viernes, 20 de noviembre de 2020

GARRAS DE AMBICION (Gral. Jose Joaquin Matallana).


 

GARRAS DE AMBICIÓN


Gral. JOSÉ JOAQUÍN MATALLANA
El Exterminador
Siglo XX

Colombia estaba atravesando en 1965 una era de violencia por pasiones políticas, en el Tolima el coronel José Joaquín Matallana ya había dado de baja a los máximos bandoleros en esa región, “Sangre Negra” “Desquite”; y “Chispas”, lo que le hizo merecedor a la orden de la Cruz de Boyacá. El coronel estaba integrando también el recién creado Batallón Colombia bajo las órdenes del Ministro de Guerra Alberto Ruíz Novoa, en la presidencia de Guillermo León Valencia, quien se había proclamado como el pacificador de la república, y lo estaba logrando a toda costa. El gobierno tenía serios problemas con el bandolero Efraín González Téllez y tuvo que enfilar baterías a la zona de conflicto en Boyacá y Santander, para lo cual debía contar con el coronel estrella y dos brigadas militares de Tunja. La orden era: ¡Vivo o muerto!

Efraín González "El siete colores". Fotografía, Bogotá Antigua.

La soberanía del país había que defenderla hasta el último rincón, y Efraín González no debería seguir haciendo de las suyas pues se había declarado terminada la violencia bipartidista. A la solicitud del hacendado Martín Vargas, el gallino, hecha al presidente, lo de la afrenta con el secuestro de sus hijos y la expropiación forzada de sus tierras en San Miguel de sema no debiera quedar así nomás. El mismo Martín Vargas iba a estar al tanto de cada acción para eliminar al bandolero. Lo primero que se hizo fue la publicación de anuncios y carteles con la recompensa oficial de $50.000 pesos por información para dar con el bandolero. La persecución delegada al coronel Matallana se orientó palmo a palmo en el territorio en que el forajido tenía sus operaciones.

Mientras tanto, Efraín González optó por extremar sus cuidados y resultó enfrentado en un combate en La Palma, vereda de Gámbita, Santander, en el que por primera vez fue herido gravemente y tuvo que huir, y con su ruana taparse muy bien las heridas y recoger la sangre en ella para no dejar huellas en el largo camino. Al fin llegó a una casona humilde donde unos campesinos lo atendieron y trataron de cuidar con limpieza y vendajes, mientras la noche siguiente lo llevaron más delicado a la población cercana donde un médico al reconocerlo, les advirtió discretamente quién era el herido, para no meterse en problemas con él. El doctor Camargo solo logró cauterizar las heridas superficiales pero le recomendó a Efraín que debería ser llevado a un hospital en Bogotá de urgencia. González le advirtió seriamente al médico que mantuviera en secreto el asunto, o sus hombres lo pudieran matar. Fue entonces cuando el facineroso le pidió al doctor llamar a unos políticos amigos para que lo ayudaran.

Cartel de recompensa emitido por el gobierno.

Pronto llegó una caravana de camperos con amigos del bandolero y rápidamente en dos vehículos lo condujeron al hospital San Carlos en Bogotá. Pasados varios días, El herido se fue restableciendo y buscó en su libreta de notas el teléfono de un excompañero del servicio militar, que tenía una casa a pocas cuadras del hospital, para convenir alojamiento mientras seguirían los controles médicos. No se sabe ciertamente cómo, pero en ese hospital estaba Cleotilde, la que fuera la mujer preferida del maleante, y ella misma se apersonó de su situación. Lo cierto es que Efraín se radicó en la casa de la familia Pineda, en la calle 27 sur. Se rumoró que otra mujer, enamorada del bandolero, de nombre Araminta, se enteró del encuentro de su amor con esa otra joven y en un arranque de celos decidió denunciar a González ante las autoridades.

Por otro lado, Matallana y los grupos de búsqueda se empezaban a desesperar por las muchas falsas denuncias presentadas de diferentes lugares, que afirmaban sobre la presencia del bandolero y al final se estaba perdiendo tiempo precioso. Fue entonces cuando se recibió la verdadera información, y luego de comprobarla se dio comienzo a la más minuciosa preparación del plan maestro que tendría que arrojar el mejor resultado. Inicialmente, el oficial Harold Bedoya iría al frente de acción con 200 hombres seleccionados y el apoyo de un tanque antiaéreo con toda la provisión de municiones. Se trató de hacer el operativo sorpresa sin permitir que la batalla a ejecutarse se supiera por ningún medio, para evitar obstrucciones y peligros a los curiosos. Esta vez no se podía correr el riesgo de fallar; estaba en juego el prestigio de las instituciones y la cabeza del presidente y su gobierno.

Operativo en plena acción. Fotografía, Bogotá Antigua.

Muy temprano en la mañana siguiente, el ejército acordonó el área periférica de la casa Pineda y ubicó estratégicamente hombres y armamentos suficientes previendo que el forajido estuviera acompañado por sus hombres. La gente del sector se alarmó y al tratar de preguntar la razón del hecho fue advertida de que era una operación secreta y que todos los vecinos se debían alejar o refugiarse en sus casas. Todos los establecimientos fueron cerrados. En el palacio presidencial había mucho movimiento y extrañamente entre los visitantes estaba el gallino Vargas conversando en privado con el primer mandatario. Se esperaba que horas después llegara de Santander el coronel Matallana para hacerse al frente del esperado combate. En la casa Pineda ya Efraín González había sido informado de lo que pasaba y él dio instrucciones a la familia anfitriona para que se resguardaran en sus habitaciones de la parte de atrás. El estratega González dispuso todo en la casa para una vez más librar una dura batalla a muerte

Agarrado a su ametralladora Maudsen y terciadas al cinto varias pistolas y un revólver, fue quitando los seguros de todas las ventanas que daban a la calle y dejándolas entre abiertas. Bajó a la puerta principal y la trancó con algunos muebles pesados y las reforzó con gruesas varas de madera y fierros contundentes. Corrió al teléfono y marcó muchas veces a la “Capitana” María Eugenia, hija del expresidente Gustavo Rojas Pinilla, infructuosamente. Otras llamadas a políticos varios y algunos al enterarse de quien era colgaron el auricular. Ahí estaba solo el hombre más peligroso de Colombia en esa era de violencia, listo para responder como solo él lo sabía hacer. Al medio día, las calles adyacentes estaban llenas de curiosos inamovibles y vehículos de la radio y la televisión se habían apostado frente al lugar de los hechos. De alguna manera un periodista se enteró de quién era el objetivo en ese momento e inmediatamente corrió la noticia como reguero de pólvora: El ejército allí se iba a enfrentar al reconocido bandolero ¡Efraín González Téllez!

Final del operativo. Fotografía, Bogotá Antigua.

Radiada la noticia, fue llegando ese río humano que participó como testigo de los hechos. El mundo ya anunciaba la batalla frontal. A las dos de la tarde se escuchó: “Somos el Ejército Nacional, y le ordenamos a Efraín González que se entregue con sus hombres, o los vamos a atacar”. La respuesta fue definitiva: “Háganle a ver, hijueputas, ¡que aquí lo que hay es con qué!” El bandolero hizo los primeros disparos contra la tropa desde una ventana, pasó a la otra y siguió disparando, luego sucesivamente desde todas las ventanas él continuó disparando con una agilidad sorprendente. Los oficiales de mando entendieron que serían unos ocho hombres por lo menos y comenzaron el contra ataque furiosamente. La batalla se extremó y así durante las primeras seis horas no paraba. Llegó por fin el coronel Matallana y asumió el cargo ordenando lanzar los gases lacrimógenos hacia el interior y al instante la familia Pineda se asomó con pañuelos blancos y se entregaron. Efraín atinó a meter la cabeza entre unas canecas con agua para minimizar el efecto de los gases y así continuar defendiéndose a plomo seguido.

“Era bravo el hombre
cuál los hombres machos
y los hombres machos,
pelean, no hablan”.

Pero, el coronel, arreció la pelea. Ordenó que se derrumbara la puerta y toda la soldadesca irrumpiera en la casa disparando en ráfaga continua. Ya el tanque de guerra había disparado más de cincuenta proyectiles contra la casa y el enemigo seguía atrincherado disparando ahora a pistola pues la munición de la Maudsen se agotó. El Ejército ya había sumado 5.000 municiones

Escuchó González que tumbarían la puerta y entraría todo el regimiento y aprovecho la oscuridad de la noche para salirse por la barda al lote continuo y meterse entre el gentío. Al ver de cerca a un soldado desprevenido, quiso tomarlo como rehén y así condicionar su escapada: era el soldado Bejarano, este vio que una sombra grande se le abalanzaba y de inmediato le asestó un culatazo que le pegó en la cabeza a Efraín, quien cayó al piso y el soldado le pegó un par de tiros y al llegar a ellos el coronel Matallana, sacó su pistola y le pegó el tiro de gracia a González en la frente. Fue el remate del exterminador Matallana, que le valió el grado de general.

Los restos del bandolero fueron a parar a Yopal.

El Gallino Vargas murió en 1975 en Houston, Estados Unidos.

El General Matallana murió en 2003.

Henry Forero Cañón.

Apoyado en Texto U. del Rosario
Testimonios de Pedro Claver Téllez
Jairo Mateus, historiador de Santander
Narración popular
Conocimiento directo. 

 

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