-COLUMNA DOMINICAL-
La bruja no entraba de inmediato a mi cuarto, sino que una vez descendía a toda velocidad por el Cerro El Venado, su medio cuerpo -cortado en la cintura con un pelo de caballo- se posaba unos minutos en el monumental palo de mango, y presintiendo mi terror a su llegada, lo mecía de manera leve pero constante, y las sombras de las ramas en luna llena penetraban tímidamente por la ventana.
La Bruja de Balconcitos entraba a mi cuarto, cantaba y danzaba sin parar de pared a pared, para después flotar al frente de mi cama, con la intención de intimidarme aún más con sus ojos enrojecidos, cabello desordenado y destrozado vestido, más una nariz larga y puntuda que hacia juego con una malvada sonrisa, que no dudaba en reiterarla por última vez, antes de abalanzarse a oprimirme con suma violencia el pecho, mientras luchaba con todas mis fuerzas en mover siquiera un dedo para poder despertar, convirtiéndose éste en el único conjuro para liberarme de su yugo.
A despertar, la calma reinaba en toda la habitación, sin encontrar un solo indicio de la malvada bruja -ni siquiera los rasguños que sentía en ese sueño profundo- lo que convencía aún más a mis padres de que mi problema no era más que una pesadilla, pese a que una y otra vez les decía que el palo de mango se seguía moviendo unos minutos más, los “tolditos” volaban bulliciosos y espantados, y al salir al patio divisaba una diminuta luz en ascenso por el Cerro El Venado, que más o menos en la mitad paraba en seco y descendía lentamente a Balconcitos, una pequeña montaña desde donde se observaba la pequeña población, y que ahora les dio por bautizar con el escueto y desabrido nombre de “El Mirador”.
La sombra de la Bruja de Balconcitos estuvo hasta recién entrada mi adolescencia, incluso en el trecho Barrio La Campiña - Colegio La Presentación, cuando a toda velocidad y temblando de miedo me desplazaba en aquella monareta verde “Monark Galaxia” -pasando al lado del antiguo cementerio, declarado campo santo- sintiendo la imponencia del Cerro El Venado, con un intimidante murciélago y una mujer acostada con senos al descubierto.
A lo largo del trayecto, no dudaba un instante en que la Bruja me estaba vigilando desde Balconcitos, conociendo el rápido y angustioso pedaleo, el agitado palpitar de mi corazón y el escalofrío del cuerpo, con la inevitable sugestión que ella se convertía en el árbol de Acacio, los charcos de la tierra amarilla o el avión de la Segunda Guerra Mundial, que descansaba en silencio en uno de los “talleres” del antiguo aeropuerto, contiguo al emblemático Barrio La Corocora.
La Bruja de Balconcitos era temida por todos los niños de los centros educativos Luis Hernández Vargas, Salvador Camacho Roldán y La Presentación, quienes en las excursiones estudiantiles no se separaban al ascender el Cerro El Venado, y procuraban esquivar el camino de Balconcitos, para evitar toda posibilidad de encuentro con la malévola mujer, sin dejar de mencionar los cientos de relatos de los mayores sobre esa errante luz en la noche -que se divisaba en Balconcitos- y los indicios de hacer presencia esta bruja a la medianoche en los patios de las casas, lo que hacía que regaran en éstos sendos kilos de sal antes de acostarse.
La misteriosa mujer se convirtió en un asunto público de la población, en donde el Alcalde convocó a todos los sectores para buscarla, comprobar sus malévolas prácticas y condenarla al destierro, pero no faltaron los intelectuales, historiadores y artistas -incluido mi Padre- que no dudaron en afirmar que todo no era más que el fruto de una fantasía colectiva, y que ese “bloque de búsqueda” era un intento imperdonable de pasar de la realidad a los parajes de la imaginación, en donde finalmente triunfó la sensatez de aquellos, sin faltar el comentario en voz baja de muchos, quienes aseguraban que la bruja sí existía y era una terrible amenaza para “nuestros hijos”.
La extrema preocupación de mi Madre por mi estado de “salud mental”, generó que en la década de los ochenta conociera en Bogotá al connotado psicólogo Jairo Estupiñán -con espejuelos y cabellera de John Lennon- quien me recomendó subir al Cerro El Venado, para enfrentar de una vez por todas a la temida Bruja de Balconcitos, incluso con la osadía de buscarla y enfrentarla por tantos años de angustia, que no tardé en cumplir bajo la constante insistencia de mi Madre, en la misma actitud que tenía cuando me instaba a perder el miedo a las alturas, para subir a la medianoche al mismo palo del mango y sorprender a la bruja cuando descendiera del Cerro.
A la vuelta de un tiempo, estaba iniciando el lento y difícil ascenso a Balconcitos, resbalando a cada rato por un estrecho camino amarillo, que recién había recibido los embates de una tormenta, experimentando un exquisito olor de un bosque frondoso, con acacios, yopos, palmas, mangos, que inesperadamente me daban la bienvenida al lugar, cuando a la vuelta de unos veinte minutos empecé a disfrutar de la panorámica de nuestra mítica población, en donde se veían las humildes y “llaneras” viviendas de una población con no más de veinte mil habitantes, desde donde se escuchaba el entonces furioso caudal del río Cravo Sur, y el silencio de la verdes plantas Diesel, que “encendían” el pueblo a la esperada hora de las seis de la tarde.
El encuentro con tan maravilloso escenario, me sumergió en una constante fascinación, en un éxtasis jamás experimentado, hasta tal punto que olvidé por completo el motivo de la visita, y aún más por el temor a la malvada Bruja de Balconcitos, que en palabras del psicólogo Estupiñán se explicaba en que al acercarme al entorno de la misteriosa mujer, el temor a ésta desaparecía en absoluto, llegando a la irrefutable conclusión que ella no era más que una fantasía, como lo habían advertido una y otra vez los intelectuales, historiadores y artistas del pueblo, pero que curiosamente ahora siento mucho pesar, porque el urbanismo y la migración, “mataron” de una vez y para siempre a este hermoso mito de nuestra población.
Coletilla: Con el paso de los años, sostuve una larga y tendida charla con lugareños del Cerro El Venado, quienes revelaron que la misteriosa mujer no eran más que una humilde y octogenaria mujer, que aunque huraña y reservada era apreciada por todos ellos, y que la fama de bruja se la ganó injustamente, un día que sacó a escobazos de sus predios a unos niños de La Presentación, que le estaban bajando de los árboles sendas frutas de mango, guanábana y guayaba.
Pero esa no era bruja -decían- ¡Dios nos libre!
*** Asesor Legislativo – Escritor.
Yopal, domingo 7 de agosto de 2022.
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