"PIPI" REYES Personaje de Leyenda.
Por: Cr. (R) Guillermo Plazas Olarte.
DE MI TIERRA Y OTRAS COSAS (1993).
"El que quiera ver a Dios
o algo de el quiera saber,
que venga a ver en los llanos
lo que es un amanecer".
Quien no a ido a Casanare, desconoce una rica y bella región de la patria. Tierra de paisajes soberbios y horizontes sin fin, de sus fundos salieron los centauros que al golpe de sus lanzas nos dieron libertad. Ramón Nonato Pérez e Inocencio Chinca personifican el valor de aquellos escuadrones que asombraron a Morillo y al mundo.
Casanare, tierra brava que hasta la paja muerde...
El personaje de esta crónica es Ernesto Reyes Elicechea, alias "Pipi" Reyes, Sogamoseño por nacimiento pero llanero por adaptación al medio. Hombre fuerte, tan vigoroso como el Tarzan de las tiras cómicas, asimilo las virtudes sobresalientes y los defectos del llanero. Era libre, como el ganado cimarrón, voluntarioso, independiente, despreocupado, trabajador infatigable, cuando el llano pedía trabajo, parrandero cuando el dinero rebosaba en su cartera, pero siempre bueno como el "topocho", pan Casanareño como el sol, vivifica los cuerpos de los ricos y de los pobres.
Alto, blanco, "amonado", de ojos claros hubiera servido de modelo para una hermosa estatua.
Vivió y lucho en Casanare. Sus hazañas, atrevidas, inverosímiles, recuerdanlas con agrado gentes de los poblados, de las posadas o de los ranchos perdidos en la inmensidad de la llanura, amen de los Sogamoseños que toleraron muchas de sus ocurrencias non sanctas.
Pipi Reyes, no sea sinvergüenza, deciale, alguna vez distinguida matrona en la ciudad del sol, cuando cubierto apenas por una imíni toalla atravesó la calle en traje de Adan. Amonestabalo cariñosamente, por que sabía que este hombre dueño de una personalidad sui géneris, se enfrentaba a los toros más bravos del llano, soportaba tempestades que ni Rivera, ni Gallegos lograron describir totalmente. Ríos turbulentos, dominios de caimán o del caribe, cruzábalos al golpe seguro de sus brazos, nudosos como viejas raíces de palmeras. Su brújula era el sol; en ocasiones guiabase por la matas de guadua. La cruz del sur, señalabale el rumbo en las noches tachonadas de estrellas.
Llanero ni toma caldo, ni pregunta por camino...
De su silla pedrozana pendía enrollado un rejo que empleaba con maestría para enlazar la fiera más arisca en los rodeos decembrinos. Al trote de su caballo "Sampablero" o al galope, iba tras la toreada en compañía de anémicos vaqueros que formaban un solo ser con el equipo que montaban.
Por la tarde después, de encerrar la vacada, en los corrales, meciase voluptuosamente en el chinchorro, mientras solicitas llaneras de ojos grandes como la pampa, llevabanle café cerrero o una totuma de agua fresca. En el trabajo vespertino dirigía la peonada que ora castraba un semental, ya colocaba fierro ardiente sobre el muslo de los becerros, todo entre nubes de polvo, humo azul y bramidos lastimeros.
Eran los buenos tiempos del Hato del Tigre, uno de los más famosos de la llanura Casanareña.
Nosotros, habitantes del altiplano, sabíamos de la bravura de sus ganados que en fiestas de julio destripaban caballos, revolcaban jinetes, ensartaban toreros y, burlando las vallas de eucalipto, corrían por calles embistiendo de paso, a cuanto bulto hallaban. "Es ganado tigrero" decía "Chichico" ponderando el encierro seleccionado para las corridas españolas.
En cierta ocasión, "Pipi" Rayes, jinete en finísima mula, desnudo el pecho, con dos botellas de brandy en los zamarros, dirigirse a Labranzagrande por el camino de herradura que trazo hace mucho tiempo, el ingeniero Danés Emilio Gaugin. Como encontrara gentes arremolinadas en determinado lugar, pregunto la causa y al informarse de que un toro llanero rezagado habíase colocado amenazadoramente en la mitad de la trocha, desmontó y de un salto se dirigió al astado, lo agarro por los cuernos, rompiole el cuello y lo hizo rodar por pavoroso precipicio.
¿Qué dice de esto, amigo Edgar Rice Burroughs? Ideador de Tarzan el hombre mono?....
Fue Ernesto Reyes Elicechea hijo de Don Ernesto Reyes Molina, y la señora Angélica Elicechea de Reyes, nieto del Doctor Alejandro Reyes Patria, el Sogamoseño que montó con mayor elegancia corceles de paso castellano, Nació “Pipi” Reyes en Sogamoso, en el lugar que recientemente levantó edificio el Sindicato de Acerias Paz del Rio. Alumno del Gimnasio Moderno, su paso por el afamado plantel Bogotano fue muy breve. Su vida estaba al otro lado de la cordillera. La turbulencia de los ríos en los meses de invierno; la imponencia de las sabanas inundadas; el embrujo de los esteros vestidos de garzas multicolores; la asechanza del tigre en la mata de monte, el mugir de las vacadas, la desaforada carrera de los potros que
“resoplan roncos, ante el sol violento, y alzando en grupo las cabezas locas oyen llegar el retrasado viento”;
El lento paso de los arrieros tras de las mulas que llevan sal para los fundos; los indios de vistoso plumaje y ligeros guayucos que acometen el blanco por venganza con el propósito de robarlo, todo esto constituía para el un mundo incomparable primitivo pero hechizante, en donde se cumplía, momento a momento, para el racional o para el bruto, la ley inexorable de supervivencia del más fuerte.
Casanare, donde le dan fiebres a la quinina y le salen gusanos a la criolina…!
Alpargata o botín, amplia faja de cuero, camisa abierta y sombrero texano, tal su indumentaria en los hatos. Respetado de cuantos le acompañaban, su gruesa voz imponíase en los rodeos y en el ajetreo interminable de los corrales.
Un buen día desapareció misteriosamente “Pipi" Reyes. Pero el Sogamoseño, a quien daban por muerto sus abnegados servidores, hallabase en medio de una tribu salvaje, alimentado con mañoco y casabe, acariciado por las brisas del Meta rodeaba de preciosas nativas. Agregan que como recuerdo de la aventura llevó por mucho tiempo cinturón hecho con trenzas de cerriles doncellas. Después de varios meses de trabajo salia a divertirse a Sogamoso o Bogota. En el Hotel Granada, en el Café América, en el Windsor o en los mas costosos coreográficos, derrochaba sin medida. Pertenecía a la más alta aristocracia de las ciudades mencionadas y como tal, entraba a los clubes de renombre con vestido apropiado o en traje de llanero. “El hábito no hace al monje y mucho menos a Ernesto Reyes Elicechea”, decia mientras acomodaba en las mesas del bar a caporales de cotiza, ante el asombro de empecherados personajes.
Agotado el dinero, regresaba a Casanare. Cuando aparecía en Sogamoso para ferias y fiestas, había revolución. Por que “Pipi" entonado por el brandy boleaba rejo hacia el mostrador de cualquier toldo haciendo rodar estantes y botellas, ollas de ajiaco y bandejas de papa. Simulando indiferencia, alejabase al trote de su alazán, para regresar, de inmediato, sonríente, a pagar tres veces el valor de los daños, halagando con billetes de cien pesos a propietarios y venteras. Jinete de verdad recorría la plaza de la Villa, haciendo caso omiso del toro que lidiaba Eva Paipilla, enamorando, lanzando dulces a palcos y barreras.
Cuanto debo…? preguntaba “Pipi" y al obtener respuesta, firmaba a lápiz un vale en la pared. Cuando se demoraba en cancelar la cuenta y el acreedor lo urgía, respondiale con asombrosa tranquilidad: TRAIGA EL VALE Y LE PAGO!
Cierta vez, pasado de copas, en las barbas de una patrulla de policías municipales, enlazo al mismísimo alcalde de Sogamoso, al “Botello Avella” y hubieralo izado hasta el balcón del club, si una navaja esgrimida con oportunidad no hubiera seccionado la soga.
Había que verlo jugando morocotas con Carlos Ramirez (Perra loca) y Felix Archila en el monte dado administrado por Salvador Coy o Simon Yunnis:
¡Treces de a diez y cien pesos al que gane!
O piqueteando de lo lindo en la asistencia de Resura mientras la murga interpretaba joropos, y bambucos coreados alegremente por la dueña:
Ni con chaparro marchito
usted me prende el fogón;
El que nace barrigón
ni que lonfajen chiquito.
Si no se apura, no llega,
y si nació en Parapara
no arrime tanto la cara
que el paludismo se pega.
En Labranzagrande, a mitad de camino entre Sogamoso y el Hato El Tigre, encontrose con una hermosa joven, maestra de escuela del lugar. Se caso y formó ejemplar hogar.
Habían transcurrido sesenta años o algo más desde el día de su nacimiento en este valle de Iraka, cuando, súbitamente dejó de latir ese gran corazón. De sabana en sabana corrió la triste nueva:
¡Murió don Pipi Reyes!
¡Alma bendita del blanquito!
Sus restos reposan en el cementerio de El Yopal, entre los rios Cravo Sur y Charte, donde comienza Casanare, tierra de luz y de horizontes, de leyendas, de lucha y esperanzas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario