Quiero
compartirles esta remembranza inédita del Coronel Eduardo Román Bazurto,
escrita por su sobrino escritor, Celso Roman, la cual obtuve a través de Carlos
Román, también sobrino de el Coronel.
CON EL LLANO EN EL CORAZON
Una remembranza del Coronel Eduardo Román Bazurto
El Coronel Eduardo Román Bazurto llevaba las sabanas orientales en su corazón. Acaso lo que su espíritu vislumbró el Miércoles 27 de Junio antes del mediodía, fue su propio Diosonamuto o Camino de Dios.
Dice
la leyenda indígena que el dios Kubei tenía que ir hasta los raudales de
Maipures en busca de Jumenerrúa, su mujer, quien había sido robada con engaños
por el dios Kúkuli. Desconsolado se sentía Kubei, pues no sabía nadar ni tenía
canoa, pero dos monos blancos le mostraron el camino. La senda partía de los
raudales de Maipures en el Orinoco, bordeaba la margen izquierda del río
Vichada, en dirección al sur occidente, rodeaba y descabecereaba torrentes, caños, y afluentes de los Ríos Tuparro,
Tomo, Muco, y Manacacías, por Gualabó y Corocito. Recorría las inmensas sabanas
orientales sin tener que atravesar
corriente mayor, alcanzaba la orilla derecha del Meta hasta el actual San
Martín de los Llanos, cruzaba el caño Camoa y remontaba el piedemonte de la cordillera
oriental hasta llegar al territorio muisca en el altiplano.
El
Coronel pudo ver el mundo que tanto amaba como era al principio, con los ojos
del Padre Joseph Gumilla en 1740, cuando el Jesuita remontó el Gran Orinoco
hasta el río Meta y las sabanas de Casanare, para describir los dilatados llanos, que interrumpidos con
muchos ríos, vegas y bosques, forman un bello país, siempre ameno y verde, sin
despojarse árbol alguno de sus antiguas hojas, hasta vestirse primero de verdes
y pomposos cogollos.
La
vida rebosaba en esa tierra de indígenas Achaguas, Guahibos, Sikuanis, Jiraras,
Tunebos y Betoyes, entre muchas otras naciones, que a lo largo del Camino de Dios, en los mercados nativos
intercambiaban innumerables plantas y animales que el Padre Gumilla calificó de
generosa abundancia para alabar
al Creador. En ellos se negociaban vasijas de cerámica, pájaros, miel,
perros mudos, oro, pieles, carne de monte, y aceite de huevos de tortuga,
productos que llegaban hasta los muiscas del altiplano, quienes dominaban el
mercado de la sal, las esmeraldas y las mantas de algodón. La moneda era la Quiripa, una tira de conchas pulidas de
una almeja de agua dulce.
Entonces
el mundo era hermoso y reciente, creado por la gran Anaconda que trazó el
serpenteante cauce de los grandes ríos de la sabana y luego subió al cielo para
convertirse en el inmenso reguero de estrellas de la Vía Láctea, la misma que
los nómadas –armados de arco, flecha, y lanza- contemplaban en sus largas
marchas por pajonales de la estatura de un hombre, siempre en fila y llevando
sus enseres en grandes canastos.
Se
dice que todo ser humano, en circunstancias especiales puede ver el universo
entero, y el Coronel Román, recorriendo su Camino
de Dios pudo ver la transformación de las llanuras orientales. Contempló la
llegada de los europeos y con ellos las enfermedades que diezmaron la población
indígena, la esclavitud que vino a aherrojar los espíritus que vivían en la
libertad del nomadismo, la nueva religión, y animales desconocidos: las reses y
los caballos que se adaptaron a la vida en las sabanas y engendraron razas
criollas de variopintos colores.
Vio a Don Pedro Daza Mexia, salir de la ciudad
de Tunja, a comienzos del año de 1585 para adentrarse hacia Oriente, descender
el piedemonte de la cordillera y arribar a la llanura por el sitio conocido
como el Alto de los Farallones, donde
el río Cusiana rompe el llano. Ese mismo año aplicando las leyes de la Corona en tierras nuevas, estableció la
ciudad de Medina de las Torres, y el
29 de septiembre de 1588, fundó Santiago
de las Atalayas, para que fuese una
villa con carácter de fortaleza, desde
donde se pudiesen atalayar las riquezas del Dorado, y así surgió la
Provincia de los Llanos de Casanare.
Se
halló luego al nacimiento de la cultura llanera, cuando españoles, indígenas y
criollos forjaron un nuevo ser humano, con la vida centrada en la ganadería,
forjada en las haciendas de los Jesuitas –también llamadas reducciones-, verdaderos centros de producción agrícola y ganadera,
donde los nativos fueron catequizados en la fe de la cruz, y aprendieron numerosas artes, entre ellas las del vaqueo o caballiceo del ganado cimarrón, las de la guerra, y las de la
música –allí aparecieron el cuatro y el arpa llaneros-.
En la
panoplia del tiempo el Coronel Román presenció el surgimiento de asentamientos
de sonoros nombres como Caribabare, Tocaría, Cravo, Xigxigua, Apiay, Surimena,
Macuco, Curanabe, y Casimena, dados a las haciendas que tuvieron el monopolio
de la sal, el ganado en pie, los cueros, el sebo, y la carne. Conoció también
el fin de ese emporio comercial en 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados
de los territorios de la Nueva Granada por orden del rey Carlos III, bajo la
acusación de haber sido los instigadores de los tumultos populares en España,
conocidos como el Motín de Esquilache.
Desde
entonces en la Provincia de Casanare quedó el campo abierto para que se
consolidaran los hatos, fundos o haciendas de las sabanas, y nacieran los
recios jinetes llaneros –centauros de largas lanzas-, que en 1816, durante la
guerra de Independencia, prestaran a Bolívar su valor para edificar nuevas
naciones.
Al
Coronel le fue dado contemplar su propio origen, cuando sesenta años después de
la gesta libertadora, en medio de las montañas de Villeta en Cundinamarca –la comarca donde habita el cóndor-,
nació un guerrero de espíritu libertario, el General Celso Román Figueroa,
quien llegaría a ser un héroe liberal de la Guerra de los Mil Días, acaecida
entre 1899 y 1902.
El
hilo de vida de su sangre empezó a tejerse diez años después de finalizada la
contienda, el 14 de Diciembre de 1912, día en que el General Román contrajo
matrimonio con Franquelina Bazurto León, en la Hacienda Pekín, situada en la
zona cafetera de Viotá, al pie de la serranía conocida como la Cuchilla de
Peñas Blancas, antiguos dominios de los guerreros Panches.
El
General y Frankelina llegarían a tener diez hijos. El segundo de ellos nació en
Bogotá el 14 de Septiembre de 1914 –dos meses después del comienzo de la
Primera Guerra Mundial-, y acaso predestinado para la vida militar, recibió el
nombre de origen germánico Eduardo,
que significa ejército glorioso, y
guardián de tesoros. La ceremonia de bautizo se llevó a cabo en la
Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, en Viotá.
Por su
Diosonamuto o Camino de Dios, el Coronel Eduardo Román se vio muy joven,
ingresando a la Escuela Militar de Cadetes y graduado como Subteniente el 1° de
Diciembre de 1937, y comprendió que había visto las sabanas orientales desde
hacía muchos años, a través de los ojos de su padre, el General, quien después
de la guerra civil se dedicó a administrar haciendas y negociar ganados en los
llanos, llevando arreos por las enrevesadas trochas de los indios que se
transformaron en caminos de herradura, hasta los cebaderos de Cáqueza y luego
al matadero de Bogotá.
Eran
tan difíciles las condiciones, que para poder alcanzar las alturas de la
cordillera, las reses debían ser calzadas con chocatas o alpargatas de cuero o fique para que soportaran las ásperas
y afiladas piedras de los difíciles caminos desde Villavicencio, ascendiendo
por los riscos del Chirajara. Supo que les calzaban sólo tres patas para que
conservaran en una la sensibilidad que les permitiera reconocer el suelo, y así
evitar que se desbarrancaran por los precipicios.
Cuando
el General fue nombrado Intendente del Meta, era un extraordinario jinete,
hombre de campo, que toreaba parándose
como un botalón delante de los novillos cimarrones, los mautes de explayados y peligrosos
cuernos.
Acaso
por esa herencia paterna, el Subteniente Eduardo Román escogió la rama de la
Caballería para iniciar su carrera militar en Sogamoso, vinculado al grupo
“Carvajal”. En esa ciudad recibió el llamado del amor, cuando conoció a Sofía
Roselli Quijano, una bella joven de familia conservadora –la pasión no reconoce
límites políticos ni fronteras ideológicas- con quien se casó el 13 de Mayo de
1938, antes de ser trasladado al grupo de Caballería “Cabal”, situado en Tame,
Arauca, donde sus vínculos con el llano se afirmaron aún más. Fruto de la
ternura de Eduardo y Sofía fue el nacimiento de sus dos primeros hijos, Luis
Eduardo el 24 de Marzo de 1939, y Jorge Augusto el 21 de Junio de 1940.
El 20
de Diciembre de 1943 después de haber sido trasladado al grupo de Usaquén,
recibió su ascenso a Teniente efectivo, y gracias a su excelente desempeño
académico, en 1944 fue invitado al Curso Avanzado para Oficiales de Caballería
en Fort Riley, Kansas, Estados Unidos.
Mientras
tanto, el mundo y el país no salían de las espirales de las guerras, pues la
Segunda Guerra Mundial se había iniciado en 1939, y Colombia se polarizaba
entre gobiernos liberales y conservadores cada vez más radicales, que
arrastraban a sus correligionarios hacia un vórtice de intolerancia y agresión
visceral que empezó en 1930 y se generalizó como la violencia.
En
medio de la zozobra de desestabilización institucional, de rumores de complot y
golpe militar, el Teniente Román fue ascendido a Capitán el 9 de Abril de 1945.
Exactamente tres años después, el 9 de Abril de 1948, la muerte del líder
liberal Jorge Eliécer Gaitán habría de ser el detonante del estallido que acabó
de dividir al país amenazando con enviarlo al abismo.
Transitando
por su Camino de Dios, Eduardo Román
pudo revivir –como testigo presencial de los hechos-, los difíciles momentos
que llevaban el país hacia una guerra civil no declarada: después de tres días
de sangre y fuego, el Gobierno licenció la fuerza de policía en su totalidad, y
el ejército fue encargado de mantener el orden, y para ello se creó la Policía
Militar. El coronel Régulo Gaitán fue nombrado director, y a su vez encargó del
entrenamiento de la nueva fuerza al Coronel Willy Hollman Restrepo, quien entre
otros colaboradores, llamó al capitán Eduardo Román Bazurto.
La violencia
creció cuando el gobierno conservador incorporó cuerpos policiales fanáticos
que -por provenir del pueblo de Boavita y la vereda Chulavita, de Boyacá-
fueron tristemente conocidos como chulavitas,
con autonomía y carta blanca para
saquear, y exterminar opositores con la consigna de tierra arrasada a sangre y fuego, que matar liberales no es pecado.
Como consecuencia, los perseguidos empezaron a emigrar hacia las sabanas de Oriente para
incorporarse a la revolución del llano,
tomar el poder en pueblos y municipios y organizar la defensa de sus vidas.
Pero
mientras la violencia campeaba en el país, el amor volvía a visitar el hogar de
Eduardo y Sofía, con la llegada de María
Mercedes el 28 de Septiembre de 1945, y de Rafael el 9 de Noviembre de 1948.
En
esos cruentos años el día 1° de Julio de 1950 el Capitán Román fue ascendido al
grado de Mayor, en condición de combatiente, cuando estaba vinculado al grupo
de Caballería “Páez”, con sede en Tame y luego en Sogamoso, lo cual le granjeó
amistades con los llaneros, cuyas razones de rebeldía las cantaba el corrido
guadalupano: “Toma posesión del mando /
el partido conservero. / Instala sus chulavitas / con entusiasmo y esmero. /
Recorren todos los campos / buscándole el paradero. / A los pobres liberales /
que sólo tiemblan de miedo, / los obligan a voltiarse / y les roban su dinero…
Pero fue la buena suerte / y el ánimo del
llanero. / Como hombres de conciencia /se oponen contra el gobierno. / Muchos
hombres valientes / al ver humillado al pueblo. / Se bajan al Casanare / y
organizan su refuerzo. /Atacan en varias partes / a las gentes del gobierno. /
Para defender la vida / de los hombres indefensos…
Las guerrillas son pequeñas / con unos
pocos llaneros. / Con escopetas de fisto / y el parque entre sus polleros. /
Van corriendo la llanura / montados a puro pelo. / Y asaltan en los cuarteles /
a chulavitas embusteros…
Para
el Mayor Eduardo Román –hijo de un héroe
liberal de la Guerra de los Mil Días, que estuvo a punto de ser fusilado
cuando los conservadores lo hicieron prisionero-, esa situación significó un
verdadero dilema, que lo llevó a proponer a los oficiales colombianos un plan
de pacificación para el subsector de los llanos a su cargo. El propósito era promover un armisticio humanista
que no toleraría ni la rebelión armada, ni la represión. Eduardo argumentaba
que no existen fundamentos para desatar
la crueldad y la represión y lanzar al pueblo a la miseria, la revuelta y sabe
Dios a qué graves desenlaces.
Muy
pronto la brisa llevaba la noticia de la presencia en El Yopal del Mayor Román
con su escuadrón de soldados, casi todos llaneros, clamando por comprensión
para pacificar la sabana sin violencia ni retaliación, lo cual hizo que se
ganara la estima de los habitantes del Casanare.
El
valor de sus ideas quedó demostrado cuando los altos círculos gubernamentales y
militares lo retaron a salir del cuartel sin escolta, y una mañana emprendió
camino desde El Yopal, apenas con unos pocos hombres, hacia la fundación de Las
Gaviotas, sobre las costas del Cusiana, de propiedad de sus cuñados
conservadores, los Roselli Quijano. El hato se hallaba abandonado desde el
saqueo a que fue sometido por los guerrilleros de Maní, que carnearon las reses
y asolaron la casa de la hacienda. Con el dinamismo heredado de su padre, el
Mayor impuso el orden, reorganizó la producción y al poco tiempo el hato de Las
Gaviotas estaba funcionando normalmente. A este notable suceso debe agregarse
el hecho de que durante su estadía en la fundación, el Mayor Román recibió la
visita de un grupo de rebeldes.
En
este recorrido por el Diosonamuto o Camino de Dios de su vida, Eduardo Román
comprendió que su propuesta pudo haber
contribuido a la paz, pero desafortunadamente fue rechazada por sus superiores
al considerarla utópica, y su plan
fue descartado por el Ministro de Guerra Roberto Urdaneta Arbeláez y por el
Presidente conservador Laureano Gómez, quienes continuaron permitiendo los
peores excesos de los cuerpos policiales uniformados.
Como
si los planeamientos del Mayor Román fueran demasiado incómodos, el 1° de
Febrero de 1951 fue trasladado al otro extremo del país: al grupo “Rondón”, en
Buenavista, Guajira, donde recibió la medalla al Mérito “Francisco José de
Caldas”, por su primer puesto en el estudio siete años antes. Fue allí donde
nació Guillermo, el quinto hijo de Eduardo y Sofía, el 25 de Junio de 1951.
Al año
siguiente, el 22 de Julio de 1952 ocurrió un desafortunado accidente en cumplimiento de una orden de servicio
cuando con un grupo de oficiales examinaban algunos explosivos aparentemente
defectuosos, en el sitio llamado paradójicamente El Silencio, en la margen derecha del río Ranchería. La primera
carga de TNT dio resultados negativos, pero la segunda, con un estopín
supuestamente apagado, hizo explosión cuando el Mayor la manipulaba,
destrozándole la mano derecha y causándole heridas por todo el cuerpo. En esta
perspectiva de recorrer de nuevo su propia vida por el Camino de Dios, Eduardo Román supo que se había salvado de milagro,
y que ese todavía no era su final, pues el destino le tenía reservados grandes
acontecimientos.
El
muñón fue ligado de emergencia por los médicos del Grupo, y de inmediato
ordenaron su traslado a Valledupar y de allí al Hospital Naval de Cartagena,
siempre acompañado de su amada esposa Sofía. En La Heroica recibió la visita de
su hermano Enrique, a la sazón alumno de la Escuela Naval de Cadetes, quien
después de la operación lo encontró sereno, sin quejarse, sonriente y optimista
con un comportamiento de espartana valentía,
como él lo recuerda en sus memorias. El periplo de recuperación del accidente
continuó en el Hospital Militar de Bogotá y luego en Rochester, Estados Unidos,
para acondicionarle una prótesis funcional.
En
Mayo de 1953 regresó con una mano artificial -destinada a ser usada en actos
oficiales y fiestas-, que nunca sacó de su estuche, pues en su lugar utilizó
siempre un gancho articulado que dominaba a la perfección, y que le hizo famoso
entre sus numerosos parientes, admiradores y amigos. Un mes después del retorno
de Eduardo de los Estados Unidos, el 13 de Junio de 1953, el Teniente General
Gustavo Rojas Pinilla tomó el poder mediante un golpe militar –llamado de
opinión por ser acordado con los líderes liberales y conservadores-, en un
intento por lograr la paz en medio del conflicto que desangraba a Colombia,
desatando hechos y situaciones en las cuales el Coronel Román sería
protagonista de primer orden.
La
Orinoquia era en ese momento un territorio donde los guerrilleros se habían
hecho militarmente fuertes, y atendieron la oferta hecha por el nuevo
gobernante de facto, quien decretó un cese al fuego unilateral de las fuerzas
armadas, para iniciar el proceso de paz. El 22 de julio de 1953 las guerrillas
liberales del llano, lideradas por Guadalupe Salcedo Unda, ordenaron a su vez
un cese de hostilidades.
A
comienzos de Septiembre, el jefe de los insurgentes se presentó en un puesto
del ejército ubicado en Monterrey, Casanare, con 300 hombres y el 15 del mismo
mes firmó la paz con el gobierno nacional. Oficialmente, al llegar Octubre, se
habían entregado más de 2.000 combatientes con sus armas. Diez meses después
del cese de hostilidades, el 13 de junio de 1954, el gobierno de Rojas Pinilla
promulgó el Decreto 1823, declarando la amnistía para todos los delitos
políticos cometidos antes del 1º de enero de 1954 con motivo de la violencia
partidista, y se indultó a todas aquellas personas procesadas o condenadas por
esos punibles.
En su
recorrido por su Diosonamuto o Camino de Dios, Eduardo recuerda que la
paz parecía haber llegado, con los líderes revolucionarios retornando a su vida
de llaneros –Guadalupe se retiró a su finca Guariamena,
en Orocué-, pero después de la guerra un sinnúmero de combatientes, por
diversas razones quedaron inconformes, y muchas armas y municiones
permanecieron sin entregar.
Durante
ese año, el Mayor Román se vio a sí mismo recibiendo dos condecoraciones: por sus 15 años de
servicio, y la orden del Mérito General José María Córdoba; obtuvo su ascenso a
Teniente Coronel el 1º de Julio de 1954, y a partir del 1º de Octubre del mismo
año fue aceptado su retiro. Había servido con honores a su patria durante 23
años, 8 meses, y 26 días.
Al
mismo tiempo el amor volvía a hacerse presente en el hogar de los Román Roselli
con el nacimiento de Sofía Franquelina
el 21 de Septiembre de 1955, y como si en ella también tomara vida otro
milagro, en el Casanare surgía un lugar destinado para grandes alegrías y
tragedias del futuro Coronel Román: el municipio de Aguazul, que empezó a
existir mediante el decreto 295 de 1954, y fue ratificado nuevamente en abril
de 1956. Como parte del prodigio, se dice que su nombre provino de un enorme
pozo en el río Unete, cuyas aguas, con el Sol del mediodía reflejaban el cielo
sin nubes, como si los dioses hubiesen engastado en el piedemonte una joya de
lapislázuli líquido, donde los habitantes disfrutaban de una muestra del
paraíso.
Ese
rincón de sabana lo reclamó como uno de sus hijos predilectos, pues después de
haber logrado recuperar con éxito el hato de Las Gaviotas de sus parientes
Roselli, con el dinero recibido por sus prestaciones por retiro de las fuerzas
armadas y la indemnización por la pérdida de su mano derecha, el Coronel
adquirió un globo de terreno al que bautizó El
Guarataro, por el árbol que la ciencia clasificó con el nombre de vitex orinocensis –árbol casto de la
Orinoquia-, con cuya madera se hacían, desde los tiempos de las reducciones
jesuíticas, los estacones para sujetar los cueros de las vacas, los postes para
los encierros del ganado llamados corrales
de palo-a-pique; además de fabricarse
jabón con la ceniza de su madera y el sebo de las reses, con el corazón del
tallo del Guarataro se destilaba el minche,
un aguardiente criollo.
El
Coronel Román y su familia tenían por fin un lugar para echar raíces, pero la
situación política de Colombia se caldeaba por los excesos del dictador, acaso
obedeciendo al viejo principio enunciado por Maquiavelo y retomado por Lord
Acton en 1887: el poder corrompe, y el
poder total corrompe totalmente.
El
domingo 29 de enero de 1956, la hija de Gustavo Rojas Pinilla, María Eugenia de
Moreno y su esposo, fueron abucheados en Bogotá durante una corrida en la plaza
de toros de Santamaría, en contraste con la ovación ofrecida minutos antes a
Alberto Lleras Camargo, líder de la oposición liberal al régimen. La represalia
llegó el domingo siguiente, cuando el gobierno compró miles de boletas para sus
detectives del Servicio de Inteligencia
Colombiano (SIC) y policías de civil. A quienes se negaban a vitorear a
María Eugenia, o coreaban Lleras sí, otro
no, los agentes los molían a palos, a golpes de porra, y a puntapiés, y
después los lanzaban por las graderías del circo. Nunca se pudo precisar el
número exacto de muertos y heridos en aquella corrida de toros.
La crisis de la dictadura de Rojas Pinilla
continuó agudizándose con hechos de despotismo como la censura de prensa, la
represión de manifestaciones estudiantiles con numerosos muertos, y el deseo de
perpetuarse en el poder creando un nuevo movimiento político populista conocido
como la Tercera Fuerza, lo cual llevó
a que los dos partidos tradicionales le retiraran el apoyo. Como consecuencia
de esta situación, el 10 de mayo de 1957, el dictador se vio obligado a
entregar el poder a una Junta Militar que allanó el camino para constituir un Frente Nacional que habría de gobernar
el país durante cuatro períodos presidenciales: dos para los liberales y dos
para los conservadores.
El
Coronel Román se mira a sí mismo en este recorrido por su Camino de Dios, y vislumbra un tiempo feliz en el campo, con
amaneceres plenos de cantos de pájaros, en un entorno donde la vida silvestre
encontraba refugio –prohibido cazar
venados, lapas o chigüiros en el Guarataro, que se sepa que animal de monte o
marisco que entre a mis tierras, nadie los puede matar, solía decir con su
estruendosa y alegre carcajada-. Con
el gancho que reemplazó su mano derecha, y una colección de navajas, cuchillos
de talabartería, chiflas, media lunas, leznas, y herramientas de repujado,
hacía las correas de los aperos y las fundas para sus armas, reliquias de la
vida militar.
Pero
su destino no podía ser el de un tranquilo Coronel retirado, a quien Ivonne
Martínez recuerda como
un hombre que irradiaba gallardía,
carisma, lealtad y simpatía… un príncipe con las damas, el mejor amigo de los
amigos, … enamorado del llano y de su gente, que dejara correr el
tiempo rodeado por sus hijos, viendo crecer sus árboles y proliferar sus
ganados, porque las secuelas de la violencia llegaron a Aguazul.
El bandolerismo surgió como un incendio en
la sabana reseca, conducido por cabecillas con desafortunados alias como Mata Cinco, Curarina, Malasombra,
Carediablo, La Comadreja, Pasolento, y Veneno, entre otros, muchos de ellos
exguerrilleros que se dedicaron a sembrar la zozobra y el terror, generando una
ola intolerable de hurto, pillaje, abigeato, extorsión y asesinato.
Llegaban
malas noticias como el robo de 260 cabezas del hato Las Mercedes, que los
cuatreros negociaron a lo largo de la carretera del Cusiana, y se supo de
algunas que llegaron hasta las haciendas de Virolín, en Santander, donde
desaparecieron en los inmensos bosques de robles, que con sus taninos tiñen de
rojo las aguas de las quebradas. De la hacienda La Porfía se esfumaron 150 novillas
Cebú traídas de Santander hacía menos de mes y medio, y después se supo que
habían entrado a Venezuela por Saravena, tras 30 días de marcha; que en la Macolla Bernalera de don Jesús Bernal
Estepa, se llevaron 500 reses, y solamente retornaron 20, que se devolvieron
desde el río Meta buscando la querencia, y traían los hierros alterados,
sobrequemados para ocultar los originales, y con los cascos de las manos
despuntados para que se les dificultara el caminar. Todos los hatos y los
fundos, grandes y pequeños sufrían el saqueo, de manera que en cada trabajo de
llano el número de animales disminuía, en vez de aumentar, como sucedía en
tiempos normales.
La
mañana en que le llegaron al Coronel con la noticia de que le habían robado del
Guarataro una mula finísima, de paso castellano –como las que criaban los
cartujos para que cabalgaran los Papas-, obsequio de sus parientes Roselli
cuando les recuperó el hato de Las Gaviotas, Eduardo Román comprendió que no se
podía quedar con los brazos cruzados ni haciendo correas para los aperos.
Como
si se tratara de una operación militar de emergencia, citó a las gentes
honestas de Aguazul, para decirles que la
única manera de proteger lo que habían conseguido horadamente, era buscar la
unión para crear la fuerza, carajo, pues.
Y así
fue como el Coronel organizó un Servicio
de Seguridad Ciudadana cuyos primeros integrantes fueron dueños de hatos,
encargados, hijos de unos y de otros, vaqueros muy diestros, que decidieron
actuar. En 15 días habían recuperado 500 cabezas de ganado y capturado 30
delincuentes, que con las correspondientes denuncias fueron llevados a la
cárcel, sin embargo, la respuesta de la autoridad fue deprimente: en menos de
20 días los cuatreros estaban libres.
A
pesar de esos reveses, muy pronto los ganaderos de Maní que padecían los mismos
flagelos, conocedores de los buenos resultados obtenidos en Aguazul, lo
invitaron a colaborarles, y se dirigieron al Coronel considerando que por sus
actuaciones siempre honestas, su limpia trayectoria, su gran prestigio y su
completo conocimiento y comprensión del pueblo llanero, es Ud. la persona más
indicada para dirigir la campaña. Se
pidió apoyo moral al ejército y el
comandante del grupo Páez, conocedor de la integridad moral de esos
ciudadanos, avaló sus acciones, y paulatinamente se llegó, con sólo unos pocos
hombres, a sanear de abigeos totalmente al Casanare.
El
resultado de la exitosa iniciativa de control de la delincuencia llevó a que la
Federación de Ganaderos de los Llanos Orientales solicitara una cooperación más
formal al nuevo Presidente de la República, Doctor Alberto Lleras Camargo
–elegido por el Frente Nacional para el período 1958-1962-, y el apoyo se
concretó en el envío de 60 carabineros, oriundos de la región, y quienes ya
habían actuado como Guardias Civiles en
el Servicio de Seguridad Ciudadana, y quedaban destinados a continuar el
combate contra el robo de ganado y apoyar la formación de nuevos agentes
rurales.
En ese
recorrido de su vida por su Camino de
Dios, el Coronel Román vio el continuo aumento de su prestigio y liderazgo,
que se concretó en su nombramiento como Prefecto del Casanare en 1959, y cómo
su gestión permitió que en ese mismo año se creara un cuerpo especial, como una
rama operativa del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), inspirada en
los estatutos de la Real Policía montada del Canadá, y similar a los célebres Rangers de Texas, con el nombre de Rurales
del Llano. Ese cuerpo se
encargaría de ejercer labores de prevención
y supresión del abigeato, avocar investigaciones de delitos comunes en materia
de policía judicial, y cooperar al mantenimiento del orden público, bajo la
dirección del Gobierno y en coordinación con la Policía Nacional. Por ser
una milicia rural, entre sus funciones estaban también el dar aviso oportuno de
epidemias que se presentaran en los ganados, ayudar a tratar los semovientes
afectados, y desarrollar labores tendientes a mejorar el bienestar social de
los habitantes de la región bajo su cuidado.
Como
Jefe de Sección quedó nombrado el mismo Coronel; el Subjefe de Sección fue su
gran amigo Pío Lelio Ortegón; contarían además con un piloto de Aviación –el
Capitán Cicerón Guauque Cuervo-, un mecánico de aviación y dos mecánicos
automotrices, ya que los puestos de los rurales quedaban dotados con vehículos
automotores, lanchas rápidas, equipos de transmisiones para comunicación
permanente, y caballada.
Como
personal operativo contarían con 31 detectives Rurales de Primera Categoría y
50 de segunda categoría, armados con las legendarias carabinas Winchester de
repetición 30-30, escopetas Savage del calibre 12, sub-ametralladoras Madsen
calibre 9 mm, revólveres Magnum 357, y Smith & Wesson 38 largo. El nuevo
cuerpo de lucha contra la delicuencia podía movilizarse por los cielos del
llano, y actuar con la mano de la Ley en las grandes extensiones de las sabanas
y en las costas de los enormes ríos que deslumbraron a Gumilla y a Brisson cien
años atrás; los rurales seleccionados debían ser excelentes jinetes,
conocedores de las faenas de vaquería y los trabajos
de llano, hábiles nadadores, capaces de soportar duras faenas, en cualquier
clima y a cualquier hora del día o de la noche. Eran guerreros con el mismo
temple de los que acompañaron a Bolívar en la lucha por la Independencia.
Su
radio de acción sería la Orinoquia completa: el Departamento del Meta, la
Intendencia del Arauca, la Provincia de Casanare, anexa a Boyacá, y las
Comisarías del Vichada y el Vaupés, en una extensión de 366.489 kilómetros
cuadrados y una población aproximada de 127.290 habitantes.
El
éxito fue indudable, y muy pronto la fama de los Rurales del Llano hizo que
empezaran a llegar los recomendados
de los políticos, como en una ocasión en que se presentaron 80 candidatos, que
fueron sometidos a examen y solamente
pasaron diez. Cuando llegaron las protestas de los caciques electorales, el
Coronel Román simplemente les respondió con una sonrisa: su recomendado no pudo atravesar a nado el Río Cravo Sur, no sabe
enlazar ni montar un potro chúcaro, no entiende de hierros de marcar ganado, no
tiene ni idea de manear una res, mucho menos de tumbarla, y así no me sirve,
carajo, pues.
Mientras en la Orinoquia los rurales mantenían
a raya la delincuencia, en otras partes del país, como el Tolima, el Huila, el
Caquetá, y el Magdalena Medio, las cuadrillas de bandoleros sembraban el terror
al mando de Sangre Negra, Desquite, Pedro
Brincos y Ave Negra. Esas
circunstancias hicieron que los rurales del Coronel Román fueran invitados a
asesorar fuerzas locales e incluso actuar con éxito en algunas regiones,
haciendo uso de la estricta preparación de los hombres, que amparados en el
factor sorpresa lograron excelentes resultados, demostrando que unos pocos
agentes bien preparados, podían ser más efectivos que complejas operaciones
militares a gran escala que eran fácilmente detectadas por el enemigo, dándole
la razón al Coronel, quien con su amplia sonrisa decía para cazar ratones es
más efectivo un gato que un elefante, carajo, pues.
Recuerdo
de esos buenos tiempos de triunfo fue el corrido escrito por el detective
Carlos Armando El Pato Vega, y musicalizado e interpretado por Hugo Nicolás El Sute Díaz, estrenado en la Escuela de
Aguazul, y en el cual se expresaba el profundo significado que cobró para la
comunidad la fuerza de los Rurales del Llano:
Pa’
cantar este corrido / se necesita valor, / el alma de un florentino, / el verbo
de un trovador…/ Soy nacido en la llanura, / se me hincha el pecho de honor, /
soy un hombre recorrido, / soy alegre y cantador.
Como todos los rurales / que son de la
institución / la justicia es nuestro lema,
/ luchamos por la razón / combatiendo el cuatrerismo, / al abigeo y al
ladrón… / Nuestro pecho al descubierto / lo ofrecemos con furor, /luchando con
valentía / por salvar esta nación.
Los RURALES DE ROMÁN / dan al pobre
protección / y castigan al malvado / que se esconde en la región. / Pongan
cuidado, asesinos, / ponga cuidado, ladrón, / que el paso de los rurales / les
puede dar un temblor / de los pies a la cabeza / que les llega al corazón.
Yo les pregunto y les dig deo, / les hago
interrogación: / ¿Por qué el bandido se esconde / cuando nombran comisión? / Si
no contestan les digo / por si les falta valor,
/ que huyen es por ser cobardes / de un rural castigador / que es apoyo de
humilde / y azote del vividor.
Ya va amaneciendo el día, / ya viene
saliendo el Sol / a lo lejos un rural / va cumpliendo su misión… / va
exponiendo vida y bienes / bajo el amparo de Dios, / va jineteando un caballo,
/ va sobre un recio potrón.
En la cintura, sus armas, / en la cabeza,
el alón… / lleva su pecho bravío / sobre el inmenso verdor, / sobre los bancos
del llano / que es paisaje y esplendor.
En la llanura, la palma / en el monte, el
ruiseñor, / en los esteros las garzas, / en la noche, el silbador / y de los
hombres valientes, / rurales con pantalón.
¡Que viva mi Coronel, / que viva la
institución, / que viva mi Capitán / y mi Teniente Ortegón!
Como
ninguna alegría es para siempre, a pesar de los éxitos logrados, en 1966 el
nuevo presidente Carlos Lleras Restrepo nombró como Jefe del DAS al Brigadier
General (r) Luis Etilio Leyva, quien centralizó en Bogotá el comando, quitó
movilidad a los rurales al suprimir la avioneta y la embarcación, restringió el
presupuesto e impuso numerosos procedimientos burocráticos para cualquier
operación.
Dadas
estos desafortunados hechos, el Coronel Román dijo a su Subjefe, el Teniente
(r) Pío Lelio Ortegón nos dejaron
maneados, así no me sirve el DAS, yo
me retiro. Él simplemente respondió Yo también, y así se desencadenó el
final de los Rurales del Llano. En Septiembre de ese mismo año, Eduardo
presentó su renuncia formal, franca, directa, sin dobleces ni diplomacia. Decía
en su carta que prefiría retirarse antes que hacer un papel ridículo y pasivo
detrás de un escritorio, sin iniciativa ni medios, por haber perdido todas las facultades, prerrogativas, independencia y
autonomía, fijadas por decreto, cuando se creó la Jefatura de los Llanos
Orientales.
Con
estas renuncias, y minada la moral de los pocos detectives que quedaron, en
1968 se desmovilizaron los últimos. En una sobria ceremonia premió a sus tres
mejores hombres: Reynaldo Becerra Bolívar, Augusto Albarracín, e Hipólito López
Caballero, se entregaron las tarjetas de felicitación, las Menciones de Honor
correspondientes, y el DAS Rural se acabó.
Las instalaciones en Aguazul se clausuraron y abandonaron; poco a poco
fueron cubiertas por el deterioro, el rastrojo y el olvido.
En el
país la violencia continuó adquiriendo otras formas, y muchos de los que no se
desmovilizaron cuando se pactó la paz de Rojas Pinilla, continuaron como
movimientos ahora dirigidos ideológicamente por el partido comunista,
propugnando una política de Autodefensa
de Masas, y así surgieron células agrarias con el carácter de Repúblicas Independientes en el Sumapaz,
Tierradentro, Riochiquito, Marquetalia, El Pato y Guayabero. Su acción se
trasladó a la Orinoquia a través de oleadas de colonizadores, invasores de
tierras y actores armados que volvieron a sentar sus reales y empezaron a
presentarse nuevos casos de abigeato en una región donde ya no había rurales
que ejercieran el control policial.
Al
llegar el año 1973 nuevamente fue ofrecida la Prefectura del Casanare al
Coronel Román, a quien los ganaderos pidieron ayuda, para que por su intermedio
e influencia se restableciera el DAS Rural. Las gestiones se realizaron, se
reinauguró la Escuela de Capacitación para Detectives Rurales en Aguazul, y por unanimidad se le dio el nombre de Eduardo Román Bazurto, como homenaje a
su fundador.
Desafortunadamente,
para la inmensa extensión de las sabanas del Casanare, Arauca y el Vichada,
solamente se autorizaron 170 hombres, en un momento en que el robo de ganado
alcanzaba la cifra de cien mil cabezas al año, y la nueva fuerza ya no tenía la
dinámica que le diera el Coronel Román en otros tiempos. A esto se sumó el
hecho de que al año siguiente el Casanare se separó de Boyacá por Ley de la
República, de manera que el nuevo territorio quedó a su suerte, pues el departamento
suspendió los trabajos de electrificación y la dotación de escuelas, alegando
que esas responsabilidades ahora correspondían al nuevo gobierno intendencial. Parece que los boyacenses quisieran arrancar
hasta los cimientos de las construcciones que han hecho en territorio
casanareño, fue el comentario del Coronel Román cuando se efectuaban los
cambios administrativos para la independencia de la jurisdicción recién creada.
El Diosonamuto o Camino de Dios del Coronel ahora le mostraba los vertiginosos cambios
del mundo, cuando renunció a la Prefectura para dedicarse a su amado terruño,
donde inició el cultivo del arroz, actividad en la cual fue pionero; a la
agradable casa de El Guarataro continuaron llegando prominentes hombres de
Estado, científicos, artistas, investigadores, y periodistas que iban a
consultar al Coronel Román las problemáticas de todo orden, pues seguía siendo
el líder de los ciudadanos del llano.
Pero
de nuevo el campo quedaba abierto para el retorno de diversas formas de
delincuencia, y por enésima vez los ganaderos del llano recurrieron al Coronel
Román, y fue cuando se fundó VIGILLANOS,
una Guardia Rural financiada por la Federación de Ganaderos del Casanare y
algunos del Meta.
El
universo continuaba su irreversible movimiento, y los avatares de la vida
cotidiana, los azares de las malas cosechas, las traiciones del clima, los
altísimos costos de los insumos agrícolas y la severidad de los préstamos
agrarios fueron enemigos más difíciles que las pandillas de abigeos y las
bandas de cuatreros que sí había podido derrotar con sus Rurales.
El
corazón del Coronel se vio sitiado por la inflexible Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la
Separadora de los amigos, la Sepultadora, la Invencible, la Inevitable muerte de
las mil y una noches, y el Miércoles 29 de Julio de 1979, cerca del
mediodía, un poco antes de cumplir 65 años, se derrumbó este árbol de
Guarataro, y empezó el recorrido por su Diosonamuto,
o Camino de Dios, para volver a recordar toda su vida, y dirigirse
hacia la llanura de luz, donde lo esperaba su hijo Jorge Augusto Román Roselli,
el artista que se había ido a los 22 años, el 22 de Junio de 1962, llevado por
una estampida de los caballos de la parca –los que había dibujado con carbones
en una pared de la recién nacida Aguazul-. Con él estaban los amigos perdidos,
los parientes amados, y los rurales fallecidos en acción, que le traían un
caballo blanco, muy bien ensillado –como el que le llevaron al Guarataro para
el desfile de fiesta cuando fue nombrado por primera vez Prefecto de
Casanare-. En ese momento entendió que el hogar es el lugar donde está tu corazón
y levantó su brazo para saludarlos militarmente, y vio que su mano derecha
estaba otra vez viva, completa, y comprendió que por fin había llegado al final
de su camino.
Celso Román, sobrino del Coronel
===================
Fuentes
consultadas
●
Becerra Bolívar, Reynaldo: “Rurales
del Llano, Toda una vida al servicio de la comunidad”; Ediciones Pentandra,
Bogotá, 2011.
●
Barbosa Estepa, Reinaldo:
“Guadalupe y sus centauros, memorias de la insurrección llanera”; Instituto de
Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional;
Bogotá, 1992.
●
Familia Román, varios autores:
“Romanbranzas Pekín, un sueño hecho realidad”, Bogotá, Agosto 2013.
●
“Diosonamuto El camino de Dios;
tradición oral Sikuani”: Colcultura-Unillanos, 1990
< http://www.youtube.com/watch?v=b3MNfrzO4U8>
●
Gumilla, Joseph: “El Orinoco
ilustrado, Historia natural, civil y geográfica de este gran río”. Tomos I y
II; Biblioteca Popular de Cultura Colombiana; Publicación del Ministerio de
Educación, Bogotá, 1944.
●
Román Bazurto, Enrique: “El llanero
entrañable, vida y obra del Teniente Coronel (r) Eduardo Román Bazurto, al
servicio de los Llanos Orientales”; Barranquilla, 1995.
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