viernes, 8 de marzo de 2024

FIESTAS DE SAN MIGUEL Y LA CANDELARIA, OROCUE.

 FIESTAS DE SAN MIGUEL Y LA CANDELARIA, OROCUE.




Fragmento tomado de: “Corridos y coplas de los Llanos orientales de Colombia”. (Relato del padre Ricardo Sabio Labay, en su visita y estadía en el pueblo de Orocue en la década del 40 del siglo pasado).
Los pueblos se conocen por la música.
La música es la lengua del alma, la expresión de su sentir, un foco luminoso, por el que descubrimos el genio, el carácter, el temperamento de cada hombre, como se refleja también la cultura, el temperamento, el sentir de los pueblos. La música dice Pul Bertand, es el arte con el cual se expresa a través de las edades el corazón de las gentes.


Los salivas, achaguas y piapocos tienen un baile muy decente, ritmo y compás de cierta altura, usando como instrumentos musicales “el fotuto” el tambor, la siringa, la pandereta, la flauta. Visten todos, y los salivas visten muy bien y van calzados. Los salivas todos son buenos hogares, esposos muy fieles y quieren mucho a sus hijos. A los conquistadores les llamó poderosamente la atención la bondad de los salivas. Un pueblo modelo se podría formar con estas gentes.
Los salivas, piapocos y Achaguas celebran las fiestas de San Miguel y la Candelaria con los ritos viejos de sus tribus. En esas fiestas ellos mismos se administran justicia. Usan el cepo como castigo. Todos obedecen ciegamente al teniente. En esas fiestas son un estado aparte, con sus leyes, tradiciones, costumbres y ritos.


Entran al pueblo de Orocué una quincena antes de las fiestas de la Candelaria o San Miguel, según el caso. Recorren el pueblo bailando por parejas, en largas hileras. Los músicos, con fotutos y tambores, adelante. Detrás, la columna de parejas: la mujer con el brazo en la cintura de su compañero, y el hombre con una palma real acomodada a la espalda, con sus hermosas hojas al viento. Es algo fantástico y atrayente. Como el baile es por la noche, tiene un sentido de funerales. Dos pasos adelante y un paso atrás, a la cadencia de la música de los fotutos y golpes de tambores. En cada esquina forman una rueda danzante y cogen de nuevo la hilera. Todos van en dirección de la casa del alférez para probar el guarapo que, en enormes canoas, se revuelve solo. Lo probaran los catadores y anunciaran si el melao sigue su proceso para un guarapo bueno que se pueda servir en las fiestas. A los quince días volverán en el mismo orden, con el mismo baile y con los mismos ritos. Recorrerán todo el pueblo y se instalarán en los campamentos levantados en la sabana para iniciar todo el programa de sus fiestas.


El almuerzo para los misioneros, en los días de San Miguel y la Candelaria lo preparan las indias de mejor linaje y más expertas en cocina. Y lo llevan a la casa de los Padres con todo el ceremonial de su antigua liturgia. Bailan un rato en la casa cural, se les reparte tabaco, aguardiente, y golosinas para los niños. Se les da también dos o tres vacas para la carne.
A las doce del día vendrán todos al templo, al repique festivo de las campanas, con la catibia, pan hecho de las harinas de todos los frutos de sus campos. Hasta que no cumplan con esta ofrenda, nadie puede comer de la catibia. En el altar mayor se coloca el teniente con su bastón de mando. A su lado, los capitanes, y en las naves del templo y en la puerta, los alguaciles, para el orden debido. Entran bailando en parejas a la música de fotutos y tambores. La mujer, con el brazo a la cintura de su compañero; el hombre, con la palma real a la espalda y con la catibia en una bolsa tejida con las mismas hojas de la palma y sobre la palma.
El baile en el templo es seguido, sin el paso para atrás. Dan dos vueltas y, al pasar por delante del teniente, repican los tambores.
Salen de la iglesia, recorren todo el pueblo y se recogen a sus toldas. Clavan una bandera blanca con una cruz azul. Desde este momento el baile será más movido, usando un instrumento más: la siringa. Todo es más alegre, pues ya ofrecieron a Dios los frutos de sus sembrados, el pan nuestro que el Dios bueno nos reparte cada día.
A la tarde volverán al templo, sin baile, sin músicas, para el nombramiento del nuevo alférez, que se encargará de la fiesta que le corresponda. Se presentan en el templo el alférez saliente y el entrante, con los dignatarios de cada uno. Se repican las campanas, sale el sacerdote revestido con los mejores ornamentos que disponga ante los alféreces. Coge el sacerdote la bandera y ante el Misionero jura el nuevo alférez celebrar la fiesta para la cual ha sido nombrado. Cumplido el juramento, el nuevo alférez toma la bandera y salen todos a danzar y a tomar guarapo a costa del elegido.
En todos sus bailes, en todas sus fiestas, no se oye un cantar, no se refiere un romance, no se escuchan coplas ni corridos. Un grito largo y lánguido terminado en tres o cuatro fuertes, con una pequeña pausa, para volver a la angustia de un gemido. A tiempos determinados golpean los tambores más rápido y con mayor fuerza, para volver al mismo grito y a la misma música.
Y así estarán toda la noche y todas las noches de las fiestas.

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