por su nombre, le echa una
mirada y le dice sin vacilar, ¡pero chico, si es el capitán “bolsillos”¡, y le
extiende confiadamente la mano.
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