FIESTAS DE SAN RAMÓN EN UN HATO
Un 29 de agosto, vísperas de San Ramón, iba llegando a un gran hato, un viejo al que llamaban “Boquecacho”. El hato quedaba en el puro centro del llano, distante de todos los pueblos, al menos un día de a caballo, se llamaba “El Frio” y era costumbre vieja de su dueño, celebrarle la fiesta a San Ramón en memoria de algún pariente suyo que se llamó Ramón. Para ese día eran invitados todos los vecinos, ricos y pobres, viejos trabajadores del hato, sin distingos ni raleas.
Desde el día 29 el hato se llenaba de convidados y no invitados que arrimaban con algún pretexto, como el caso de “Boquecacho”, que llegaba de entrometido, aunque era persona muy conocida y amiga de la casa. Por eso cuando llego fue bien recibido; este viejo se llamaba Ramón y el dueño del hato Juan Ramón, Apenas llegaba Ramón a la caballeriza todos los presentes gritaron:
¡ Llegó “Boquecacho”, se compuso la fiesta!...
Inmediatamente salió Juan Ramón y lo saludo de abrazo diciéndole;
¡ Bienvenido Tocayo! Cayó como pedrada en ojo tuerto. Siga, Tocayo, y se toma un “pelapinga”. Usted debe de venir como perro de veguero, hambriado, ¿verdaad?.
Si señor, y también vengo como la reina de Pore….
¿Cómo, Tocayo?
¡Manuel!, gritó el dueño del hato, sírvale comida a mi Tocayo y le da chicha, que debe de estar rebuena.
Enseguida llego Manuel con una bandeja llena de carne de res, yuca, plátano y arroz. Terminada su comida le sirvieron la chicha en una totuma. Al probarla dijo “Boquecacho”: ¡Muesca, carajo!, esta chicha ta como pa’ probar joyas, no joda, pero me la empino así me emborrache.
Mientras estaba comiendo “Boquecacho”, empezaron a llegar vecinos montados en bueyes, en burros, en mulas y caballos, todos ellos con sus familias, y eran recibidos con su respectivo “pelapinga” y comida en cantidad.
Pues “desenchacárelo” y déjelo descansar un rato, que yo le tengo uno igualito. Mientras tanto tómese un “pelapinga”, cómase una carnita asada con yuca, se toma una chichita, y luego jugamos ese par de culecos.
Apenas termino de comer, don Fausto le dijo a don Juan Ramón:
Si vamos a jugar los gallos, que sea ya, antes de que se me trasponga mi zambo negro, que se llama El Guajibo.
Pues a lo que vinimos vamos, le contestó Juan Ramón. Yo le tengo este cenizo, que se llama Chunchulita.
Y con cuanto lo juega don Juan?.
Su boca es la medida.
Ya está, le contesto Juan Ramón, juguémolos con eso.
¡Entonces amuelen y suelten a guerra a muerte!
Ya listos los gallos, don Juan Ramón gritó:
¡Vengan a ver la pelea de Chunchulita con el Guajibo, vengan a apostar!.
Se arremolino la gente y empezaron las apuestas, al cenizo unos, al Guajibo otros, unos apostaban marranos, becerros, novillas y plata otros. De pronto uno dijo: ¡Apuesto i burro contra una vaca y voy al Guajibo!. Otro le cerro la apuesta. Ya iban a soltar los gallos cuando llegó “Boquecacho” gritando: ¡Un momento, apuesto mi macho pardo al Chunchulita!. ¡Quien dijo sí!.
¡Yo!, le grito un tal Cirilo. ¡Yo le topo la apuesta, su macho contra un caballo bien bueno y manso!. Ya voy a dejar de a pata a este viejo, dijo Cirilo. Van a ver, no hay lambón que no chupe.
Después de echarles “pelapinga” a los gallos por dejo de la cola y de las alas, soltaron esos bichos a un ruedo hecho de antemano. Entonces fue cuando empezó lo bueno. Que gritería tan verraca de parte y parte: ¡Ya lo jodió el Cenizo!, gritaba uno; otro también gritaba: ¡Ta tumbao de pierna el Guajibo!. ¡Ya perdió un ojo el Chunchulita!, decía otro, y tiene morcillera!. ¡Se jodió ese Cenizo, pícalo de frente, Guajibo!. Otros gritaban: ¡Ya jue suyo, Cenizo, otro tiro y a la plata!.
¡Ahí va a quedar la plata!. En fin, no se sabía quien gritaba más, que el Cenizo, que el Guajibo. De pronto el Guajibo echó una salida en redondo del ruedo, y gritaban unos: ¡Ese carajo no se para, se jue corrido, no aguanta la maraca!. Pero en una de esas se devolvió y mordió al Cenizo por debajo, lo rebatió tres veces, y cuando lo soltó, el Cenizo se escurrió y cayó muertecito en paro. ¡Que gallo tan verraco ese Guajibo!, fue lo que se oyó.
Al pasar la pelea todos se retiraron, solo en un rincón todo borracho se veía a “Boquecacho”, pidiendo un “Pelapinga” para pasar el guayabo por la perdida de su machito pardo, su único haber.
Don Juan Ramón levantó su Chunchulita y se lo entrego a Manuel diciéndole: ¡Pal sancocho!, y a don Fausto le dijo: Hoy me jodiste, Fausto, otro día me desquitaré. Y acercándose a “Boquecacho” le decía: Quedaste como indio sin puya, perdiste tu machito por borracho; sin tragos no lo hubieras apostado, pero no te aflijas, yo te remonto, Boquecachito, por que ese tal Cirilo no te rebaja la apuesta; anímate y vamos al bailoteo, mañana será otro día. Ya anochecía y el parrando iba a empezar; los músicos estaban listos, solo esperaban la orden del dueño de casa. Si ya comieron todos, pasemos a la sala. Vamos a empezar el baile.
En seguida se llenó ese salón y los músicos arrancaron con un seis por derecho. Mientras que muchos bailaban, dos muchachos empezaron a cantar así:
Dicen que la paja pica
La paja no pica ná.
Lo que pica es el amor
De las mujeres casás.
Otro le contestó:
Ayy….
Desde lejos se conoce
La mujer enamorá
Porque le bailan los ojos
Como a vaca encorralá.
Y así por ese estilo siguieron las coplas hasta la madrugada, cuando se terminó el baile.
A las ocho de la mañana del 30, día de San Ramón, todos estaban desayunando y desenguayabando con marrano frito y asado con yuca, tal cual “pelapinga” y chicha bien fuerte. Juan Ramón les repetía: ¡Cojan fuerza, mis hijos, por que el parrando se sigue hasta que se acaben todo el trago que hay en esta casa!. Todos aplaudieron, y enseguida se volvió a prender el parrando.
Don Juan Ramón mando a matar otra novilla y un marrano. No se afanen que hay trago, comida y música. ¿Qué mas quieren?. Gracias don Juan, gracias don Juan, le respondián; pero que más se puede pedir. Esta es una fiesta muy alentada. Oiga camarita, ya que estamos aquí y que la música ta tan buena, ¿Por qué no echamos un contrapunteo?.
¡Claro compañero, vale!. Y ese par de copleros se acercaron a los músicos, pidieron un pajarillo y empezaron así:
Ayy….
Toy buscando un cantador
Que quiera cantar conmigo
Al pie de estas dos guitarras
Que me tienen afligido.
No vengo a que me conozcan
Por que yo soy conocido.
Ayy….
Aquí tiene al que uste busca
Y lo encontró facilito,
A mi también me conocen
Como el que canta bonito,
Por eso es que a mi me llaman
“El Turpial Llanerito”.
Ayy….
Si quieres cantar conmigo
Cánteme recio y clarito,
Yo no le canto berriao
Como becerro chiquito,
Usté canta entre los dientes,
Cante claro y despacito.
Ayy….
No necesito consejos
Porque yo ya toy criadito.
Déjese de ser bocón,
Cósase más bien el pico
Si no quiere que lo ponga,
Como gato a lagartijo…
Todo ese día siguieron con la música, el baile y las coplas. A eso de las cuatro llamaron a la comida. Cuando la concurrencia estaba terminando de comer, salió llorando una señora y gritaba: ¡Ay don Juan, se me muere mi niñito, le dio un ataque de lombrices!.
Vamos a ver que hacemos, dijo don Juan Ramón, y salió todo el mundo corriendo para la cocina donde estaba el niño. Cuando llegaron ya el niño había fallecido.
No hay nada que hacer, sentenció don Juan, consolando a la madre llorosa. Amortájenlo y lo colocan sobre una mesa en la sala. Allí le hacemos el velorio al angelito como manda la costumbre llanera.
Así que una vez colocaron el niño en la mesa, empezó el velorio con cantos alusivos al funeral. Toda la concurrencia con una gran devoción, cantaba sin cesar tristemente elevando sus cantos al cielo, para que el Padre Eterno recibiera en su seno al angelito.
Después de un largo oratorio volvieron a iniciar el baile. Descansaban un rato y volvían al rezo del difunto niño, y en medio de esos cantos también lloraban todos en señal de que estaban acompañando a la madre en su dolor.
Don Juan Ramon mando matar otra novilla y también mandó a comprar mas “pelapinga”.
Al tercer día como a las tres de la mañana, don Juan Ramón llamó a Manuel que era su hombre de confianza, y le dijo:
Manuel, ese chino ya tá picho, jiede a leguas, entierrenlo por la mañanita. Yo me voy para la Trinidad, no le diga a nadie, ensílleme la mula colorada y Luciano que ensille al Samuro para que me acompañe en el viaje, eso si rapidito antes que se den cuenta que me voy. Yo se, que al irme esta vaina se acaba. Ah, otra cosa: Dele al viejo “Boquecacho”, el Raton Mojao. Remóntelo en ese ruco para que se vaya. Ese viejo maricón perdió su macho y no puede quedarse de a pie.
Bueno señor, contestó Manuel, todo se hará como lo ordenó.
Así termino la fiesta de San Ramón, con harta música, con harta carne asada, con yuca, plátano, chicha, “pelapinga” por coñazos y angelito bailado por tres días.
Y hasta el otro 30 de agosto, mis queridos amigos….
Tomado de: Casanare y su historia. Alberto Martinez Delgado. 1990.
Fotografías: imágenes tomadas de Google. Créditos a sus autores.
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