GARRAS DE AMBICIÓN
Gral. JOSÉ JOAQUÍN MATALLANA
El Exterminador
Siglo XX
Colombia estaba atravesando en 1965 una era de
violencia por pasiones políticas, en el Tolima el coronel José Joaquín
Matallana ya había dado de baja a los máximos bandoleros en esa región, “Sangre
Negra” “Desquite”; y “Chispas”, lo que le hizo merecedor a la orden de la Cruz
de Boyacá. El coronel estaba integrando también el recién creado Batallón
Colombia bajo las órdenes del Ministro de Guerra Alberto Ruíz Novoa, en la
presidencia de Guillermo León Valencia, quien se había proclamado como el
pacificador de la república, y lo estaba logrando a toda costa. El gobierno
tenía serios problemas con el bandolero Efraín González Téllez y tuvo que
enfilar baterías a la zona de conflicto en Boyacá y Santander, para lo cual
debía contar con el coronel estrella y dos brigadas militares de Tunja. La
orden era: ¡Vivo o muerto!
La soberanía del país había que defenderla hasta
el último rincón, y Efraín González no debería seguir haciendo de las suyas
pues se había declarado terminada la violencia bipartidista. A la solicitud del
hacendado Martín Vargas, el gallino, hecha al presidente, lo de la afrenta con
el secuestro de sus hijos y la expropiación forzada de sus tierras en San
Miguel de sema no debiera quedar así nomás. El mismo Martín Vargas iba a estar
al tanto de cada acción para eliminar al bandolero. Lo primero que se hizo fue
la publicación de anuncios y carteles con la recompensa oficial de $50.000
pesos por información para dar con el bandolero. La persecución delegada al
coronel Matallana se orientó palmo a palmo en el territorio en que el forajido
tenía sus operaciones.
Mientras tanto, Efraín González optó por
extremar sus cuidados y resultó enfrentado en un combate en La Palma, vereda de
Gámbita, Santander, en el que por primera vez fue herido gravemente y tuvo que
huir, y con su ruana taparse muy bien las heridas y recoger la sangre en ella
para no dejar huellas en el largo camino. Al fin llegó a una casona humilde
donde unos campesinos lo atendieron y trataron de cuidar con limpieza y
vendajes, mientras la noche siguiente lo llevaron más delicado a la población
cercana donde un médico al reconocerlo, les advirtió discretamente quién era el
herido, para no meterse en problemas con él. El doctor Camargo solo logró
cauterizar las heridas superficiales pero le recomendó a Efraín que debería ser
llevado a un hospital en Bogotá de urgencia. González le advirtió seriamente al
médico que mantuviera en secreto el asunto, o sus hombres lo pudieran matar.
Fue entonces cuando el facineroso le pidió al doctor llamar a unos políticos
amigos para que lo ayudaran.
Cartel de recompensa emitido por el gobierno. |
Pronto llegó una caravana de camperos con amigos
del bandolero y rápidamente en dos vehículos lo condujeron al hospital San
Carlos en Bogotá. Pasados varios días, El herido se fue restableciendo y buscó
en su libreta de notas el teléfono de un excompañero del servicio militar, que
tenía una casa a pocas cuadras del hospital, para convenir alojamiento mientras
seguirían los controles médicos. No se sabe ciertamente cómo, pero en ese
hospital estaba Cleotilde, la que fuera la mujer preferida del maleante, y ella
misma se apersonó de su situación. Lo cierto es que Efraín se radicó en la casa
de la familia Pineda, en la calle 27 sur. Se rumoró que otra mujer, enamorada
del bandolero, de nombre Araminta, se enteró del encuentro de su amor con esa
otra joven y en un arranque de celos decidió denunciar a González ante las
autoridades.
Por otro lado, Matallana y los grupos de
búsqueda se empezaban a desesperar por las muchas falsas denuncias presentadas
de diferentes lugares, que afirmaban sobre la presencia del bandolero y al
final se estaba perdiendo tiempo precioso. Fue entonces cuando se recibió la
verdadera información, y luego de comprobarla se dio comienzo a la más
minuciosa preparación del plan maestro que tendría que arrojar el mejor
resultado. Inicialmente, el oficial Harold Bedoya iría al frente de acción con
200 hombres seleccionados y el apoyo de un tanque antiaéreo con toda la
provisión de municiones. Se trató de hacer el operativo sorpresa sin permitir
que la batalla a ejecutarse se supiera por ningún medio, para evitar
obstrucciones y peligros a los curiosos. Esta vez no se podía correr el riesgo
de fallar; estaba en juego el prestigio de las instituciones y la cabeza del
presidente y su gobierno.
Muy temprano en la mañana siguiente, el ejército
acordonó el área periférica de la casa Pineda y ubicó estratégicamente hombres
y armamentos suficientes previendo que el forajido estuviera acompañado por sus
hombres. La gente del sector se alarmó y al tratar de preguntar la razón del
hecho fue advertida de que era una operación secreta y que todos los vecinos se
debían alejar o refugiarse en sus casas. Todos los establecimientos fueron
cerrados. En el palacio presidencial había mucho movimiento y extrañamente
entre los visitantes estaba el gallino Vargas conversando en privado con el
primer mandatario. Se esperaba que horas después llegara de Santander el
coronel Matallana para hacerse al frente del esperado combate. En la casa
Pineda ya Efraín González había sido informado de lo que pasaba y él dio
instrucciones a la familia anfitriona para que se resguardaran en sus
habitaciones de la parte de atrás. El estratega González dispuso todo en la
casa para una vez más librar una dura batalla a muerte
Agarrado a su ametralladora Maudsen y terciadas
al cinto varias pistolas y un revólver, fue quitando los seguros de todas las
ventanas que daban a la calle y dejándolas entre abiertas. Bajó a la puerta
principal y la trancó con algunos muebles pesados y las reforzó con gruesas varas
de madera y fierros contundentes. Corrió al teléfono y marcó muchas veces a la
“Capitana” María Eugenia, hija del expresidente Gustavo Rojas Pinilla,
infructuosamente. Otras llamadas a políticos varios y algunos al enterarse de
quien era colgaron el auricular. Ahí estaba solo el hombre más peligroso de
Colombia en esa era de violencia, listo para responder como solo él lo sabía
hacer. Al medio día, las calles adyacentes estaban llenas de curiosos
inamovibles y vehículos de la radio y la televisión se habían apostado frente
al lugar de los hechos. De alguna manera un periodista se enteró de quién era
el objetivo en ese momento e inmediatamente corrió la noticia como reguero de
pólvora: El ejército allí se iba a enfrentar al reconocido bandolero ¡Efraín González
Téllez!
Final del operativo. Fotografía, Bogotá Antigua. |
Radiada la noticia, fue llegando ese río humano
que participó como testigo de los hechos. El mundo ya anunciaba la batalla
frontal. A las dos de la tarde se escuchó: “Somos el Ejército Nacional, y le
ordenamos a Efraín González que se entregue con sus hombres, o los vamos a
atacar”. La respuesta fue definitiva: “Háganle a ver, hijueputas, ¡que aquí lo
que hay es con qué!” El bandolero hizo los primeros disparos contra la tropa
desde una ventana, pasó a la otra y siguió disparando, luego sucesivamente
desde todas las ventanas él continuó disparando con una agilidad sorprendente.
Los oficiales de mando entendieron que serían unos ocho hombres por lo menos y
comenzaron el contra ataque furiosamente. La batalla se extremó y así durante
las primeras seis horas no paraba. Llegó por fin el coronel Matallana y asumió
el cargo ordenando lanzar los gases lacrimógenos hacia el interior y al
instante la familia Pineda se asomó con pañuelos blancos y se entregaron.
Efraín atinó a meter la cabeza entre unas canecas con agua para minimizar el
efecto de los gases y así continuar defendiéndose a plomo seguido.
“Era bravo el hombre
cuál los hombres machos
y los hombres machos,
pelean, no hablan”.
Pero, el coronel, arreció la pelea. Ordenó que
se derrumbara la puerta y toda la soldadesca irrumpiera en la casa disparando
en ráfaga continua. Ya el tanque de guerra había disparado más de cincuenta
proyectiles contra la casa y el enemigo seguía atrincherado disparando ahora a
pistola pues la munición de la Maudsen se agotó. El Ejército ya había sumado
5.000 municiones
Escuchó González que tumbarían la puerta y
entraría todo el regimiento y aprovecho la oscuridad de la noche para salirse
por la barda al lote continuo y meterse entre el gentío. Al ver de cerca a un
soldado desprevenido, quiso tomarlo como rehén y así condicionar su escapada:
era el soldado Bejarano, este vio que una sombra grande se le abalanzaba y de
inmediato le asestó un culatazo que le pegó en la cabeza a Efraín, quien cayó
al piso y el soldado le pegó un par de tiros y al llegar a ellos el coronel
Matallana, sacó su pistola y le pegó el tiro de gracia a González en la frente.
Fue el remate del exterminador Matallana, que le valió el grado de general.
Los restos del bandolero fueron a parar a Yopal.
El Gallino Vargas murió en 1975 en Houston,
Estados Unidos.
El General Matallana murió en 2003.
Henry Forero Cañón.
Apoyado en Texto U. del Rosario
Testimonios de Pedro Claver Téllez
Jairo Mateus, historiador de Santander
Narración popular
Conocimiento directo.
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