miércoles, 13 de noviembre de 2024

EL LLANO TRINITEÑO EN LA VORAGINE.



EL LLANO TRINITEÑO EN LA VORÁGINE

El IX Coloquio Nacional e Internacional de la Literatura Triniteña celebrado durante los días 28 y 29 de septiembre del año en curso en Trinidad, Casanare: El Llano Triniteño en La Vorágine se llevó a cabo en el marco del centenario de la primera edición de la novela La Vorágine.
En el coloquio se demostró por los participantes que el territorio en el que se desenvuelve la trama novelesca del primer capítulo es en las sabanas triniteñas, específicamente en los hatos Matepalma, Matevaquero, San Emigdio, Matanegra, La Maporita y los caños El Orosio, el Yaguarapo, el Guachiría, las Vegas del Pauto y el Guanapalo.
Participaron las siguientes instituciones académicas: La Academia Colombiana de la Lengua, la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad de La Sabana, la Universidad Ezequiel Zamora de Barinas Venezuela, La Universidad del Trópico Americano UNITRÓPICO, La Academia de Historia Ramón Nonato Pérez.

CONFERENCIA TRINIDAD, MATEPALMA Y LA VORÁGINE
Mg: DELFÍN RIVERA SALCEDO 1.
Mucho se ha dicho y se ha publicado sobre la obra de José Eustasio, pero aún queda mucho por decir, especialmente en estos tiempos de la celebración del centenario de la primera edición...
En esta ocasión, hablaré de la obra en su primer capítulo para mostrar que en éste, la trama se desenvuelve en los llanos casanareños, específicamente, en las Sabanas triniteñas; así, Rivera introduce al lector en un territorio y en una comunidad casi desconocidas para el país del año 24 del pasado siglo, como también en éste, el año del centenario de su obra ya que en su relato describe la belleza del paisaje llanero y aborda además del conflicto entre llaneros y Chiricoas, las relaciones del hato, las faenas del trabajo de llano, la doma de caballos, la recogida de las cimarroneras, el robo de ganado y el comercio de vacunos, como también la poética y el habla popular de los llanos de entonces. Esta temática solo la había tocado con anterioridad en la literatura colombiana Fray Pedro Fabo, miembro de ésta Academia Colombiana de la Lengua y de la Real Academia de la Lengua Española, en la novela El Doctor Navascuéz, quien adelantándose varios años a José Eustasio, incluye en su novela la descripción de tipos, paisajes y costumbres americanas, en concreto de Casanare. Infortunadamente, esta primera parte de la novela ha sido consciente o inconscientemente ignorada por la crítica que al haber identificado históricamente La vorágine como la prístina novela de la selva, se olvidó del todo del análisis del texto sobre los llanos en la obra, hecho que nos obliga como llaneros a profundizar en el análisis de este acápite que fortalece nuestra identidad como llaneros en general y como llaneros triniteños en particular.
Ahora bien, antes de entrar a explicar lo que significa el llano en La Vorágine, es importante hablar del territorio triniteño, punto de partida de esta intervención. En consecuencia, diré que el mito del dios Merecure, mito de la creación del hombre llanero nos dice que, el dios Merecure recorrió desde su desembocadura hasta su origen al río Pauto, río que se desliza lentamente orgulloso de cargar victorias libertarias y que en vocablo Chiricoa significa Río de hombres y mujeres libres, hasta encontrar el manantial donde nacen las aguas de mil colores que saltaban hacia el infinito y de las cuales se desprendían peces llaneros que al caer a la playa se convertían en hombres y mujeres que se organizaban en clanes pero que no tenían como comunicarse y por ello el dios Merecure les dio la palabra hablada y desde entonces los llaneros cantan tonadas de ordeño, cantos de vaquería, pasajes, corridos, contrapunteos y dicen poemas y ensalmos para proteger la vida de animales y de humanos. El dios Merecure creó la palabra y la palabra es el verbo y el verbo es Dios para que los llaneros se organizaran y pudieran formar con su trabajo y poesía la esencia del alma de los llaneros que hoy llamamos llaneridad, que en palabras de Fernando Soto Aparicio no es otra cosa que libertad, respeto, valentía y también joropos, horizonte, inmensidad.
Laguna Las Delicias, hato Matarrla-Matevaquero. Foto Geyler Vargas Oropeza.
Hubo un tiempo en que para Colombia la libertad era el llano, y para el llano la libertad era Casanare y para Casanare la libertad era la Trinidad del Pauto. Un pueblo con geografía de cielos abiertos, horizontes inalcanzables, infinitos, donde el grito largo se convierte en copla, de caminos entretejidos por mastrantales, pajonales y moriches, un pueblo de historia de rebeldías y de estandartes libertarios conquistados con la triada de caballo, lanza y jinete, un pueblo donde los neogranadinos quisieron bañarse de libertad y encender la chispa con las narices calientes de los caballos de la revolución. Es un pueblo fundado por jesuitas con la tropa del cacique Chacuamare, en la margen derecha del río de la libertad ya próximo a cumplir, el 4 de octubre, su primer tricentenario.
Del río Guachiría de la Trinidad, salió el cacique Jaspe, valiente Chiricoa con 180 hombres a engrosar las filas de la insurrección comunera y las sabanas triniteñas fueron escogidas por el general Santander para organizar el ejército de vanguardia y fueron sus hatos soporte económico y sus gentes soldados, oficiales y héroes de la guerra con el coronel Ramón Nonato Pérez, Libertador de la Provincia de Casanare y la heroína Presentación Buenahora a la cabeza.
Fundación La Maporita, vereda San Joaquin, municipio de Trinidad. Foto, Delfin Rivera.
Y en la literatura, por sus paisajes han pasado escritores como Fray Pedro Fabo con la novela El doctor Navascuéz laureada en Madrid España con el premio Eusebio Giraldo Crespo, convocatoria de 1916, José Eustasio Rivera con La Vorágine, Manuel González Martínez con Llanura Soledad y Viento, Eduardo Caballero Calderón con Manuel Pacho, Placido Jaspe con Un caballo en la Noche y Manuel Avella Chaparro con Florentino y el Diablo, y todas estas obras tienen que ver con la Trinidad del Pauto.
En fin, en el territorio de la Trinidad del Pauto para el año 1924, se encuentra el Caño Guanapalo, el río Guachiría, los caños el Orosio y el Yaguarapo y las Vegas del río Pauto, como también los hatos Mate Palma que en la novela figura como Hato Grande, San Emigdio, Matanegra, Matevaquero y La Maporita.
Rio Guachiria. Foto: Google, créditos a su autor.
Es en este municipio a donde debe ir José Eustasio a contar ganados y fundaciones para la contabilidad del pleito herencial del hato Mata de palma de propiedad de Ramón Oropeza.
La sociedad llanera, de la época en que José Eustasio vivió en el hato Matepalma, ubicado en Trinidad, era una sociedad cuya economía se basaba fundamentalmente en una ganadería extensiva y trashumante, complementada con una agricultura de subsistencia de origen indígena, en la que el ganado era la riqueza y fuente de poder social y cultural. En ella no existía la propiedad privada sobre la tierra y las sabanas sin cercas eran sabanas comunales sobre las que se tenía un derecho de posesión que iba hasta donde pisara el ganado. Todo ello alimenta la identidad cultural al punto que, los llaneros venezolanos y colombianos desarrollaron un sentido de pertenencia regional considerándose pertenecientes a la nación llanera de la Orinoquía colombo venezolana, por encima de los dos Estados de Colombia y Venezuela.
Es por ello que después de la expulsión de los jesuitas, los ganaderos venezolanos desde los llanos del Guárico y El Apure, llegan como colonizadores-invasores a las tierras casanareñas buscando buenos y nuevos pastos para sus ganados como también el aumento de sus rebaños con los ganados de las cimarroneras de los hatos jesuitas Macarabure, El Algarrobo, San Emigdio, Santa Marta, Santa María, etc., ubicados en las sabanas triniteñas.
Visita del grupo de académicos a la finca La Maporita. Foto, Academia Ramon Nonato Perez.
En el año de mil ochocientos cincuenta y seis, llega de Venezuela, don Ramón Oropeza a las sabanas de Trinidad, que en Venezuela tenían fama de tener mucho ganado cimarrón en las costas de los montes del Pauto, del Guachiría y del Ariporo. Buscando la tierra donde se fundaría, llegó a la hoy llamada vereda de La Lucha, asentamiento de Chiricoas y Guahibos, sobre las márgenes del caño La Palmita y entró en combate con ellos; luego se desplazó por las costas del caño el Orosio hasta llegar a Cafifí, pequeño caserío fundado en 1836 por los curas Agustinos recoletos y en el que se estableció una alcabala que recaudaba los impuestos del comercio que iba para el río Orinoco y que traían del puerto de La Plata y la Parroquia de la Trinidad. El antiguo pueblo de Cafífí, estaba situado a unas seis y media leguas al E.S.E. sobre el Pauto, y legua y media de la desembocadura en el Meta, se acabó por la competencia del puerto de Orocué en 1861 y el abandono de sus fundadores. El hato de Mata de Palma se fundó en donde queda hoy la vereda de Santa Irene.
Don Ramón Oropeza, con sus dos hijos, Ramón y Toribio, desarrolló el hato con las cimarroneras del Yatea, el Orosio y el Pauto, pero el afán de expansión de sus terrenos, y el pretexto que los indios y el tigre le acababan el ganado, lo llevó a querer acabar con el asentamiento Chiricoa de las costas del caño la Palmita en la vereda de La Lucha en una guagibiada dirigida por él. La tradición oral dice que:
“… llegaron los blancos con Winchester y Rémington a sacar a los indios de La Palmita y unos gritaban y lloraban y otros flechaban y corrían. La mujer del capitán tenía dieciséis años y estaba embarazada. Le decían Rosa Blanca por nombre español; en el transcurso de la batalla, don Ramón a caballo la perseguía para dispararle y ella corría y corría hasta que cayo y parió; Rosa Blanca cortó el cordón umbilical, tomo el niño en sus brazos y continuó la carrera hasta que don Ramón la mató de cuatro tiros de Winchester”.
Visita del grupo de académicos a la finca La Maporita. Foto, Academia Ramon Nonato Perez.
Desde entonces, año de mil ochocientos setenta, en el entorno del caño de La Palmita hay un sitio denominado Rosa Blanca, y a la vereda se le denominó La Lucha, recordando el enfrentamiento de Los Chiricoas y el dueño de Mata de Palma.
Para cuando Brisson visitó el Hato, es decir en el año de mil ochocientos noventa y cuatro, le calculó a Mata de Palma veinte mil cabezas de ganado y una “fuerte suma en oro, que nadie sino él conoce”. De don Ramón Oropeza, hijo, Brisson dijo:
“Es hombre de buena estatura, muy robusto, colorado, pintón, y marcado en toda la piel con manchitas amarillas, como atigrado; tendrá unos sesenta y cinco años y sufre de gota; su voz es oscura y sus ojos muy apagados por el abuso del alcohol… Sin embargo, en este momento se halla en regular estado y conversa con cierto tino. Desde la muerte de su padre “…no ha salido sino una vez o dos, hace muchos años, hacia Arauca; no conoce ni el Meta siquiera, ni el cerro, y nada afuera a excepción de las inmediaciones de su casa”. “…Don Ramón no tiene confianza en el bien que pueden hacer las misiones a los indios, a quienes aborrece justamente, pues ellos mataron a su padre. Dice que los indios le matan ganado, en compañía con los tigres, pero que estos son males que no se pueden evitar”. “Llenaba los corrales de novillos de 5 años; y cuando el comprador se aprestaba a recibirle el lote, extendía su bayetón en el “paradero”, a las puertas de la majada. Por cada novillo que fuera saliendo por en medio de los jinetes que guardaban la puerta y controlaban el negocio, el comprador debía arrojar sobre el paño azul una moneda. Así se completaban 200 o 300 “morrocotas”, hasta cuando al cliente se le agotaran los recursos. Por cada venta que Ramón hacía, sólo le encimaba un litro de aguardiente; pero la peonada del visitante y éste podían demorarse en el hato cuanto quisieran, teniendo a su disposición en forma gratuita, trago, comida, potreraje”.
En Mata de Palma, surgieron leyendas sobre entierros de morrocotas -esto es monedas de oro- de don Ramón Oropeza, con ánimas y espantos que aparecían en forma de luz para indicar el lugar del entierro y luego matar a los buscadores del tesoro unas veces a la orilla del caño, otras debajo de la cama de don Ramón o en los corrales de palo de mango, donde se juntaba José Eustasio Rivera con las cocineras y trabajadores del hato a escuchar las historias como las de “Florentino y el diablo”, “La Leyenda de Matarrala”, “El sin cabeza del Orosio”, “El perro negro de la pesa”, “El vaquero empautao”, “El ánima del Barajuste”, “El coplero del Yatea”, “El entierro de Matepalma”, “El espanto de Rosa Blanca”, “El caimán de La Palmita”, “La virgen de Matepalma”, que alimentaron la creatividad del abogado para escribir La Vorágine.
En realidad, desde los orígenes hasta nuestros días las creencias mágicas se hallan inextricablemente ligadas a todas las actividades humanas. Secreta o abiertamente, la magia circula por el arte de todas las épocas, de modo que no es posible señalar los límites históricos del arte mágico ni tampoco reducirlo a unos cuantos rasgos estilísticos. Lo específico de la magia consiste en concebir al universo como un todo en el que las partes están unidas por una corriente de secreta simpatía. De ahí que el objeto mágico sea siempre doble o triple y que alternativamente se cubra o desnude ante nuestros ojos, ofreciéndose como lo nunca visto y lo ya visto. Todo tiene afán de salir de sí mismo y transformase en su próximo y su contrario: Los delfines del río Guanapalo, en Casanare, en noches de luna llena se transforman en hombres que fecundan a las mujeres en la época menstrual. La mujer pecadora se transforma en la Sayona, la bola de fuego solo se controla con insultos, el mal se transforma en el Tuy, el Silbón acecha a los caminantes parranderos del llano, etc.
Finalmente, el lenguaje de la comunicación humana en los llanos a través de los siglos de historia y por mediación de distintos tipos de sociedades, ha ido desarrollando un sistema de influencias que han afectado al lenguaje de ciertas estructuras ideológicas. Es decir, el lenguaje no tiene una significación vacía, sino que está acompañado de una connotación básica, representada en la racionalidad de un mundo que se representa real y simbólicamente. La palabra medio español, medio indígena vertida en comunicación, permite las relaciones entre los llaneros, entre su propia realidad y el mundo circundante humanizado. Por ello, el mito en los llanos es una forma de comunicación y como tal cuenta, cómo gracias a las hazañas de los seres naturales, una realidad ha venido a la existencia, sea esta la realidad total, el cosmos, o solamente un fragmento. Es pues siempre el relato de una creación. Se narra cómo algo ha sido producido. Pero el mismo hecho de relatar el mito las gestas de los seres sobrenaturales y la manifestación de sus poderes sagrados se convierte en el modelo ejemplar de todas las actividades humanas significativas. Es así como al hablar en los llanos, no hablamos únicamente con lo que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas, hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros mismos. Hablar en la Orinoquía Colombo-venezolana es convivir, vivir en un mundo que es éste y sus trasmundos, este tiempo y los otros: una civilización medio español-medio indígena.
Para el año de mil novecientos quince, Mata de Palma, era un hato de cincuenta mil cabezas de ganado y Ramón Oropeza Hidalgo (hijo) vendió antes de morir el hato de Mate Palma a Jacinto Esteves, su cuñado. Ramón Oropeza hidalgo, muere en 1914 sin que Jacinto Esteves, terminara de pagar la deuda. Sin embargo, Jacinto Estévez Oropeza entabló pleito herencial. Por lo tanto, para el año de 1915, Mata de Palma, era de propiedad de Josefa Estévez de Oropeza. Poco tiempo después murió Jacinto Esteves legando sus bienes, por testamento, en cabeza de su sobrino Francisco Hurtado, alegando que su esposa no heredaba, por habérsele comprobado adulterio. Los herederos de Oropeza como los de Estévez entran de esta forma a ser parte del pleito.
Visita del grupo de académicos a las tumbas de Cayetano Barrera e Isabel Dorsenbille, cementerio de Trinidad Casanare. Foto, Academia Ramon Nonato Perez.

José Nieto compró a Francisco Hurtado, sobrino y heredero testamentario de Esteves, el ganado del hato en mención, así como la cuarta parte de los semovientes de Mata de Vaquero por 13.000 pesos.
Es por ello que, en abril de 1918, José Nieto visitó la oficina de José Eustasio, en Bogotá y le explicó que le había comprado un ganado a un rico ganadero, Don Ramón Oropeza, cuyas extensas tierras que incluían a Mata de Palma, habían pasado a su muerte a manos del yerno, Jacinto Estévez; que otros parientes habían objetado el testamento, y luego Estévez había muerto a su turno complicando aún más el asunto.
Nieto solicitó los servicios legales de Rivera de parte suya y de otro contendiente, Alfredo Santos. El poeta tomó el caso y dio origen al pleito, más célebre de Casanare, que empezó en Orocué en 1818 centrado en la hacienda Mata de Palma (que pasaría más tarde a la novela como Hato Grande); Rivera acepta y llega a Orocué en los primeros meses de 1918. Se alojó en la casa de Nieto en Orocué, a la vez que Teodoro Amézquita le cedería una oficina.
Sin embargo, para mayo de 1918 ya Rivera estaría trabajando para la contraparte, o sea para doña Josefa Esteves de Oropeza. Esta señora tenía entablado un juicio contra Toribia Oropeza de Esteves, heredera de Jacinto Esteves.
En el contrato firmado por José Eustasio para defender a la viuda se estableció que tiene que reclamar los ganados vacunos orejanos que existían dentro de los linderos del mismo hato por lo que el abogado Rivera debió recorrer las sabanas y contar los ganados y fundaciones que pertenecían al hato.
En esa labor fue fundamental la compañía de don Cayetano Barrera Lugo, caporal del hato y doña Ignacia Coba matrona jefe de las cocineras.
Don Cayetano, hijo de Aquiles Lugo dueño del hato San Emigdio, nació en Mata de Palma, muriendo su madre en el momento del parto. De ahí en adelante, su madrina “mamá Carmen”, se hace cargo de su crianza quien lo educa en las labores del hato de Ramón Oropeza; allí trabaja como becerrero y mensual; luego Ramón Pérez dueño de la fundación La Perra, que hacía parte de Mata de Palma, lo lleva para que trabaje en ella; en aquel lugar, trabaja como caballicero y caporal de sabana.
Para el año 1914, decide independizarse de Ramón Oropeza Hidalgo y éste le cancela la liquidación consistente en cuarenta y cinco morocotas de oro que Cayetano rechazó a cambio de cuarenta y cinco novillas; con ellas regresa al estero de Olabe, y las pastorea aquerenciándolas para fundar a San Joaquín en las costas del río Pauto. Sin embargo, a la muerte de Ramón Oropeza la viuda lo contrata nuevamente como caporal de sabana.
En mil novecientos dieciocho, se encuentra con José Eustasio Rivera y entabla gran amistad con él, enseñándole los secretos de la vaquería, la pesca, la casa y la sobrevivencia en las matas de monte del Pauto y el Guachiría. Cayetano era un hombre muy hábil no solamente en las destrezas del llano sino como seductor de mujeres y era tal su fuerza de voluntad que lo que se propusiera lo conseguía; esta personalidad arrolladora fue la que motivó a Rivera a acompañarlo en las aventuras por los caños, montes y ríos de las sabanas triniteñas. Le puso a uno de sus hijos el nombre de Eustasio.
Doña Ignacia Coba, nacida en Támara, había llegado a Mata de Palma a emplearse en las labores de cocina. Ella fue la encargada de brindar las atenciones culinarias al abogado defensor de las propiedades de doña Josefa Estévez. Cumpliendo con los deberes de abuela, le proporcionó a Rivera afecto de madre. En Trinidad la tradición oral dice que: de ella, doña Ignacia, José Eustasio, toma el apellido del protagonista llamándolo, Arturo Cova. Como también que el apellido Barrera lo tomó de don Cayetano. ¿Verdad o ficción? FELIZ COINCIDENCIA.
Visita del grupo de académicos a las tumbas de Cayetano Barrera e Isabel Dorsenbille, cementerio de Trinidad Casanare. Foto, Academia Ramon Nonato Perez.
El 23 de octubre de 1918, el nuevo juez de Orocué, doctor José Isabel Romero García comisiona al juez de La Trinidad para llevar a cabo la diligencia de dar posesión a los peritos nombrados por las partes interesadas que “lo fueron Demetrio Orjuela, representante del Lazareto, Luis Franco Zapata, por parte del actor ‘doctor Rivera’ y Teodoro Amézquita por parte del juzgado; se ordenó asimismo para efectos de la diligencia reconocer la personería de las demás partes y ordenar la entrega de expediente al doctor Rivera para hacerlo llegar al juez comisionado. En el viaje de notificación al juzgado de Trinidad, el poeta conoce la fundación de la Maporita que está ubicada en la vereda San Joaquín, municipio de Trinidad a 20 minutos del casco urbano. El dueño para la época se llamaba Rosendo Ricaurte y la esposa Francisca Rosas. Ellos fueron los padres de Policarpo (Polo) Ricaurte y éste a su vez de Delfín Ricaurte.
Rivera sale de Orocué a fines de 1919 y va a vivir en Sogamoso a comienzos de 1920, en esa ciudad medita y comienza a escribir el primer capítulo de La Vorágine. El viaje lo hace a través del río Cravo, después de pasar por algunos hatos llega a la laguna de Tota. El pleito es trasladado a Santa Rosa por orden del Ministerio de Gobierno, quien lo deja a órdenes del señor Daniel Hernández.
El juicio de “Mata de Palma” (llamado en La Vorágine, “Hato Grande”) y “Mata Vaquero”, fue fallado en el Tribunal Superior de Santa Rosa de Viterbo a favor de Nieto el 24 septiembre de 1919, después de haber pasado en su primera instancia por las manos de seis jueces.
Mata de Palma fue el Hato insignia de Trinidad y el más importante en extensión y producción de ganado en los llanos de la Orinoquía colombiana en el siglo XIX y comienzos del XX.
Sin embargo, para comprender un poco más el territorio en el que se desenvuelve la trama novelesca del primer capítulo de La Vorágine es importante saber que los linderos de Hato Grande como se le llama a Matepalma en la novela, son: el río Pauto, los caños el Guanapalo, Guachiría, el Yatea, el Orosio, el Yaguarapo, y el río Meta. Así mismo, lo es identificar las fundaciones de Matevaquero, Matanegra, San Emigdio y La Maporita, que aparecen en la trama.
Como mi propósito es demostrar que la primera parte de la novela se desarrolla en el territorio del municipio de Trinidad, Casanare, diré que sus límites para la época eran: los caños Guanapalo, el río Pauto, el caño Guachiría, y el río Meta. Además, que dentro de su jurisdicción fluyen los caños el Orosio, el Yaguarapo y el Yatea. De igual manera, reitero que el hato Matepalma se encuentra ubicado en la jurisdicción de Trinidad y fue donde Rivera recorrió las sabanas y conoció las faenas llaneras que describe magistralmente.
En la edición de 1984, p. 28, editada por el Círculo de Lectores, se observa lo siguiente:
“Ocho días después divisamos la fundación de La Maporita. La laguna próxima a los corrales se doraba al sol. Unos mastines enormes vinieron a nuestro encuentro, con ladridos desaforados, y nos dispersaron las bestias”. Como ya lo describí anteriormente, esta fundación se encuentra en la vereda San Joaquín del municipio de Trinidad y la laguna aún se puede contemplar; en la página 92, está plasmado: “El mulato volvió de los toldos con el arma y con la montura.
-El señó Barrera quedó apenao. Que no sabía que estas cosas taban ayá. Les entendí que mandarían gente a cogé los bichos que se les jueron.
-Te prohíbo esa compañía. Si no quieres ir solo, iré contigo.
- ¿Onde le dijeron que anochecían?
-En Matanegra. Esta fundación se encuentra ubicada entre los caños El Yatea y El Guachiría; en la página 93, aparece la siguiente referencia de La Vega del Pauto: Pero don Fidel me indicó la Vega del Pauto. Me voy porque me coge la noche y se me riega la brigáa. (brigada, lote de bestias); del caño Guachiría aparece: “Ellos pronunciaron esta gran frase:
- «Nosotros preferimos la libertá».
- ¿Pa qué lao cogieron los camaráas?
-Pa la costa del Guachiría.
- ¡Adió, pué! Y galoparon entre la noche; en cuanto al caño El Yaguarapo el novelista expresa: “El dueño del hato apresó al chicuelo, liándole garganta y brazos con un mecate, y mandó dos hombres a que lo mataran ese mismo día, debajo de las resacas del Yaguarapo”; el caño Guanapalo, aparece en la siguiente descripción: “Y para colmo, los indios guahibos de las costas del Guanapalo, que flechaban reses por centenares, asaltaron la fundación del Hatico, llevándose a las mujeres y matando a los hombres. Gracias a que el río detuvo el incendio, pero hasta no sé qué noche, se veía el lejano resplandor de la candelada”.
. En cuanto al hato San Emigdio, en la página 120, Rivera menciona lo siguiente: “adolescente apenas, vino a los llanos cuando estaba en su auge el hato de San Emigdio y allí sirvió de “coquis” cocinero varios meses”. Este hato está situado en jurisdicción de Trinidad, fue propiedad de Aquiles Lugo por compra que le hiciera al señor Luciano Cisneros el 4 de enero de 1874. Fue suyo hasta el día de su muerte, el día 27 de junio de 1903. Tenía las siguientes fundaciones: El Carmen: 100 pesos, Las Azules: 50 pesos, El Porvenir: 150 pesos, Santa Marta: 50 pesos.
Los apellidos de los trabajadores del hato: Jaspe, Barrera y Coba, se reflejan permanentemente en el relato.
Para la descripción de las faenas llaneras leeré tan solo un fragmento que trata de la recogida del ganado cimarrón en la sabana, así:
“Nos fuimos abriendo en arco para caerles como un turbión, cuando oyéramos la señal de los caporales; pero las reses nos ventearon y corrieron hacia los montes, quedando solo algún macho desafiador, que empinaba su cornamenta para amedrentar a la cabalgata. Entonces lanzáronse los caballos sobre el desbande, por encima de malezas y comejenes, con vertiginosa celeridad, y los fugitivos se fatigaron bajo el zumbido de las lazadas, que cruzaban el aire, abiertas, para caerles sobre los cachos. Y cada vaquero enlazó su toro, desviándose hacia la izquierda, para que saltara a un lado de la montura el resto de la soga enrollada, y el potro recibiera el templón en la cola, sin enredarse ni flaquear”.
“Brincaba en los matorrales la fiera indómita, al sentirse cogida, y se aguijaba tras del jinete ladeando la media luna de sus puñales. Con frecuencia le toconeaba el rocín, y este se enloquecía corcoveando para derribar al cabalgador sobre las astas del enemigo. Entonces el bayetón prestaba su ayuda: o caía extendido para que el toro lo pisoteara mientras el potro se contenía, o a manos del desmontado vaquero coloreaba como un capote, en las suertes desconcertantes sin espectadores y sin aplausos, hasta que la res, coleada, golpeara el suelo. Diestramente la maneaba, le hendía las narices con el cuchillo y por allí le pasaba la soga indócil, anudando sus dos extremos a la crin trasera del potrejón, para que el vacuno quedara sujeto por la ternilla en el vibrante seno de la cuerda doble. Así era conducido hasta la madrina, y ya cuando en ella se incorporaba, volvíase el jinete sobre la grupa, soltaba un cabo de la soga brutal y la hacía salir a tirones por la nariz atormentada y sanguinolenta”.
A nivel del lenguaje Rivera incorpora en la novela el muy rico y original léxico del español hablado en los llanos triniteños, expandiendo así las fronteras lingüísticas de la literatura de su época. Es un trabajo de experimentación con este nuevo léxico local que lo aleja de caer en lo folclórico o en lo exótico, integrándolo con elaboradas imágenes modernistas en descripciones de paisajes ya clásicas como la del famoso amanecer llanero: Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y de todas partes, del pajonal y del espacio, del estero y de la palma nacía un hálito jubiloso que era vida, era acento, claridad y palpitación.
El autor, en un intento por darle mayor identidad local al relato, altera la ortografía de las palabras conocidas para reproducir la manera en que los llaneros las pronuncian, recordándonos así que la lengua es también sonido y ritmo en las interacciones verbales en la vida diaria de los llaneros, mostrando del habla triniteña su poesía sus refranes y prácticas lingüísticas como el yeísmo, la elisión, etc
De acuerdo con el objetivo de esta exposición queda demostrado que es en el territorio triniteño donde se desenvuelve la trama de La Vorágine en lo que se refiere al primer capítulo, con el cual Rivera universaliza al llano.

Fragmento de EL TIEMPO, julio 2 de 1936.
El periódico El Tiempo en su edición del 8 de junio de 1936 presentó una entrevista con la señora Alicia Hernández Carranza como protagonista de la historia de La Vorágine; un mes más tarde, es decir el 2° de julio del mismo año, el señor Pablo V. Murillo, Sobrino de Solita Murillo y quien compartió con José Eustasio en Sogamoso mientras estuvo en esa ciudad, desmintió la versión dada por Alicia Hernández. Sobre la historia de Alicia, los triniteños, durante una centuria hemos aceptado como cierta la tradición oral que sobre Alicia galopa por entre los recovecos de montes, palmares, mastrantales, esteros ríos y caños triniteños que cuenta que: Alicia fue la señora Isabel Dorsenbille, nieta del general Obando.
La historia es la siguiente:
Doña Isabel, se había venido de Bogotá, en estado de embarazo, huyendo del escarnio público a que sería sometida por su prestante familia y la alta sociedad bogotana, pues era nieta del general Obando; le acompaño en el viaje el capitán de la marina, Jorge Ruíz, padre de la criatura; después de sufrir indecibles penurias, en el recorrido de Bogotá hacia los llanos, porque el viaje se hizo a pie, a caballo, en bongo, etc., llegaron a Orocué y allí se radicaron por un tiempo. Por problemas familiares, Isabel Dorsenbille, se fue a trabajar a Mata de Palma en los servicios de la casa y el capitán Ruíz, un militar enamorado de las mujeres, tomatrago y aventurero, siguió sirviendo a los intereses de la marina, hasta que un día viajando en un barco a San Fernando de Atabapo, no se volvió a saber de él. El novelista entonces, toma el relato de Isabel como estructura de la novela y lo adorna de ficción con sus vivencias. Isabel, entonces, es Alicia en La Vorágine. En la novela, la pareja vive por un tiempo en La Maporita y Cova abandona a Alicia en la fundación de Franco; desde entonces, Alicia, desaparece de escena hasta que su amante da nuevamente con ella. Y cuando ocurre el rencuentro Alicia prácticamente no vuelve a intervenir.
Doña Isabel, dio a luz a Emma Dorsenbille Ruíz, el nueve de febrero de mil novecientos catorce, en Orocué, se va para Mata de Palma en el año de mil novecientos dieciséis, y es en Matepalma donde se conoce con Rivera. Muchos años después, hacia los años treinta, se organiza con el negro Juan José Martínez, estableciendo su propia fundación. Los malos negocios de Juan José llevaron la fundación a la decadencia económica, obligándose a vivir en el pueblo de La Trinidad. Allí, junto con su hija Emma vivió contando la historia que la inmortalizó en la literatura llanera como Alicia, la protagonista de La Vorágine. Muere el dieciocho de mayo de mil novecientos setenta y nueve. Sus restos reposan en el cementerio de Trinidad y sus nietos rememoran permanentemente la historia de su abuela Isabel Dorsonville como la protagonista de La Vorágine.
Su hija Emma Dorsonville Ruíz, se casa con don Félix Pinzón, matrimonio del cual nacen Fernando, Sara, Mario, Jorge, Félix y Manuel, con éste último tuve la oportunidad de compartir pupitre en la escuela. Doña Emma muere en Trinidad el dieciocho de enero del dos mil uno y se encuentra enterrada en el cementerio del pueblo, junto a los restos de Isabel, Allí, también reposan los de don Cayetano Barrera, compañero de faenas de José Eustasio en el hato Matepalma.
Una estrofa del himno de Trinidad dice:
En matepalma nació La Vorágine
Y Manuel pacho querencia y crisol
Es mi pueblo nobleza y coraje
Legión toda bañada de sol.
A modo de conclusión diré que, La Vorágine en su primera parte es una oda a la llaneridad, a la vaquería, a la identidad del hombre llanero encarnado en el triniteño que tricentenariamente hoy pervive con la ganadería, en la estructura del hato, que ya están extinguiéndose. Es por ello que llamamos la atención a la academia y al gobierno nacional para que en el centenario de La Vorágine se resalte la cultura llanera, y se promueva la investigación sobre lo que implica ser llanero, su habla, su cultura, sus formas de producción, su folclor, etc. Y además exigimos que la ruta de La vorágine comience por Trinidad Casanare ya que como quedó demostrado es este el municipio teatro de los acontecimientos novelados de Rivera, en la parte del llano.
Nos corresponde entonces, retomar la literatura no solamente para modificar la insensibilidad social de la época que haga surgir una nueva poesía y una nueva literatura, sino que tenga la posibilidad de crear un hombre nuevo.
  1. DELFÍN RIVERA SALCEDO Nació en Trinidad, Casanare, un 29 de septiembre de 1958. Historiador y literato. Con estudios de Comunicación Social y periodismo, especialista en Alta Gerencia, y Dirección y Gestión Deportiva, Magister en Lingüística, inclinado por la dialectología, su tesis de grado “Léxico dialectal de la ganadería en Casanare” fue laureada por la UPTC. Profesor de literatura infantil, investigador del grupo “Si mañana despierto” de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia; lidera el grupo de investigación lingüística “Hombres de Cubarro”; investigador sobre la literatura llanera y el dialecto de la ganadería en Casanare, poeta, historiador, organizador de encuentros de escritores e historiadores del llano colombo-venezolano. Con treinta y dos obras publicadas sobre literatura, poesía, patrimonio cultural e historia casanareña. Es miembro de innumerables academias de historia y literatura nacionales e internacionales. Editor de los periódicos “El Conuco”, “El Fogonero” y “Casanare Libre”. Ha sido columnista en distintos periódicos de la región y actualmente escribe para “El Nuevo Oriente”, “Llano Siete Días” y “El Extra”. Su Campo de investigación es la Historia, la literatura, el periodismo, la lingüística, la sociolingüística, la dialectología y el patrimonio cultural. Autor y coautor de diversos artículos, sobre el español de los llanos colombianos. Así mismo, de la historia y la cultura popular de los llanos de Casanare. Tiene treinta y cuatro (34) obras publicadas en el campo de la historiografía, la literatura, el patrimonio y la poesía llaneras. Ha participado en diversos congresos, coloquios, foros y seminarios, nacionales e internacionales, sobre el español de Colombia. Actualmente, estudia el español dialectal en el habla popular de los llanos. Participa en el proyecto de investigación titulado “El habla casanareña, patrimonio lingüístico de la lengua castellana”, y preside el Coloquio Nacional e Internacional de la Literatura Triniteña y la Academia de Historia Ramón Nonato Pérez.

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