DOS CARAS DE LA JUSTICIA
Por: Alberto Martínez Delgado.
Por allá por la década del 30 al 40 vivía, vecino al hato "El
Desecho" del general Silvestre Arenas Montilla, un sujeto de apellido
Mendivelso. Este tipo le robaba ganados al general no sólo para comerselos,
aplicando el célebre "carneo", sino para venderlos a los reducidores.
Desde esa época no han faltado, que sin escrúpulos los compraban a menor precio
para revenderlos en los pueblos vecinos.
Ese hombre me tiene jodido, decía frecuentemente don Silvestre. Hay que
vigilarlo con constancia, le repetía siempre a su encargado de nombre Luis
Maria, a quien el general le tenia mucha confianza.
Dios quiera que lo podamos coger con las manos en la masa, Luis Maria.
Póngale vigilancia permanente con dos hombres de noche y de día alrededor del
fundo; si logramos agarrarlo, por Dios que lo pudro en la cárcel por que ya
lleva más de cinco años robándome el ganado.
Luis Maria le monto guardia de día y de noche, y el mismo patrón también
se desvelaba en ese empeño.
Una noche dormia plácidamente don Silvestre, cuando fue despertado por
Luis Maria.
Don Silvio, cayó el hombre; esta tardecita encerró once novillos de su
hierro en el mangoncito que tiene en la orilla del rio. ¿Que hacemos?
Hay que esperar que los cachapié, siga vigilandolo.
Al otro día, ya casi oscuro, cuando el Mendivelso cachapiaba los once
novillos, Luis Maria lo estaba vigilando encaramado en un cedro bien alto muy
cerca de la casa de Mendivelso. Dejo gente en guardia y esa misma noche se fue
a donde don Silvestre a contarle lo de la marcada de los novillos. Enterado de
todo don Silvestre, mando a su encargado a Nunchia por la policía. Varios
agentes llegaron rayando el día al "Desecho", y enseguida salieron
con cuatro hombres más hacia la casa de Mendivelso. Lo detuvieron ahí mismo y
lo obligaron a que mostrara los once novillos. El quiso negar, pero ya los
testigos estaban listos y le dijeron: Mire Mendivelso, nosotros vimos desde
lejos cuando usted encerró los once novillos en el mangon del río y vimos
cuando los contraherró, así que no niegue.
En esas condiciones no tuvo más remedio que confesar el robo. Ya confeso
fue puesto preso y llevado a Támara bajo arresto, y así fue conducido a la
cárcel. A Támara llegó ese mismo día don Silvestre a poner el denuncio y
dejarle un apoderado con el encargado de que Mendivelso no saliera jamás de la
cárcel. Estando en Támara don Silvestre, Mendivelso lo mando a llamar para proponerle
un arreglo. Este fue el diálogo.
Mire don Silvestre, le dijo Mendivelso. Le pido el gran favor en nombre
de mi familia, que me perdone y me retire el denuncio. Yo le prometo que más
nunca lo vuelvo a hacer, y es mas: yo le vendo el fundito y me voy para siempre
de esta tierra. Hagalo por mis muchachitos, Don Silvestre.
Mire Mendivelso: ya el denuncio esta andando, lamento lo ocurrido, pero
yo no tuve la culpa, la culpa es suya, usted lo sabe. Dejemos a ver que hace la
justicia.
Mire don Silvestre, le decía Mendivelso, tenga compasión de esa pobre
mujer y de esos muchachitos. No lo haga por mi, hágalo por ellos, se lo
suplico. Perdoneme. Yo me pierdo para siempre, pero déjeme libre.
Ya se lo dije Mendivelso: dejemos que la justicia obre por su cuenta. De
todas formas yo estaré pendiente de lo que necesite su familia mientras usted
este detenido. Por ellos no debe preocuparse.
Don Silvestre se despidió de Mendivelso y se retiró, y por el camino
decia: ¡Ayuda, carajo, en la carcel se arruina y en ella morirá!.
Fue una sentencia, pues así sucedió. Mendivelso murió limpio y en la
carcel, ya que don Silvestre le puso un acusador en Támara y otro en Santa Rosa
como el fin de que no lo soltaran ni lo pusieran en libertad. Tenia tan ardido
Mendivelso a Don Silvestre, que al tiempo de morir, en su testamento dejo
escrito que el producido de el rodeo de "Cazadero" fuera para
mantener a Mendivelso en la carcel.
Y pensar que treinta años después de los sucedido a Mendivelso, el hato
"El Desecho" fue víctima de otro robo, en este caso no ya contra el
general Silvestre Arenas, sino contra su hijo, también Silvestre Arenas. Los
hechos.
Que entre varios vecinos mataron un toro padre cebu importado, con un
valor que pasaba en ese entonces de los ochenta mil pesos, y a este animal lo
mataron con el fin de comérselo, es decir, de nuevo el célebre carneo. Pero
estuvieron un poco de malas por que fueron descubiertos y llevados a la cárcel;
una vez detenidos pasaron a indagatoria. Allí se responsabilizo uno solo, quien
manifestó que si había matado ese toro pero en defensa propia, por que se le
había entrado a su solar y le había arruinado una maicera; que sin embargo el
trató de espantarlo y que el toro embistió de tal manera que lo había tirado
boca arriba en el suelo, y cuando ya iba a morir de una cornada, entonces el lo
empezó a chuzar con su navajita a ver si así se iba. Y cuando se acordó, el
toro cayó muerto casi encima de el; y que ya muerto el toro lo mejor era
sacarle la carne y salarla para que no se perdiera. Pero que si le pagaban la
sal, el entregaba la carne.
Con este argumento juramentado, el juez de la causa puso en libertad
condicional al matador del toro. En cambio condenó a Don Silvestre a mantener
muy bien arreglado y cercado su predio para que sus bichos bravos no se salgan
a hacer daños en las sementeras ajenas; que gracias a la navaja que portaba el
demandado no lo mató ese toro tan peligroso. Y que la carne fuera repartida, ya
que al matador del toro le tocó poner la sal.
Dos casos iguales en las mismas personas, con la diferencia de que el
primero el demandante puso dos acusadores y seguramente billete por delante, y
por ello el delincuente jamás salió de la cárcel; y en el segundo, donde no
hubo acusador ni billetico por delante, el delincuente salió rápido y sin
condición alguna. Entonces las gentes dicen; y con razón: Es que el mejor juez
es el billete, y mejor abogado, también sin lugar a dudas, es el billete.
La sentencia anterior dio lugar para que el autor de esta narración le
compusiera un poema que se titula "La demanda de Sandalio", en el
cual el demandante Silvestre Arenas figura como "Juan Tomas", a
secas. Don Sandalio, una vez notificado de la sentencia, dijo:
¡Que viva nuestra Justicia, que viva la impunidad!. ¡Y que echen a la
candela ese código penal!...
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